<< Puedes descubrir más de una persona en una hora de juego que en un año de conversación >>. Ya lo sentenció Platón, y es necesario confirmar que el filósofo estaba en lo cierto. La entrega en la batalla y la predisposición a los desafíos que pueblan nuestra vida son aquello que nos moldea en personalidad. Hablar únicamente conduce a monólogos monótonos sobre situaciones idealizadas nada cercanas a cómo actuaríamos en la realidad. No obstante, a través del juego se aparece ante nosotros la verdad más transparente: cómo somos realmente.

Cuando alzamos la copa nos sentimos superiores e, inevitablemente, comparamos nuestra capacidad con la mediocridad del resto de humanos, aún a sabiendas de que dicha cualidad antes también nos caracterizaba a nosotros. La mayoría de las veces clamamos victoria al alzar nuestros dedos índice y corazón y, siendo embrujados por la malicia, la codicia y la ambición, giramos nuestra palma de la mano dedicando a nuestros espectadores un gesto obsceno.
Venid, triunfantes, venid, pero mejor será que dejéis de lado vuestra absurda superioridad. En esta competición a la que apodamos vida, en la que todos derrochamos esfuerzo y sacrificio, no existen eternos ganadores ni derrotados. A lo largo de nuestras efímeras vidas sufriremos en múltiples ocasiones y experimentaremos una antítesis muy acusada: el dolor del abatido y la alegría del vencedor. Levantaos tras la caída y caeos cuando os coloquéis vosotros mismos en un pedestal más alto del que os pertenece para que, así, vuestra vida sea un continuo e imparable logro. Esa, queridos lectores, es la clave del éxito más ansiado.
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