Dos años de reinvención

Dos años de reinvención
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lunes, 29 de diciembre de 2014

2014: el paradigma de las 12 experiencias

12
Una noche de desenfreno acaba sumida en un sangriento amanecer. Sangriento y doloroso, era convite de una cuenta atrás, esclavo de un tic tac de velocidad alarmante. No sería, sin embargo, una predicción maya catastrófica -eso quedó atrás hace dos años-, pero sí se presentaba ante mí un año de cambios, de abundantes signos de puntuación. Interrogación, punto y seguido, punto y aparte, exclamación. Orgulloso, a día de hoy puedo afirmar que nada ha significado un punto y final.

11
El amor no se cuantifica en medidas temporales, ni siquiera en parámetros de intensidad. Un te quiero mucho no pesa más que un te quiero a secas, ni un y yo más tiene herramientas adicionales para combatir. Únicamente hay sensaciones, sinceras y compartidas. Me alegré, pues, no solo de que un primero de febrero el Sol despertara y yo estuviera a tu lado, sino de la evolución de un sentimiento en activo. Evolución -matizo- no en términos matemáticos, sino humanos. Porque el amor, ese cúmulo de experiencias tanto intensas como pasivas que jamás podrán ser reducidas a una sola, es claro fruto -cada día estoy más convencido- de nuestra humanidad. El amor y también el arte, que, aplicado a nuestro caso, vienen a desembocar al mismo mar.

10
El materialismo desapareció al verme rodeados de todos ellos. No importan los regalos, ni el dinero, ni la cena, ni la otra noche de desenfreno que vendría después. Al calor de la hoguera de sus almas, el frío y el mecanicismo del mundo daba igual. Y no quedan fotos que justifiquen lo que sentí, ni cifras -ni siquiera los propios 18- que contabilicen el amor que sentí hacia ellos. Amor, por fortuna volvemos a encontrarnos. Amanecer sangriento, contigo, desgraciadamente, también me he topado. Sensaciones de naturaleza idéntica, experimentadas de distinto modo. ¡Qué cíclico transitar!

9
Signos de interrogación. En este pasaje turbio numerosas son las cuestiones planteadas. ¿Por qué? ¿Y por qué en este preciso instante? ¿Qué? ¿Qué ha cambiado en mí? ¿Quién? ¿Quién me llevó al desastre del replanteamiento? O más bien, ¿quién soy? ¿Y qué espero de mí? Presión externa, que más bien viene de dentro; fuerza ejercida por la cruenta batalla entre el deber y el querer, entre la mente y el corazón. ¡No quiero decidir! ¡Qué condena la de ser libre! ¡Ay, Sartre, tenías razón! Tan solo quise dejarme llevar por el caudal del río.

8
Me acordé, entonces, de una de las películas de dibujos animados que más me gustaban de pequeño. "Ohana significa familia" era una de las citas más célebres de aquella obra de ficción, que, a mi temprana edad, era incapaz de comprender. Años más tarde, justamente ese día, comprendí lo que significaba ohana. Ohana era un tesoro valioso, ohana significa querer, ohana conformó un apoyo. Ohana se presentaba ante mí como un regalo. A pesar de las adversidades, de las indecisiones, del olvido y del desgastamiento, supe que ohana siempre tendría un hueco en mi diccionario personal. Y di gracias por, al fin, haberlo comprendido.

7
El mundo que crece alrededor y camina a tu lado día a día pasa, en ocasiones, desapercibido. Era en aquel momento yo, y no solo académicamente, gracias a ellos. Y lo sigo siendo. Nunca sabré colmarlos de suficientes agradecimientos. Los conocimientos son minucias al lado de la inteligencia emocional que, sin darme prácticamente cuenta, me incitasteis a desarrollar. Se crearon lazos indestructibles y cimientos que ninguna bola de demolición podrá nunca derribar. Gracias, pues, al Instituto Herminio Almendros, ese ente formado por todos aquellos que me apoyasteis en todo momento y me invitasteis a saltar. No era un precipicio tan profundo, al fin y al cabo. Y aún lo fue menos cuando os ofrecisteis a saltar conmigo.

6
El tren llegaba a las últimas paradas. Sonaba la sirena. No sé si estaba preparado. A pesar de ello, bajé, dispuesto a emprender otro trayecto, aunque siempre con billete de vuelta. Siempre en mi bolsillo, siempre.

5
Increíble. No admite otro calificativo. Los esfuerzos, la pasión y la entrega veían la luz. También se asomaban los miedos. ¿Soy merecedor de ser uno de los cincuenta afortunados? ¿Qué habían visto en mí? Seguro que el resto de talentos me cegarían. Pequeña estrella parecía ser yo, nada más que un rincón apartado de la Vieja Europa que en aquel viaje iba a descubrir.

4
No fue un viaje. No fue tan solo un viaje. Dejamos al Coliseo atrás, a la Torre Eiffel apagada, al Big Ben dar la hora sin prestarle la más mínima atención. Adoramos, por el contrario, lo que el ser humano escondía, admiramos el conocimiento compartido, dimos -o al menos eso pareció- un soplo de aire fresco a nuestro alrededor. Era el inicio de la enredadera en la que se iba a convertir mi vida. "Complícate la vida", alguien gritó. Ojalá siempre esté presente en mí esta agradable y reconfortante complicación.

3
Como buena revolución, aquella experiencia trastocó todas las evidencias de mi vida. Los axiomas dejaron de serlo y, al tambalearse parte de la estructura, el edificio que soy yo también se reconstruyó. Parecía que atrás iba a quedar una sucesión de historias y de protagonistas, pero finalmente un proyecto conjunto se abrió camino. Y sucedió. Tan solo sucedió.

2
Amaneció tal y como aquel 1 de enero de 2014 predije. Sorprendentemente no sangró. Nada más decía hasta pronto a la ciudad que me vio nacer, a mi familia, a mi pareja, a mis amigos. A mí, en cambio, me saludé. No iba ni siquiera a despedirme temporalmente de lo que había sido, sino que todavía me abracé más. La Alhambra se alzaba en el horizonte, mi pasión por las letras se iba a vivificar y gente sorprendente se iba a cruzar en mi camino. No podía estar más feliz con mi pasado, mi presente y lo que a partir de entonces iba a suceder.

1
Amaneció -repito- tal y como aquel 1 de enero de 2014 predije. Pero, evidentemente, no sangró. Confío en mí mismo y en todas las personas a las que quiero con locura y que no me han dejado de lado. El ahora es mi momento. Intentemos, pues, aprovechar el mediodía.

...

POR UN 2015 DE CRECIMIENTO, DE SONRISAS Y SORPRESAS Y DE CAMBIOS.
POR UN 2015 A VUESTRO LADO



sábado, 13 de diciembre de 2014

Diario de un universitario (II): (Triste) Pensamiento colectivo sobre la educación

Sí, estoy harto de oír que el sistema educativo español es una basura, de que me recuerden que cualquier finlandés me supera en inteligencia y de que me repitan sin cesar que estoy a la cola en educación entre una larga lista de países según un estudio muy fiable y objetivo. Ya sé que soy un ceporro, que no valgo para nada y que mi futuro es completamente negro. Vamos, si yo tuviera que elegir entre un español y un no-español para un cargo público, elegiría sin dudarlo al primero. Ni de lejos el de mi país va a estar tan preparado ni va a ser tan eficiente ni tan listo como el extranjero.

De hecho, no sé para qué estudio. ¿Qué más dará mis esfuerzos si el sistema no funciona? Muchos conocimientos inútiles, poca aplicación en la vida real. ¿Cómo voy a encontrar empleo? Señores, que no sé cómo funciona la vida, que yo solo te sé decir un listado de obras de Lope de Vega y recitarte la tabla periódica de principio a fin. Pero no me pida nada más, oiga, que de ahí no paso, que mi educación no me ha dado la oportunidad de saber más. La culpa es del Gobierno, del sistema educativo y de España; yo me desentiendo. Hasta donde yo sé (poco, vamos) no es mi fallo, no tengo nada que ver en este embrollo.

Además, queridos amigos, esto no es cosa de dos días. A España poco le ha interesado la formación de los ciudadanos. En nuestro país nunca ha habido nadie importante. Bueno, Cervantes, pero ese era un fiera. Y Picasso también, pero lo del Guernica fue gracias a que había entonces una guerra, que si no nada de nada. Científicos, ¡ni uno que destaque! Vale, está Ramón y Cajal, pero pocos más. Lo que iba diciendo: que en nuestro país no ha habido nunca nadie relevante, ni yo tampoco lo seré porque de educación no se han preocupado los altos cargos. Si no están pendientes ellos, ¿lo voy a estar yo? Obviamente no. Ese tema no me concierne.

La estructura educativa es mi límite. No me pidas que yo busque una manera de explotar mi talento. Mi responsabilidad es solo beber de lo que la educación me da. Yo no tengo por qué ir buscando o actuando. ¡Faltaría más! Que mis conocimientos y habilidades vengan a mí a través del ministro de turno, paso de complicarme la vida. Yo he venido aquí solo para quejarme de que mi sistema educativo no me ofrece nada y que yo no puedo crecer si no es gracias a él.

¿Leer? Lo que me manden: si no conozco el Quijote culpa mía no es. ¿Hablar en un idioma extranjero? ¡Si en inglés nos dan mucha gramática y poca expresión oral! No hay manera de que los españoles nos comuniquemos en inglés ¿Adoptar un espíritu crítico? Ni mi sistema educativo me lo ofrece ni tampoco lo necesito. U-TI-LI-DAD: más saberes prácticos y menos abstracciones filosóficas. La reflexión no me va a dar de comer.

Lo que decía: una bazofia de país. Aquí no hay nadie, ningún talento universitario, que valga la pena. Ni dos perras gordas daría por gente con una formación tan deficiente como la nuestra. Me da igual que se hayan buscado las mañas para explotar su valor. Lo que queda fuera del sistema educativo no cuenta. Es tan solo pura anécdota.

Fdo. Una colectividad que no cree en los jóvenes que no se autolimitan y que buscan complicarse, a pesar de las adversidades, aún más la vida.


La muerte de Sócrates, Jacques-Louis David

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Diario de un universitario (I): Manual para dejar de ser universitarios

<< Decía Canetti: "Era un monte y estalló. Era un árbol y cayó a tierra. Era un león y se acobardó". Perversiones del monte que pierde su firmeza, del árbol que abandona el mandato de sus raíces, del león que traiciona el orden de la jungla. Podríamos añadir nosotros: "Era un universitario y le bastó su rincón".
Perversiones de quien no se atreve a pensar en nombre del mundo. Encerrado en su pequeña porción de saber, de responsabilidad, de duda. Ensimismado en la falsa certeza de una herramienta sin alma, de un territorio cercado, de un tiempo enclaustrado. En un rincón, atento a sí mismo, vestido de su imitada destreza, ajeno al universo. Eran un monte, un árbol, un león que dejaron de serlo. ¿Vamos a dejar de ser universitarios?
La lógica mercantil es torpe como una veleta fija y no conoce más camino que el del mercado. Por eso pugna por transformarlo todo en mercancía, incluidas las personas y sus ideas, el tiempo y las risas, los trabajos y los días. Para hacerse hegemónica, esa lógica hubo de desterrar de las inteligencias un viejo sentido común (pensar que no debe existir nada que no esté al servicio de la dignidad de cada ser humano).
Luego construyó otro en donde todo tuviera una tasa ante los mercaderes. Machado avisó con tiempo: "todo necio confunde valor y precio". Pero los voceros de la especialización ganaron la batalla y pasaron.
Después gritaron, como si fuera evidente, su nuevo himno: ¡zapatero a tus zapatos! Alguien hizo ademán de hablarles de la virtud pública en donde todos nos hermanamos, de la voluntad general, donde hacen falta todos pensando en el todo, del compromiso cívico y el coraje ciudadano, que son el cemento de la sociedad y la clave de su progreso; pero Platón no cotizaba en el Ibex, Rousseau se había retirado, cansado de lidiar con necios poderosos, a alfabetizar inmigrantes, y trece millones de españoles pretendían mirarse a sí mismos en el espejo de una casa donde estar vigilado ya ni siquiera indignaba a nadie. Los voceros de la especialización pasaron, y a partir de entonces medimos nuestra cualificación por lo que se demanda de nosotros en un sitio que pasó a llamarse mercado de trabajo.
¿Aprender a pensar? ¿Aprender a sentir? ¿Aprender a preguntar? ¿Aprender a buscar? ¿Aprender a ser ciudadanos? "La universidad -dicen sin sonrojo-, debe cualificar para vender más cara la fuerza de trabajo. Nada debe distraemos de esta tarea". ¿Han copiado ya en sus apuntes lo último que he dicho? Manual para dejar de ser universitarios.
El nazismo eliminó en primer lugar a los judíos que no tenían destrezas concretas, saberes instrumentales. A aquél régimen no les servía lo que no tenía precio. Es curioso que aquellas personas que primero fueron rechazadas eran las que gozaban del máximo prestigio en sus comunidades. Eran las que sabían que, como seres humanos, somos universales. ¿Ya lo hemos olvidado? ¿Ya no somos universitarios?
Actualicemos a Isidoro de Sevilla: "vive como si fueras a morir mañana; estudia como si fueras a vivir eternamente; busca al mundo como si llevases una eternidad solo contigo".
Era un monte y siguió mandando al horizonte. Era un árbol que cobijaba el vientre de las nubes en su copa. Era un león que rugía su fuerza al elefante. Era un universitario que reclamaba para el compromiso el lugar universal del conocimiento. >>
Juan Carlos Monedero

lunes, 1 de diciembre de 2014

Arte: un desafío a la inmortalidad



“En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”.


¿Por qué seremos tierra, humo, polvo, sombra, nada? ¿La indeseable muerte es nuestro fin? ¿No hay más? Si se marchitará, ¿para qué plantar, entonces, nuestro fruto? ¿Para qué vivir? ¡Ay, nada será de mí tras este efímero transitar!

Desolación y muerte: estos dos eternos vocablos palpitan tras los versos barrocos de Góngora. No existen para él, amo de la poesía decadente, esperanza ni ambrosía. Tal vez la culpa fue mía por pensar siquiera que podría llegar a ser el Dios inmortal. Quizás fui demasiado iluso al creer que esta modesta reflexión –mi yo, al fin y al cabo– podría en el tiempo perdurar.


“Tiempo devorador, desafila las garras del león”


¿Tú también, Shakespeare, hijo mío? ¡Por favor, no me recuerdes que los días me arrastrarán consigo al igual que a ti te llevaron! Al menos tú tuviste la oportunidad de permanecer en cada uno de tus soliloquios, de tus personajes, de tus sonetos. ¿Qué digo? ¡Si tú eres quien creó el teatro que es la vida! Es posible que tuvieras toda la razón y no seamos nada más que simples personajes, diminutos y retorcidos, en un escenario gigante. Por suerte, unos cuantos afortunados, los verdaderos hacedores del mundo, permanecen siempre en escena.

Artista, ojalá fuera artista. La creación humana, como ven, es lo único que perdura. Ni bombardeos, ni censura, ni milenios podrán hacer desaparecer los romances lorquianos de las calles de la asombrosa Granada. Tampoco acallará el paso del tiempo el Claro de luna de Beethoven, que ante nuestros sentidos todas las noches se dibuja. Ni siquiera el Guernica dejará de denunciar las masacres de la injusta guerra.

Pienso durante un instante en el Museo del Prado. Ante mí se perfila un Goya. No se me viene a la mente ni el rostro del pintor ni su biografía. Al fin y al cabo no se tratan más que de datos anecdóticos, sin importancia alguna. Lo que sí nace ante mí es la Belleza. Se materializa –benditos sean mis ojos– el alma del artista en forma de hombre inocente, enfrentado a una retahíla de soldados armados sin rostro y en torno a una multitud aterrada. Ese es el verdadero Goya, eso es el puro arte: esa es la auténtica inmortalidad.

¿No es, acaso, el arte solamente un desafío? Aquellos escritores, si dejaran de ser el polvo que auguraron que serían, se sorprenderían de que, a pesar de sus pésimos presagios, han logrado vencer a la muerte. La han vencido no con sangre, sino con versos, método, en ocasiones, mucho más eficaz e hiriente. Porque el arte –repito– no es nada más que un reto, una provocación para el más allá y una ruptura de las estrictas condiciones del mundo sensible. Y es que, a pesar de que ellos, artistas, se vieron obligados a bajar al Tártaro, las Moiras jamás pudieron cortar del todo su hilo.