Dos años de reinvención

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viernes, 15 de mayo de 2015

Literatura, un arte conflictivo (II): Conflictos modernos


CONFLICTOS MODERNOS

HOMBRE VS. SOCIEDAD

EUGENIA: Esas lecciones, a las que mi corazón ayuda, me halagan demasiado para que mi espíritu las rechace.
SRA. DE SAINT-ANGE: Están en la naturaleza, Eugenia: basta para demostrarlo la aprobación que les das; apenas brotado de su seno, ¿cómo podría ser lo que sientes fruto de la corrupción?
EUGENIA: Pero si todos los errores que preconizáis están en la naturaleza, ¿por qué se oponen a ello las leyes?
DOLMANCÉ: Porque las leyes no están hechas para lo particular, sino para lo general, lo cual las pone en perpetua contradicción con el interés, dado que el interés personal está enfrentado siempre al interés general. Mas las leyes, buenas para la sociedad, son muy malas para el individuo que la compone; porque para una vez que lo protegen o le ofrecen garantías, lo molestan y lo atan las tres cuartas partes de su vida; por eso el hombre sabio y lleno de desprecio hacia ellas las tolera, como hace con las serpientes y las víboras que, aunque hieren o envenenan, sirven sin embargo a veces en medicina; se protegerá de las leyes como lo hará de estas bestias venenosas; se pondrá a cubierto mediante precauciones, mediante misterios, cosas fáciles para la sabiduría y la prudencia. ¡Ojalá la fantasía de algunos crímenes inflame vuestra alma, Eugenia! ¡Pero estad bien segura de cometerlos sin temor, con vuestra amiga y conmigo!
EUGENIA: ¡Ay, esa fantasía está ya en mi corazón!
SRA. DE SAINT-ANGE: ¿Qué capricho te habita, Eugenia? Dínoslo en confianza.
EUGENIA, extraviada: Quisiera una víctima.
SRA. DE SAINT-ANGE: ¿Y de qué sexo la deseas?
EUGENIA: ¡Del mío!
DOLMANCÉ: Y bien, señora, ¿estáis contenta con vuestra alumna? Sus progresos, ¿son suficientemente rápidos? 

Marqués de Sade, La filosofía en el tocador



HOMBRE VS. ÉL MISMO

Entonces, se lo ruego, cuénteme lo que sucedió una noche en los muelles del Sena y cómo logró no arriesgar nunca su vida. Pronuncie usted mismo las palabras que desde hace años no han dejado de resonar en mis noches, y que al fin yo diré por boca suya: ‘¡Oh muchacha! ¡Arrójate otra vez al agua para que yo disponga de una segunda oportunidad de salvarnos a ambos! ¡Una segunda oportunidad, ¿eh? ¡Qué imprudencia! Suponga, querido colega, que le tomo la palabra. Habría que pasar a los hechos. ¡Brrr…! ¡Qué fría debe estar el agua! Pero tranquilicémonos. Es demasiado tarde, siempre será demasiado tarde. ¡Afortunadamente!

Camus, A., La caída



HOMBRE VS. NO-DIOS

Digamos que te alejas definitivamente
hacia el pozo de olvido que prefieres,
pero la mejor parte de tu espacio,
en realidad la única constante de tu espacio,

quedará para siempre en mí, doliente,
persuadida, frustrada, silenciosa,
quedará en mí tu corazón inerte y sustancial,
tu corazón de una promesa única
en mí que estoy enteramente solo
sobreviviéndote.
Después de ese dolor redondo y eficaz,
pacientemente agrio, de invencible ternura,
ya no importa que use tu insoportable ausencia
ni que me atreva a preguntar si cabes
como siempre en una palabra.
Lo cierto es que ahora ya no estás en mi noche
desgarradoramente idéntica a las otras
que repetí buscándote, rodeándote.
Hay solamente un eco irremediable
de mi voz como niño, esa que no sabía.
Ahora que miedo inútil, qué vergüenza
no tener oración para morder,
no tener fe para clavar las uñas,
no tener nada más que la noche,
saber que Dios se muere, se resbala,
que Dios retrocede con los brazos cerrados,
con los labios cerrados, con la niebla,
como un campanario atrozmente en ruinas
que desandara siglos de ceniza.
Es tarde. Sin embargo yo daría
todos los juramentos y las lluvias,
las paredes con insultos y mimos,
las ventanas de invierno, el mar a veces,
por no tener tu corazón en mí,
tu corazón inevitable y doloroso
en mí que estoy enteramente solo
sobreviviéndote.

Benedetti, M., "Ausencia de Dios"

martes, 12 de mayo de 2015

Una salida sin callejón


El viandante se refugió entre mantas, copas de vino, sentado siempre frente al fuego. Ante la ventisca, dejó de transitar las callejas y plazoletas de su ciudad. Esperó a que amainara, pero todavía sigue encerrado. Encerrado a cal y canto, infierno sartriano: no desea ver a los demás. No necesita mundo cruel ni otros individuos que lo completen. Solo, está mejor solo.

Mira por el ventanal de su salón. El esperado cambio, la transición hacia un mundo mejor, parece haberse quedado en un mero destello. El viento continúa empujando a los valientes que caminan a contracorriente. "Valentía para los ilusos", piensa, mecido por el calor de la hoguera. Mira a través del cristal de nuevo y descubre lo mismo que dejó hace tiempo: el recuerdo sigue relegado al olvido, el tiempo avanza a una velocidad vertiginosa, el espíritu democrático que propugnaba Spinoza sigue sin inundar nuestras vidas. Occidente sobrevive en decadencia, las eternas cuestiones del hombre todavía nos atormentan, el sistema educativo acumula más fracasos.

"¿Y para qué salir? ¿Y por qué no abortar una misión suicida, abocada al fracaso?", se pregunta el hombre. "¿De qué nos sirve renunciar a nuestros sueños?", le desafía hoy mi yo. Hasta ahora tan solo me he dedicado a capturar los males que salieron de la caja de Pandora, a retratarlos y a condenarlos. Debilitado, abandoné una labor sepultadora.

Allá fuera la ventisca prosigue y arrastra todos los primigenios males de la humanidad -si tal simplicidad fuera posible-. Sin embargo, seguimos siendo dueños de la caja y, tal y como narra el mito griego, en su fondo nos queda la esperanza. Tenemos la fuerza, la voz, la colectividad que hace falta para dar con una solución favorable. El mundo nos presenta un callejón sin salida. Adentrémonos, pues, por las anchas sendas del renacimiento del ser humano. Propongamos una alternativa, una salida amplia, y olvidémonos del angosto callejón.