Dos años de reinvención

Dos años de reinvención
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viernes, 12 de julio de 2013

La idealización del amor: Petrarca sigue vivo

Si no es amor, ¿qué es esto que yo siento?
Mas si es amor, por Dios, ¿qué cosa es y cuál?
Si es buena, ¿por qué es áspera y mortal?
Si mala, ¿por qué es dulce su tormento?

Si ardo por gusto, ¿por qué me lamento?
Si a mi pesar, ¿qué vale un llanto tal?
¡Oh! viva muerte, oh delectuoso mal,
¿por qué puedes en mí, si no consiento?

Y si consiento, error grave es quejarme.
Entre contrarios vientos va mi nave
- que en altamar me encuentro sin gobierno -

tan leve de saber, de error tan grave,
que no sé lo que quiero aconsejarme y,
si tiemblo en verano, ardo en invierno.

Cancionero, Francesco Petrarca

***

El amor siempre se ha considerado un elemento indispensable en nuestras vidas. Este sentimiento, en ocasiones idealizado, puede provocar en nosotros la mayor de las felicidades pero también el más terrible de los sufrimientos. Una idealización que puede incluso rozar la locura, la obsesión y un punzante dolor interno. Bien lo sabe Petrarca, que compuso su Cancionero a su amor no correspondido, Laura.

Estas ideas tardomedievales y prerrenacentistas, también compartidas por el neoplatonismo, han repercutido en nuestro día a día. Dotamos a las relaciones amorosas de una importancia que muchas veces no merecen y nos dejamos llevar por la educación cristiana recibida: uno de los objetivos en la vida es encontrar a nuestra “otra mitad” –término empleado por Platón-, contraer matrimonio y tener hijos.

No obstante, estas enseñanzas no sólo se ven reflejadas en lo que al amor puro se refiere. El sexo siempre ha sido un tema tabú e incluso se ha opuesto al sentimiento amoroso, puesto que el placer se ha concebido por la religión cristiana como pecado. 

Además, se suele relacionar el amor con una leve pérdida de nuestra libertad. ¿De veras es necesario dejar de lado el resto de aspectos de la vida por volcar todo el tiempo en la pareja? Desgraciadamente, parece que sí, puesto que hoy en día es frecuente observar la dependencia en parejas de corta edad y la superioridad del hombre sobre la mujer que desemboca usualmente en violencia de género.


En conclusión, todos los tópicos que envuelven al amor, desde su completa necesidad hasta la relación con el sexo y la atadura que supone, no es más que una muestra de lo arraigada que está nuestra sociedad a la tradición. Tal vez la corriente neoplatonista estuviera en lo cierto acerca del poder sobrenatural del amor, pero ni por asomo el hombre está desterrado en este mundo ni por hacerse con él conseguirá la eterna gloria.

jueves, 11 de julio de 2013

De una primera imagen a un enamoramiento absoluto

El enamoramiento es un proceso largo y complejo. De él dependen multitud de factores: el físico, el modelo idealizado de persona, el carácter y personalidad, la popularidad y el dinero, entre otros.

Uno no se enamora de la noche a la mañana. Sin embargo, la primera impresión es esencial, en la que entra en juego el físico. Por lo tanto, el amor a primera vista sí que existe, pero claramente se trata de algo muy superficial. Así se completa la primera fase del enamoramiento: el famoso flechazo provoca un gran interés en conocer más a fondo a la que podrá ser la futura pareja.

Todos tenemos un modelo de persona, esa idealización que roza la perfección. En este primer periodo, si  somos una chica guapa, alta, sexy y simpática con el que todo hombre sueña, o ese hombre musculado, robusto, atractivo y divertido que vuelve locas a las mujeres; tendremos mucha ventaja con respecto a los demás pretendientes. En pocas palabras, el flechazo tiene lugar cuando encontramos a ese modelo sin defectos que andábamos durante mucho tiempo buscando.

Sin embargo, el enamoramiento sólo acaba de empezar. Ahora debemos conocer a esa persona de la que nos hemos interesado. Aquí entra en escena el componente más delicado de todos: el carácter. A primera vista, todo parece maravilloso, pero cuando empezamos a conocer en profundidad al elegido y podemos admirar desde un punto más objetivo sus virtudes y defectos, todo cambia. Tal vez nos cause una completa decepción. Es posible que ese chico o chica no sea tan perfecto como las primeras impresiones nos mostraron o, sencillamente, hayamos encontrado una serie de cualidades que detestamos. En este paso es cuando se debe tomar una crucial decisión: aceptar todo ese cocktail de virtudes y defectos y continuar con el proceso, o desenamorarnos.

Paralelamente, plantearemos a continuación un nuevo interrogante: ¿Por qué ciertas personas que no poseen un físico sublime ni un carácter envidiable tienen mayor éxito entre hombres o mujeres que, por ejemplo, alguien más atractivo y encantador? Simplemente se debe a la fama, a la popularidad. ¿Cuánta gente se enamora de un Don Nadie? Únicamente otro Don Nadie como él. Sin embargo, aquellos que se encuentran en la cima del status social disponen de multitud de pretendientes. Vivimos en una sociedad donde buscamos ascender de rango social, creernos importantes y superiores al resto; sentirnos, ilusos, como un Dios.

Como no, también hay que añadir nuestro absurdo materialismo. Buscamos el dinero como ratones que huelen un suculento pedazo de queso. Eso explicaría por qué gran cantidad de empresarios ancianos y pervertidos, además de poseer millones, disfrutan de la compañía de bellísimas modelos o actrices. No obstante, esto ni siquiera se podría considerar enamoramiento. Este caso sólo puede recibir el nombre de prostitución. Esa preciosidad es, para él, una posesión más, tal como un chalet en la playa o una isla paradisíaca.

Concluyendo, el enamoramiento no es nada más que una simple razón matemática: aspecto / personalidad. La primera imagen es imprescindible: ser deseable, popular o adinerado. Sin embargo, la fase determinante del enamoramiento es el descubrimiento de la personalidad de ese chico o chica, que dará lugar a un enamoramiento mayor o a un desinterés absoluto. Una vez enamorados, sentimos esa seguridad, ese afecto que no compartimos con otra persona. Cuando estamos completamente enamorados, nos damos cuenta de lo que esa persona realmente representa y significa para nosotros.

Escrito en mayo de 2011


sábado, 6 de julio de 2013

Recortes, reformas y deformes (VII): Falacias, el método infalible para engañar a los votantes

Bienvenidos, futuros jóvenes políticos. Hoy dedicaremos nuestra lección a la retórica propia de los que ostentan los cargos públicos o, más bien, los argumentos que deben manejar en cualquier discurso o debate. Argumentación o lo que ellos mejor conocen, es decir, el manejo de afirmaciones totalmente falsas. Sí, inexpertos aprendices, os vamos a instruir en el arte de la falacia para que podáis conducir vuestro rebaño de ovejas hacia la dirección que deseéis. Para ello, contamos con la presencia de expertos en esta práctica, señores que la experiencia ha moldeado en el campo sin importar su ideología o posición. Hablamos de aquellos personajes charlatanes que se sientan, asisten y discuten -y que, paradójicamente, nunca nos representan- en el Parlamento.

Antes de nada, es necesario anotar una definición clave: qué es una falacia. La falacia, amigos, no es más que un argumento no válido, y la publicidad en especial, pero también la política, está plagada de falacias. Aquí se presenta la gama más empleada por ese Presidente, esos ministros y esa espléndida oposición que, por desgracia, gobierna hoy en España:


-AD POPULUM. Quizás esta sea la falacia más aclamada por los políticos. Apelar a la emoción de las masas mediante sus discursos es, sin duda, su principal objetivo. Para ello se valen de eslóganes o tesis basadas en los intereses de un grupo. << Tendremos que llevar a cabo recortes pero os sacaremos de la crisis >>. Maldigo a la crisis, cuya resolución todos los partidos creen tener, aunque realmente ninguno de ellos sepa cómo manejar las riendas de este jamelgo desenfrenado.

-TU QUOQUE. Expertos son los integrantes del Partido Popular en esta conocida falacia, basada en acusar a quien esgrime la tesis. << Nosotros tendremos la culpa de la subida del paro pero vosotros, durante el mandato de Zapatero, eráis los únicos culpables >>. El argumento del legado del expresidente del PSOE -herencia que sí que es cierto que dejó, pero que no sirve al actual Gobierno como excusa- ya es un clásico.

-AD IGNORANTIAM. Como no se ha demostrado lo contrario, la tesis del emisor es la correcta. Esto es, sin duda, lo que sufren los grupos minoritarios del Parlamento, tales como IU o UPyD. No podéis saber nada de asuntos gubernamentales cuando nunca habéis formado gobierno en este país, diría cualquiera de las dos Españas, esas que nunca han permitido al resto exponer sus ideas, por innovadoras y viables que fuesen.

-AD HOMINEM. Se trata simplemente de una descalificación a aquel que defiende la postura contraria al emisor. << Guindos dice que saldremos de la crisis el año que viene, pero Guindos es un ignorante que nada sabe de economía.>> ¿No os recuerda esta falacia a las acusaciones usadas usualmente por la demagoga oposición?

-DE GENERALIZACIÓN INADECUADA. Falacia alimentada por los mitos y las habladurías del pueblo. ¿Quién no ha oído aquello de << todos los de derechas son unos "fachas", partidistas de Franco >> o << todos los de izquierda son unos rojos, ateos y antimonárquicos >>?

-DE DOBLE NEGACIÓN o NEGACIÓN DEL ANTECEDENTE. Para entender esta táctica, es necesario tener en mente unas fichas de dominó. Si golpeamos una ficha X, la ficha Y situada justo al lado de la anterior también caerá por efecto dominó. Sin embargo, esto no puede suceder a la inversa o si se estudian los casos aislados. Por lo tanto, si un político dice << Si privatizamos la sanidad, se prestarán buenos servicios >>, desde un punto de vista lógico, la argumentación es correcta. No obstante, nadie dice eso, sino que todos ellos suelen utilizar la falacia que reside en la negación de las dos proposiciones: << Si no privatizamos la sanidad, no se prestarán buenos servicios >>. Esto implica una condición obligada y es que no se podrá ofrecer una sanidad de calidad a menos que no se privatice, afirmación absolutamente errónea.

-AD VERECUNDIAM: Es realmente fácil distinguirlo en un anuncio publicitario en el que se utiliza una autoridad que quizás nada tiene que ver con el ámbito ligado al producto que promociona pero que, por el simple hecho de ser esa persona, lo que dice es incuestionable. En política, los votantes somos ingenuos y confiamos plenamente en nuestro líderes. << Es ministro de Educación, él sabrá lo que hace >>. ¿De verás sólo por haber sido nombrado por el Presidente todo lo que haga o diga es eternamente correcto? No será nuestro actual José Ignacio Wert, quien tiene a toda la comunidad educativa irritada e indignada por sus reformas.


Como habréis podido observar a lo largo de este análisis, un político no se vale solamente de su imagen, sino que además es hombre y dueño de sus palabras. Palabras que, en ocasiones, pueden ser incoherentes, incompletas o inexpresivas pero que, al fin y al cabo, son vocablos, si a esta sarta de manipuladas calumnias se les puede seguir llamando así.


jueves, 4 de julio de 2013

¿Victoria o derrota? (II): Venite, triumphantes

Aprieta el gatillo. Comienza el juego de la ruleta rusa. Miradas nerviosas, glándulas sudoríparas en acción. En esta azarosa situación, únicamente se pierde o se gana. Quizás abandonar la partida sería la decisión más sensata: nuestro atolondrado día a día se mantendría en equilibrio. Aunque tal vez lo más ridículo y estúpido sea no apostar, rendirnos sin ni siquiera haber jugado.

<< Puedes descubrir más de una persona en una hora de juego que en un año de conversación >>. Ya lo sentenció Platón, y es necesario confirmar que el filósofo estaba en lo cierto. La entrega en la batalla y la predisposición a los desafíos que pueblan nuestra vida son aquello que nos moldea en personalidad. Hablar únicamente conduce a monólogos monótonos sobre situaciones idealizadas nada cercanas a cómo actuaríamos en la realidad. No obstante, a través del juego se aparece ante nosotros la verdad más transparente: cómo somos realmente.

Ese interrogante se reduce a dos respuestas que corresponden a dos únicos instantes en un reto: el momento del triunfo y el de la derrota. Saber sobrellevar la victoria es igual o incluso más indispensable que encajar una dura crítica o una fatídica pérdida. Mas el sensual sabor de la grandeza siempre nos atrae con sus armas deplorables.

Cuando alzamos la copa nos sentimos superiores e, inevitablemente, comparamos nuestra capacidad con la mediocridad del resto de humanos, aún a sabiendas de que dicha cualidad antes también nos caracterizaba a nosotros. La mayoría de las veces clamamos victoria al alzar nuestros dedos índice y corazón y, siendo embrujados por la malicia, la codicia y la ambición, giramos nuestra palma de la mano dedicando a nuestros espectadores un gesto obsceno.

Venid, triunfantes, venid, pero mejor será que dejéis de lado vuestra absurda superioridad. En esta competición a la que apodamos vida, en la que todos derrochamos esfuerzo y sacrificio, no existen eternos ganadores ni derrotados. A lo largo de nuestras efímeras vidas sufriremos en múltiples ocasiones y experimentaremos una antítesis muy acusada: el dolor del abatido y la alegría del vencedor. Levantaos tras la caída y caeos cuando os coloquéis vosotros mismos en un pedestal más alto del que os pertenece para que, así, vuestra vida sea un continuo e imparable logro. Esa, queridos lectores, es la clave del éxito más ansiado.

miércoles, 3 de julio de 2013

Literatura Vital (IX): La casa de Asterión

* Jorge Luis Borges relata el mito grecolatino relacionado con Teseo y el laberinto del minotauro pero, esta vez, en boca del minotauro Asterión.



Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

La casa de Asterión [Cuento completo], J. L. Borges