Aprieta el gatillo. Comienza el juego de la ruleta rusa. Miradas nerviosas, glándulas sudoríparas en acción. En esta azarosa situación, únicamente se pierde o se gana. Quizás abandonar la partida sería la decisión más sensata: nuestro atolondrado día a día se mantendría en equilibrio. Aunque tal vez lo más ridículo y estúpido sea no apostar, rendirnos sin ni siquiera haber jugado.
<< Puedes descubrir más de una persona en una hora de juego que en un año de conversación >>. Ya lo sentenció Platón, y es necesario confirmar que el filósofo estaba en lo cierto. La entrega en la batalla y la predisposición a los desafíos que pueblan nuestra vida son aquello que nos moldea en personalidad. Hablar únicamente conduce a monólogos monótonos sobre situaciones idealizadas nada cercanas a cómo actuaríamos en la realidad. No obstante, a través del juego se aparece ante nosotros la verdad más transparente: cómo somos realmente.
Ese interrogante se reduce a dos respuestas que corresponden a dos únicos instantes en un reto: el momento del triunfo y el de la derrota. Saber sobrellevar la victoria es igual o incluso más indispensable que encajar una dura crítica o una fatídica pérdida. Mas el sensual sabor de la grandeza siempre nos atrae con sus armas deplorables.
Cuando alzamos la copa nos sentimos superiores e, inevitablemente, comparamos nuestra capacidad con la mediocridad del resto de humanos, aún a sabiendas de que dicha cualidad antes también nos caracterizaba a nosotros. La mayoría de las veces clamamos victoria al alzar nuestros dedos índice y corazón y, siendo embrujados por la malicia, la codicia y la ambición, giramos nuestra palma de la mano dedicando a nuestros espectadores un gesto obsceno.
Venid, triunfantes, venid, pero mejor será que dejéis de lado vuestra absurda superioridad. En esta competición a la que apodamos vida, en la que todos derrochamos esfuerzo y sacrificio, no existen eternos ganadores ni derrotados. A lo largo de nuestras efímeras vidas sufriremos en múltiples ocasiones y experimentaremos una antítesis muy acusada: el dolor del abatido y la alegría del vencedor. Levantaos tras la caída y caeos cuando os coloquéis vosotros mismos en un pedestal más alto del que os pertenece para que, así, vuestra vida sea un continuo e imparable logro. Esa, queridos lectores, es la clave del éxito más ansiado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario