Dos años de reinvención

Dos años de reinvención
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lunes, 29 de diciembre de 2014

2014: el paradigma de las 12 experiencias

12
Una noche de desenfreno acaba sumida en un sangriento amanecer. Sangriento y doloroso, era convite de una cuenta atrás, esclavo de un tic tac de velocidad alarmante. No sería, sin embargo, una predicción maya catastrófica -eso quedó atrás hace dos años-, pero sí se presentaba ante mí un año de cambios, de abundantes signos de puntuación. Interrogación, punto y seguido, punto y aparte, exclamación. Orgulloso, a día de hoy puedo afirmar que nada ha significado un punto y final.

11
El amor no se cuantifica en medidas temporales, ni siquiera en parámetros de intensidad. Un te quiero mucho no pesa más que un te quiero a secas, ni un y yo más tiene herramientas adicionales para combatir. Únicamente hay sensaciones, sinceras y compartidas. Me alegré, pues, no solo de que un primero de febrero el Sol despertara y yo estuviera a tu lado, sino de la evolución de un sentimiento en activo. Evolución -matizo- no en términos matemáticos, sino humanos. Porque el amor, ese cúmulo de experiencias tanto intensas como pasivas que jamás podrán ser reducidas a una sola, es claro fruto -cada día estoy más convencido- de nuestra humanidad. El amor y también el arte, que, aplicado a nuestro caso, vienen a desembocar al mismo mar.

10
El materialismo desapareció al verme rodeados de todos ellos. No importan los regalos, ni el dinero, ni la cena, ni la otra noche de desenfreno que vendría después. Al calor de la hoguera de sus almas, el frío y el mecanicismo del mundo daba igual. Y no quedan fotos que justifiquen lo que sentí, ni cifras -ni siquiera los propios 18- que contabilicen el amor que sentí hacia ellos. Amor, por fortuna volvemos a encontrarnos. Amanecer sangriento, contigo, desgraciadamente, también me he topado. Sensaciones de naturaleza idéntica, experimentadas de distinto modo. ¡Qué cíclico transitar!

9
Signos de interrogación. En este pasaje turbio numerosas son las cuestiones planteadas. ¿Por qué? ¿Y por qué en este preciso instante? ¿Qué? ¿Qué ha cambiado en mí? ¿Quién? ¿Quién me llevó al desastre del replanteamiento? O más bien, ¿quién soy? ¿Y qué espero de mí? Presión externa, que más bien viene de dentro; fuerza ejercida por la cruenta batalla entre el deber y el querer, entre la mente y el corazón. ¡No quiero decidir! ¡Qué condena la de ser libre! ¡Ay, Sartre, tenías razón! Tan solo quise dejarme llevar por el caudal del río.

8
Me acordé, entonces, de una de las películas de dibujos animados que más me gustaban de pequeño. "Ohana significa familia" era una de las citas más célebres de aquella obra de ficción, que, a mi temprana edad, era incapaz de comprender. Años más tarde, justamente ese día, comprendí lo que significaba ohana. Ohana era un tesoro valioso, ohana significa querer, ohana conformó un apoyo. Ohana se presentaba ante mí como un regalo. A pesar de las adversidades, de las indecisiones, del olvido y del desgastamiento, supe que ohana siempre tendría un hueco en mi diccionario personal. Y di gracias por, al fin, haberlo comprendido.

7
El mundo que crece alrededor y camina a tu lado día a día pasa, en ocasiones, desapercibido. Era en aquel momento yo, y no solo académicamente, gracias a ellos. Y lo sigo siendo. Nunca sabré colmarlos de suficientes agradecimientos. Los conocimientos son minucias al lado de la inteligencia emocional que, sin darme prácticamente cuenta, me incitasteis a desarrollar. Se crearon lazos indestructibles y cimientos que ninguna bola de demolición podrá nunca derribar. Gracias, pues, al Instituto Herminio Almendros, ese ente formado por todos aquellos que me apoyasteis en todo momento y me invitasteis a saltar. No era un precipicio tan profundo, al fin y al cabo. Y aún lo fue menos cuando os ofrecisteis a saltar conmigo.

6
El tren llegaba a las últimas paradas. Sonaba la sirena. No sé si estaba preparado. A pesar de ello, bajé, dispuesto a emprender otro trayecto, aunque siempre con billete de vuelta. Siempre en mi bolsillo, siempre.

5
Increíble. No admite otro calificativo. Los esfuerzos, la pasión y la entrega veían la luz. También se asomaban los miedos. ¿Soy merecedor de ser uno de los cincuenta afortunados? ¿Qué habían visto en mí? Seguro que el resto de talentos me cegarían. Pequeña estrella parecía ser yo, nada más que un rincón apartado de la Vieja Europa que en aquel viaje iba a descubrir.

4
No fue un viaje. No fue tan solo un viaje. Dejamos al Coliseo atrás, a la Torre Eiffel apagada, al Big Ben dar la hora sin prestarle la más mínima atención. Adoramos, por el contrario, lo que el ser humano escondía, admiramos el conocimiento compartido, dimos -o al menos eso pareció- un soplo de aire fresco a nuestro alrededor. Era el inicio de la enredadera en la que se iba a convertir mi vida. "Complícate la vida", alguien gritó. Ojalá siempre esté presente en mí esta agradable y reconfortante complicación.

3
Como buena revolución, aquella experiencia trastocó todas las evidencias de mi vida. Los axiomas dejaron de serlo y, al tambalearse parte de la estructura, el edificio que soy yo también se reconstruyó. Parecía que atrás iba a quedar una sucesión de historias y de protagonistas, pero finalmente un proyecto conjunto se abrió camino. Y sucedió. Tan solo sucedió.

2
Amaneció tal y como aquel 1 de enero de 2014 predije. Sorprendentemente no sangró. Nada más decía hasta pronto a la ciudad que me vio nacer, a mi familia, a mi pareja, a mis amigos. A mí, en cambio, me saludé. No iba ni siquiera a despedirme temporalmente de lo que había sido, sino que todavía me abracé más. La Alhambra se alzaba en el horizonte, mi pasión por las letras se iba a vivificar y gente sorprendente se iba a cruzar en mi camino. No podía estar más feliz con mi pasado, mi presente y lo que a partir de entonces iba a suceder.

1
Amaneció -repito- tal y como aquel 1 de enero de 2014 predije. Pero, evidentemente, no sangró. Confío en mí mismo y en todas las personas a las que quiero con locura y que no me han dejado de lado. El ahora es mi momento. Intentemos, pues, aprovechar el mediodía.

...

POR UN 2015 DE CRECIMIENTO, DE SONRISAS Y SORPRESAS Y DE CAMBIOS.
POR UN 2015 A VUESTRO LADO



sábado, 13 de diciembre de 2014

Diario de un universitario (II): (Triste) Pensamiento colectivo sobre la educación

Sí, estoy harto de oír que el sistema educativo español es una basura, de que me recuerden que cualquier finlandés me supera en inteligencia y de que me repitan sin cesar que estoy a la cola en educación entre una larga lista de países según un estudio muy fiable y objetivo. Ya sé que soy un ceporro, que no valgo para nada y que mi futuro es completamente negro. Vamos, si yo tuviera que elegir entre un español y un no-español para un cargo público, elegiría sin dudarlo al primero. Ni de lejos el de mi país va a estar tan preparado ni va a ser tan eficiente ni tan listo como el extranjero.

De hecho, no sé para qué estudio. ¿Qué más dará mis esfuerzos si el sistema no funciona? Muchos conocimientos inútiles, poca aplicación en la vida real. ¿Cómo voy a encontrar empleo? Señores, que no sé cómo funciona la vida, que yo solo te sé decir un listado de obras de Lope de Vega y recitarte la tabla periódica de principio a fin. Pero no me pida nada más, oiga, que de ahí no paso, que mi educación no me ha dado la oportunidad de saber más. La culpa es del Gobierno, del sistema educativo y de España; yo me desentiendo. Hasta donde yo sé (poco, vamos) no es mi fallo, no tengo nada que ver en este embrollo.

Además, queridos amigos, esto no es cosa de dos días. A España poco le ha interesado la formación de los ciudadanos. En nuestro país nunca ha habido nadie importante. Bueno, Cervantes, pero ese era un fiera. Y Picasso también, pero lo del Guernica fue gracias a que había entonces una guerra, que si no nada de nada. Científicos, ¡ni uno que destaque! Vale, está Ramón y Cajal, pero pocos más. Lo que iba diciendo: que en nuestro país no ha habido nunca nadie relevante, ni yo tampoco lo seré porque de educación no se han preocupado los altos cargos. Si no están pendientes ellos, ¿lo voy a estar yo? Obviamente no. Ese tema no me concierne.

La estructura educativa es mi límite. No me pidas que yo busque una manera de explotar mi talento. Mi responsabilidad es solo beber de lo que la educación me da. Yo no tengo por qué ir buscando o actuando. ¡Faltaría más! Que mis conocimientos y habilidades vengan a mí a través del ministro de turno, paso de complicarme la vida. Yo he venido aquí solo para quejarme de que mi sistema educativo no me ofrece nada y que yo no puedo crecer si no es gracias a él.

¿Leer? Lo que me manden: si no conozco el Quijote culpa mía no es. ¿Hablar en un idioma extranjero? ¡Si en inglés nos dan mucha gramática y poca expresión oral! No hay manera de que los españoles nos comuniquemos en inglés ¿Adoptar un espíritu crítico? Ni mi sistema educativo me lo ofrece ni tampoco lo necesito. U-TI-LI-DAD: más saberes prácticos y menos abstracciones filosóficas. La reflexión no me va a dar de comer.

Lo que decía: una bazofia de país. Aquí no hay nadie, ningún talento universitario, que valga la pena. Ni dos perras gordas daría por gente con una formación tan deficiente como la nuestra. Me da igual que se hayan buscado las mañas para explotar su valor. Lo que queda fuera del sistema educativo no cuenta. Es tan solo pura anécdota.

Fdo. Una colectividad que no cree en los jóvenes que no se autolimitan y que buscan complicarse, a pesar de las adversidades, aún más la vida.


La muerte de Sócrates, Jacques-Louis David

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Diario de un universitario (I): Manual para dejar de ser universitarios

<< Decía Canetti: "Era un monte y estalló. Era un árbol y cayó a tierra. Era un león y se acobardó". Perversiones del monte que pierde su firmeza, del árbol que abandona el mandato de sus raíces, del león que traiciona el orden de la jungla. Podríamos añadir nosotros: "Era un universitario y le bastó su rincón".
Perversiones de quien no se atreve a pensar en nombre del mundo. Encerrado en su pequeña porción de saber, de responsabilidad, de duda. Ensimismado en la falsa certeza de una herramienta sin alma, de un territorio cercado, de un tiempo enclaustrado. En un rincón, atento a sí mismo, vestido de su imitada destreza, ajeno al universo. Eran un monte, un árbol, un león que dejaron de serlo. ¿Vamos a dejar de ser universitarios?
La lógica mercantil es torpe como una veleta fija y no conoce más camino que el del mercado. Por eso pugna por transformarlo todo en mercancía, incluidas las personas y sus ideas, el tiempo y las risas, los trabajos y los días. Para hacerse hegemónica, esa lógica hubo de desterrar de las inteligencias un viejo sentido común (pensar que no debe existir nada que no esté al servicio de la dignidad de cada ser humano).
Luego construyó otro en donde todo tuviera una tasa ante los mercaderes. Machado avisó con tiempo: "todo necio confunde valor y precio". Pero los voceros de la especialización ganaron la batalla y pasaron.
Después gritaron, como si fuera evidente, su nuevo himno: ¡zapatero a tus zapatos! Alguien hizo ademán de hablarles de la virtud pública en donde todos nos hermanamos, de la voluntad general, donde hacen falta todos pensando en el todo, del compromiso cívico y el coraje ciudadano, que son el cemento de la sociedad y la clave de su progreso; pero Platón no cotizaba en el Ibex, Rousseau se había retirado, cansado de lidiar con necios poderosos, a alfabetizar inmigrantes, y trece millones de españoles pretendían mirarse a sí mismos en el espejo de una casa donde estar vigilado ya ni siquiera indignaba a nadie. Los voceros de la especialización pasaron, y a partir de entonces medimos nuestra cualificación por lo que se demanda de nosotros en un sitio que pasó a llamarse mercado de trabajo.
¿Aprender a pensar? ¿Aprender a sentir? ¿Aprender a preguntar? ¿Aprender a buscar? ¿Aprender a ser ciudadanos? "La universidad -dicen sin sonrojo-, debe cualificar para vender más cara la fuerza de trabajo. Nada debe distraemos de esta tarea". ¿Han copiado ya en sus apuntes lo último que he dicho? Manual para dejar de ser universitarios.
El nazismo eliminó en primer lugar a los judíos que no tenían destrezas concretas, saberes instrumentales. A aquél régimen no les servía lo que no tenía precio. Es curioso que aquellas personas que primero fueron rechazadas eran las que gozaban del máximo prestigio en sus comunidades. Eran las que sabían que, como seres humanos, somos universales. ¿Ya lo hemos olvidado? ¿Ya no somos universitarios?
Actualicemos a Isidoro de Sevilla: "vive como si fueras a morir mañana; estudia como si fueras a vivir eternamente; busca al mundo como si llevases una eternidad solo contigo".
Era un monte y siguió mandando al horizonte. Era un árbol que cobijaba el vientre de las nubes en su copa. Era un león que rugía su fuerza al elefante. Era un universitario que reclamaba para el compromiso el lugar universal del conocimiento. >>
Juan Carlos Monedero

lunes, 1 de diciembre de 2014

Arte: un desafío a la inmortalidad



“En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”.


¿Por qué seremos tierra, humo, polvo, sombra, nada? ¿La indeseable muerte es nuestro fin? ¿No hay más? Si se marchitará, ¿para qué plantar, entonces, nuestro fruto? ¿Para qué vivir? ¡Ay, nada será de mí tras este efímero transitar!

Desolación y muerte: estos dos eternos vocablos palpitan tras los versos barrocos de Góngora. No existen para él, amo de la poesía decadente, esperanza ni ambrosía. Tal vez la culpa fue mía por pensar siquiera que podría llegar a ser el Dios inmortal. Quizás fui demasiado iluso al creer que esta modesta reflexión –mi yo, al fin y al cabo– podría en el tiempo perdurar.


“Tiempo devorador, desafila las garras del león”


¿Tú también, Shakespeare, hijo mío? ¡Por favor, no me recuerdes que los días me arrastrarán consigo al igual que a ti te llevaron! Al menos tú tuviste la oportunidad de permanecer en cada uno de tus soliloquios, de tus personajes, de tus sonetos. ¿Qué digo? ¡Si tú eres quien creó el teatro que es la vida! Es posible que tuvieras toda la razón y no seamos nada más que simples personajes, diminutos y retorcidos, en un escenario gigante. Por suerte, unos cuantos afortunados, los verdaderos hacedores del mundo, permanecen siempre en escena.

Artista, ojalá fuera artista. La creación humana, como ven, es lo único que perdura. Ni bombardeos, ni censura, ni milenios podrán hacer desaparecer los romances lorquianos de las calles de la asombrosa Granada. Tampoco acallará el paso del tiempo el Claro de luna de Beethoven, que ante nuestros sentidos todas las noches se dibuja. Ni siquiera el Guernica dejará de denunciar las masacres de la injusta guerra.

Pienso durante un instante en el Museo del Prado. Ante mí se perfila un Goya. No se me viene a la mente ni el rostro del pintor ni su biografía. Al fin y al cabo no se tratan más que de datos anecdóticos, sin importancia alguna. Lo que sí nace ante mí es la Belleza. Se materializa –benditos sean mis ojos– el alma del artista en forma de hombre inocente, enfrentado a una retahíla de soldados armados sin rostro y en torno a una multitud aterrada. Ese es el verdadero Goya, eso es el puro arte: esa es la auténtica inmortalidad.

¿No es, acaso, el arte solamente un desafío? Aquellos escritores, si dejaran de ser el polvo que auguraron que serían, se sorprenderían de que, a pesar de sus pésimos presagios, han logrado vencer a la muerte. La han vencido no con sangre, sino con versos, método, en ocasiones, mucho más eficaz e hiriente. Porque el arte –repito– no es nada más que un reto, una provocación para el más allá y una ruptura de las estrictas condiciones del mundo sensible. Y es que, a pesar de que ellos, artistas, se vieron obligados a bajar al Tártaro, las Moiras jamás pudieron cortar del todo su hilo.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

El arte del vivir (I). De títulos y sensaciones: el alma de la abstracción

A continuación se presentarán una serie de pinturas (o detalles de las mismas) de Pollock, artista adscrito al expresionismo abstracto. Ante la paleta tan variada y los trazos y formas tan desiguales que nos muestra este magnífico pintor, intentaré describir la sensación que me transmite cada uno de ellos a través de un eslogan, un nuevo título para el cuadro, una vaga descripción subjetiva del alma contenida en estos espectáculos visuales.



Claridad y luz entre una maraña de pensamientos y enredaderas




Laberinto cerrado de caminos sombríos



En el Caos no hay orden, en la oscuridad no existe color



Sobre notas, pentagramas y demás abstracciones amusicales



Beatus ille: espejismos, pastos floridos y reflejos

sábado, 20 de septiembre de 2014

El más allá nórdico: ¿espera o desesperanza?

Si, en comparación con las religiones monoteístas posteriores, los dioses griegos nos parecen cercanos, de características similares a los seres humanos, las deidades de la mitología nórdica todavía lo son más. Mientras las divinidades de la Antigua Grecia, a pesar de no estar carentes de defectos, no podían morir, los pueblos escandinavos creían en unos dioses que, mortales, podían ser derrotados y desaparecer de la faz del mundo.

Los enemigos acechan, mientras los dioses permanecen en su hogar, Asgard, tan distinto a los demás cielos que la humanidad jamás ha soñado. No hay esperanza de vida eterna, ni luz, ni felicidad. No cabe esperanza, aparentemente, en un lugar en el que aquellos que nos protegen desde las alturas pueden dejar de hacerlo en cualquier momento. Ni siquiera el Bien asegura alzarse por encima del Mal. Las fuerzas divinas no son capaces de contener lo inevitable; mas las deidades jamás dejarán de combatir, resistirán en primera línea de batalla hasta el último instante.

Hay muchas razones para alzar la vista al horizonte. Siempre que lo hacemos esperamos algo: una estrella fugaz, un Dios que nos responda o una razón para seguir vivos. El más allá desconocido nos deja indefensos ante una realidad incomprensible. No obstante, los nórdicos preferían no rendirse ante lo inalcanzable, sino creer en unas divinidades "humanas", aunque en ocasiones esta cualidad se nos presente como un antónimo. Siempre andamos buscando respuesta al más allá, pero estos pueblos prefirieron convertirlo en un "más acá", aquel que le sirva de aliento para andar, luchar y nunca dejarse vencer ante la más aguda de las debilidades.

jueves, 21 de agosto de 2014

París ya no es una fiesta


Allá a lo alto, a más de doscientos cuarenta escalones de altura, se levanta la magnificencia, el Sacre Coeur, y un paraíso bohemio, al margen del bullicio de un París eléctrico y ajetreado. En otras palabras, ante nosotros se nos presenta el dandi rebelde y soñador frente al abogado racionalista.

No obstante, cuanto más se adentra el espectador al corazón bohemio, más cae en la cuenta de que nada queda de ese ambiente transgresor. Ni siquiera el espíritu de los artistas de la plaza es heredero de "la bohème". Los cientos de turistas que buscan como hienas un pedazo de arte prostituido y comercial pueblan ahora un Montmartre frío y decadente. Decenas de tiendas de souvenirs devoran el poco aire modernista que se respira en la placeta, mientras que el visitante indiferente ignora los escasos cafés de la época que allí permanecen para sentarse en una mesa de plástico frente a un ya común Starbucks, artífice de una nueva era en la que la poesía, la irreverencia, el jazz y el descontrol han quedado completamente obsoletos. 

Amantes del arte, París ya no es una fiesta. O, al menos, ya no es el París que antes bien conocíamos.

martes, 12 de agosto de 2014

Arte poética

Insensato yo, que me atrevo a emular -o, al menos, intentar, siempre de forma fallida- la labor de los autores clave de la literatura en el intento de dar su respuesta propia al interrogante del poder sobrenatural de la poesía. Al fin y al cabo, sus Arte poética van más allá de las pautas para escribir bien -¿recuerdan esa restrictiva norma de las tres unidades en teatro de Aristóteles?-. Son, pues, una reflexión -profunda en ellos, gigantes, y escueta e insustancial en mí, acorde a mi pequeña estatura- acerca del poder de la palabra en relación al ser humano. O, al menos, a mí me gusta entenderlo así, ya que, a través de los recursos estilísticos propios del lenguaje poético, buscamos comunicar.

Mas ¿cómo comunicamos? Porque la magia de los vocablos no se rige por las leyes de la denotación. La poesía exprime la lengua y busca un significado connotativo, alternativo e incluso hermoso con el fin de expresar algo que el mundo sensible es incapaz de transmitir. El mar en Alberti sería tan finito si tan solo significara eso y quedara desligado de la sensación de libertad...

Por ello, tal vez, sienta especial predilección y admiración por el Simbolismo. Tengo tanto que decir y mi lengua -o quizás mi mundo limítrofe- tan poco que aportarme para explicar lo que siento... Solo se necesita atender a los títulos de las obras de los artistas franceses para embriagarse de ese espíritu y comunicación de la que hablamos: Baudelaire y Las flores del mal, Rimbaud y El barco ebrio o Mallarmé y Un golpe de dados jamás abolirá el azar. ¡Qué hermoso este último y cuánto sentimiento hay detrás!


    UNA CONSTELACIÓN
                                                                     fría de olvido y de desuso  
                                                                                         pero no tanto 
                                                                                                 que no enumere   
                                                                sobre alguna superficie desierta y superior   
                                                                                                el choque   
                                                                                                sideralmente sucesivo   
                                                         en un cálculo total en formación  
  
                         velando   
                                      dudando 
                                                    girando
                                                                 brillando y meditando

                                                                                   antes de detenerse   
                                                                 en algún sitio último que la consagre

                                                                 Todo Pensamiento emite un Golpe de Dados   

Mallarmé, S., Un golpe de dados jamás abolirá el azar


En su Arte Poética Borges afirmó que los libros son tan solo ocasiones para la poesía, despejando toda duda acerca de en qué preciso lugar o momento podemos encontrarnos con la magnificencia de la poesía. En resumen, la poesía es guía de nuestras vidas, nos acompaña siempre hasta en la más inexpresiva cotidianidad. ¿O acaso alguien no se acuerda del verso machadiano "monotonía de lluvia en los cristales"? Incluso el hastío -el infierno según Baudelaire- es objeto y sede de la poesía. Cualquier instante es idóneo para poetizar nuestro alrededor o, más bien, experimentar la poesía del ambiente.

Por su parte, la belleza, que no solo puede ser armoniosa, sino también desordenada, es el fin último que persigue el lenguaje poético. Ni el didactismo ni la crítica social tan presentes en ciertas épocas literarias son el objetivo de la poesía, pues esta es un tesoro valioso en sí misma: lo moralizante y lo crítico se tratan tan solo de intenciones de dicha poesía.

Por ello, a escribir poesía nunca se aprende. Se puede enseñar la técnica, por supuesto, e incluso educar el oído y la pluma para transmitir musicalidad, pero la belleza es imposible ponerla en manos del discípulo. Únicamente se llega a un buen poema plasmando de manera irreal y metafórica una belleza abstracta que anteriormente se ha captado. En mi caso, ando por la senda del saber, ya no del saber escribir, sino del saber emocionarme , aprovechar y exprimir lo hermoso de cada ocasión. Al fin y al cabo, no todos somos capaces de sentir como Stendhal, quien, ante la grandiosidad y perfección de la ciudad italiana de Florencia, cumbre del Renacimiento, falleció. Morir de belleza, ¡qué maravilloso y estúpidamente poético final!

martes, 5 de agosto de 2014

Retrato

¡Que el artista empuñe su pincel y me lo clave como si fuera un puñal! ¡Que la sangre brote y con ella perfile mi rostro! Ojos rasgados, pestañas largas, nariz curvilínea, labios carnosos y pelo rebelde. ¡Que se atreva a dibujarlo y que nunca mi retrato varíe! ¿Y si me tinto el pelo o me sajo el ojo al más puro estilo Buñuel? ¿Seré yo el del retrato? ¿Deberá el pintor enfundar su arma otra vez y plasmar un nuevo aire a mi desgastado cuadro? ¿Y si mi mirada, espejo del alma según algunos, ha cambiado? ¿Y si no soy quien era? ¿Y si he fracasado? ¿Y si acaso me he rendido? ¿Y por qué, quizás, he dejado todo de lado? Mi retrato -cambiante, fugaz y ágil-, ese que para nada merezco, es la prueba de mi constante transformación. Por favor, decidle al retratista que no malgaste la arena de su reloj, que pronto habré cambiado de nuevo, que le llevará una eternidad finalizar esta obra, que ni yo ya me reconozco.

miércoles, 23 de julio de 2014

(Pre)Universitario

La mente es una enredadera de pensamientos y, por ello, de vez en cuando es conveniente deshilar todo lo vivido. Cuando se escribe un episodio de nuestro libro en tan breve tiempo lo mejor es, más tarde o temprano, recapitular, ordenar, reflexionar y valorar. Para dicha tarea debemos comparar, en primer lugar, nuestro yo interno antes de comenzar a escribir este trascendente fragmento y a posteriori, cuando nuestra pluma ha finalizado el capítulo.

En la comparación algunos encontrarán dentro de sí insignificantes cambios, mientras otros identificarán una evolución sustancial. Y esta página de mi libro vital, que ha sido redactado en letras de oro tal y como la ocasión merece, se ha traducido en un tránsito enorme, en unos ojos más abiertos y amplios, en unas manos más llenas y en un corazón más sincero y potente. Ya no late en mí una bomba con ritmo quejicoso e irregular, sino que se trata de un órgano que revitaliza un cuerpo antes cansado y ahora dispuesto a ofrecer. Ya no soy un Jean-Paul Sartre, que, arrojado al mundo, no guarda ninguna esperanza en este cruel mundo. Ahora me he convertido en un Albert Camus, que, ante una existencia absurda, sabe reaccionar y confiar.
En definitiva, he pasado de ser un indeciso preuniversitario preocupado más por un porvenir profesional que por otro personal y social a un ser ignorante con un poco más de ese espíritu universitario que antaño caracterizaba a estas grandes comunidades de estudiantes y profesores. No diré que soy un auténtico universitario -aún me queda un largo recorrido, quizás una vida entera, para descubrir qué es esto realmente-, pero sí estoy en predisposición para serlo algún día. ¿Y cómo comenzar esta evolución tan costosa? Aunando tradición y vanguardia, como hicieron los genios renacentistas o los magníficos autores de la Generación del 27. Esa, sin duda, es la clave: progresar sin olvidar todo el legado que sostenemos sobre nuestras espaldas. Universidad es crear, mejorar, pero también salvaguardar.

No te creas aquello de las escasas salidas laborales, porque en la antigua universitas este no era el principal objetivo. Ni siquiera debería serlo en este organismo actual que nada tiene de comunidad. Los pilares fundamentales siempre han sido la búsqueda de la verdad -¿tu verdad? no, la verdad; ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela-, la síntesis de saberes y sus relaciones, transcritas en una formación integral, y el servicio a la sociedad.

Gracias, pues, al programa Becas Europa por haberme envuelto durante tres semanas en una burbuja de perfección, la cual, a día de hoy, ha sido explotada por una punzante realidad. Gracias por haberme dado visión para comprobar que, a pesar de la decadencia, un día a día mejor y más prospero es posible. Es, ahora, nuestra responsabilidad hacer de este espejismo propio un oasis permanente para la sociedad.

Atrás quedó lo que ya ocurrió. Lo mejor, de nuestra mano, está por llegar.


jueves, 17 de julio de 2014

La creación poética (III): La poesía es un arma cargada de futuro.

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,


cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.


Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.


Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.


Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.


Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.


Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.


Hago mías las faltas.  Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.


Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.


Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.


No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.


Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.



Celaya, G. Poesía urgente


jueves, 10 de julio de 2014

¿Para qué sirven las artes y las humanidades?

¿Para qué sirven las artes y las humanidades? ¿Para qué sirve la pintura, la danza, la música, la literatura? Es algo que todo el mundo nos pregunta y que, en ocasiones, hasta nosotros mismos nos cuestionamos. ¿Tiene valor práctico acaso saber distinguir entre un Monet y un Manet o rastrear en las grandes obras de la literatura universal los temas que han preocupado durante siglos al ser humano? Quizás no contribuya al progreso, como las ciencias, ni a impulsar el motor económico mundial. Mas, ¿por qué todo en la vida debe girar en torno a la practicidad?

“Eléctrica la luz, la voz y el viento, y eléctrica la vida”, dijo en uno de sus poemas Miguel Hernández. Este escritor autodidacta que cantó a la naturaleza, a la paz y a la vida retirada representa perfectamente lo que es ser humanista o artista. No queremos ser bullicio, agobio ni engranaje de una sociedad decadente. Queremos ser alma, vida, existencia y eternidad. Queremos que, en nuestro efímero transitar por el mundo, nuestro fruto como seres humanos quede grabado. “Caminante no hay camino, sino estelas en la mar”.

Pero ¿qué es el arte realmente? ¿A qué aspiran estos futuros grandes artistas? Marcel Duchamp, un dadaísta que presentó un urinario como una auténtica obra de arte, dijo que la concepción de arte reside únicamente en el espectador. Y no le faltaba razón. Cualquiera que admire Las meninas de Velázquez, le guste o no, sabe que es uno de los mejores cuadros de la historia. Pero ¿por qué? ¿Quizás por la armonía? ¿Por el efecto de espejos? ¿Tal vez gracias a los colores y tonos empleados? No tiene por qué, pues muchas otras pinturas prescinden de las técnicas propias de este autor. Entonces ¿cuál es la esencia del arte? El arte, en definitiva, es comunicación, y no solo a través del lenguaje verbal. Dicen que una imagen vale más que mil palabras y eso lo sabe tanto el artista que expresa lo que siente como el espectador que se siente identificado, suspira y disfruta del fruto del hombre.

¿Y qué decir de la literatura? Sobre su definición se han vertido ríos de tinta a lo largo de los siglos. Incluso autores contemporáneos, como el recién fallecido maestro Gabriel García Márquez, se han atrevido a ponerle definición a un término tan abstracto como este. Por ello, queremos recordar que Gabo, en la entrega del Nobel de Literatura, dedicó parte de su emotivo discurso a la poesía: “trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte”, dijo. Y concluyó, añadiendo: “es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía”. Y hoy, desde aquí, os invitamos a todos vosotros también a brindar por la poesía, “un arma cargada de futuro” como apuntó, por otro lado, Gabriel Celaya. Y no únicamente por eso. Brindemos, no solo por nosotros, los recién graduados, sino por las emociones, por la humanidad, por la literatura contenida en nuestras almas: por todos vosotros.

No podemos concluir, por supuesto, sin dar las gracias a aquellos que han hecho de esta experiencia transitoria como es el instituto un estilo de vida. Y no solo hay que dar gracias a nuestros padres y a estos estupendos compañeros y amigos. Gracias a Avelina, Amparo, Óscar, Rosa, Magdalena, Paco, Lola, Anabella, Belén, Loli, Marian, Elena, Piqueras, Fernando, Ana Belén y Mónica; gracias a todos ellos por vivir por y para las humanidades y las artes, por vivir por y para el ser humano.

¿Para qué sirven las artes y las humanidades?, decíamos al principio. Sabemos que, en un futuro, no lograremos curar una enfermedad mortal, ni sacar a la venta un invento que nos facilite la vida. Claro que lo sabemos. No obstante, nos consuela saber que aún tenemos un papel fundamental en la sociedad, pues con el arte, nuestro arte, hacemos de este absurdo y cruel mundo un lugar en el que al menos merece la pena vivir.


Discurso de graduación 2º Bachillerato Humanidades y Artes. Promoción 2013-2014

jueves, 26 de junio de 2014

Viaje al centro de la Universidad

Como la magnífica novela de ciencia-ficción del francés Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra, yo, personalmente, deseo desentrañar los misterios de un indispensable organismo social con crecientes necesidades de remodelación y actualización: la Universidad. Para ello, lo mejor es viajar al centro, al corazón de esta institución para descubrir, en primer lugar, qué es y qué significa. Una vez descubierto esto y revelada su misión, deberemos cuestionarnos sus pilares y, ante todo, si actualmente se están cumpliendo los requisitos básicos que antaño se seguían a rajatabla para la búsqueda de tal fin. No obstante, esto tan solo son divagaciones: no traigo respuestas. Al menos por ahora no. Sí, es cierto que podría enumerar una serie de afirmaciones, pero, puesto que todavía son dubitativas y escasas en fundamentos, prefiero reservarlas. No os inquietéis, no tardaré en volver con soluciones, no únicas ni universales, pero sí válidas para mi más inmediato alrededor -paciencia, lectores, por algo se empieza: los asuntos pequeños pueden convertirse en auténticos debates globales-. Volveré pronto, lo prometo. O, al menos, volveré. Espero haberme enriquecido a mi vuelta y otorgar a la sociedad todo lo que vaya a proporcionarme humanamente esta irrepetible experiencia. Mientras tanto, vosotros seréis los encargados de intentar dar contestación a todos estos urgentes interrogantes.

Descubramos la Universidad. Trabajemos todos unidos. Pongamos nuestro talento al servicio de la comunidad.

Hasta pronto.

viernes, 13 de junio de 2014

Penélope

La fiel Penélope teje de día y desteje por la noche. No avanza, espera. No espera, se detiene.

La fiel Penélope tiene a su espalda decenas de pretendientes. No rechaza, calla. No calla, desprecia.

La fiel Penélope solo dirige la vista a los mares. No se achica, tiene esperanza. No tiene esperanza, sino fe.

La fiel Penélope espera a su héroe. No quiere, adora. No adora, lo ama.

La fiel Penélope teje de día y desteje de noche. No avanza, permanece quieta. No se queda quieta, se derrumba.


La fiel Penélope espera a algo que, quizás, en esta contemporánea epopeya, jamás llegará.

Penélope, en su espera, desespera. Siento ser yo la deidad que maneje tus acciones y el destino y, a la vez, cure tu ceguera.

Penélope, vive, sé tú: nunca más destejas.


sábado, 31 de mayo de 2014

Homenaje a la mujer guerrera

A continuación os presento el relato corto que presenté al I Certamen Literario "8 de marzo", organizado por Juventudes Socialistas de Almansa, y que resultó ganador. Espero que lo disfrutéis tanto como yo he disfrutado escribiéndolo. La lucha por la igualdad todavía no está acabada.


***

La bandera tricolor ondeaba desde el balcón. El tenue sol de las nueve de la mañana penetraba en la oscura habitación, alumbrando el libro favorito de mamá, que reposaba sobre el sillón y en el que se podía leer inscrito en letras doradas el nombre de Virginia Woolf.

-            ¡Venga, pequeña! ¿Te apetece que vayamos a votar? –me animó mi madre, mientras se enfundaba su viejo chaquetón.
-            No sé para qué llevas a la niña a eso. Bueno, tampoco entiendo que tú vayas a votar. Las decisiones importantes y la política son asuntos de hombres. Además, la cocina está hecha una porquería… ¿Qué clase de ama de casa eres? –refunfuñó mi abuela.
-            ¿Ama de casa? Antes de nada soy mujer. –dio la espalda a su anciana progenitora y se dirigió hacia mí- No le hagas caso. Ponte el abrigo y vámonos.

Nada más salir del caserío me sorprendí de la euforia que se desataba en la calle. Decenas de ciudadanos al grito de “¡larga vida a la República!” se dirigían a las urnas. Los lúcidos rayos de sol otorgaban un tono más vivaz a los colores rojo, amarillo y morado que componían sus insignias.

-            ¡Menuda cola! Deberíamos haber salido antes. Nos tocará esperar, cariño –se lamentó mi madre sin perder la sonrisa.

Aquel era un pueblo pequeño y, sin embargo, parecía que todos los habitantes se habían congregado allí a ejercer su inalienable derecho a elegir. La mayoría eran hombres, aunque entre la multitud también se podían identificar unas pocas mujeres.

-            Mamá, ¿por qué casi todos son chicos? –pregunté, inocente.
-            Porque por mucho que las leyes hayan cambiado, la mentalidad de la sociedad sigue siendo la misma. –se dio cuenta de lo incomprensible que resultaban para mí esas palabras- A ver, cielo, ¿cómo puedo explicártelo? Digamos que hoy en día no hay muchas mujeres valientes. Piensa que esto es nuevo para todas nosotras.
-            ¿Eres valiente como una guerrera? –dije con un brillo en los ojos- ¿Nuevo por qué?
-            ¡Por supuesto que soy una guerrera decidida y valerosa! –añadió mi madre riéndose- Estas son las primeras elecciones de España en las que pueden votar las mujeres.
-            ¿Antes no podíais? –pregunté, curiosa.

Negó con la cabeza y me hizo una señal para que aguardara un instante, pues estábamos ya frente a la mesa electoral. Observé aquella escena con atención. El hombre responsable de la urna le exigió su identificación y, acto seguido, mi madre pudo introducir la papeleta por la rendija de aquella caja rectangular. Le temblaban las manos y tardó unos segundos en depositarla. Una vez lo hubo conseguido, una lágrima brotó de sus ojos y recorrió su rostro completo.

-            ¿Por qué lloras? –pregunté, confundida por el llanto que se había desatado en mi madre- ¿Estás triste?
-            ¡Claro que no! ¡Soy muy feliz! –rio mientras se secaba los párpados con un pañuelo- Lo que pasa es que este es un día muy importante para mí. Para mí y para ti. En fin, para todas las mujeres. Aunque este solo sea un pequeño paso, significa el inicio de la revolución feminista. Ya no seré mujer, ni ellos serán hombres, porque nos convertiremos en seres igualitarios. Este es el comienzo de algo grande, un proceso que ya ha detonado y jamás cesara de expandirse.

Miré fijamente sus ojos desafiantes. En aquel momento estuve convencida de que su discurso utópico se haría realidad algún día. Al fin y al cabo, sus palabras escondían un atisbo de verdad. En lo que respecta al hecho de que aquellas elecciones marcaron un antes y un después en el devenir del género femenino, era completamente cierto, porque la semilla de aquella mujer revolucionaria con capacidad de decisión en asuntos públicos ya había sido plantada y, por tanto, aquel ideal seguiría creciendo irremediablemente. Por el contrario, en su convencida predicción de que la valía de las mujeres se extendería a partir de entonces de forma imparable, fracasó estrepitosamente. Un día, no muchos años después, frente a un pelotón de fusilamiento, anhelaría aquella esperanza de futuro que jamás se cumpliría tal y como ella había predicho.

A primera vista, los hombres intolerantes habían silenciado la voz de la mujer insumisa. No obstante, el eco de aquel grito de revolución quedaría suspendido en el aire. Al fin y al cabo, mi optimismo me impide aceptar que esta represiva y mísera posguerra durará eternamente. Sé que resurgirá más fiera que nunca la mujer guerrera, cuyo lema será el mismo que guió a mi madre, una señora de carácter férreo a la par que dulce, durante su efímera vida: no quiero ser mujer objeto, pero tampoco hombre sujeto, sino que solamente deseo ser humana. Hoy, como mi ejemplo a seguir, pediría a todas las mujeres que fuesen revolucionarias, decididas, incontrolables, extrovertidas, luchadoras, soñadoras e inconformistas. Mamá, en este mundo absurdo y sexista lo más fácil sería ser espectadora, mas yo, al igual que tú, prefiero ser protagonista.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Eterno retorno, náusea, mentira, ansia de creación poética, crítica social, fines e inicios, decadencia y remodelación: dos años de reinvención

Hoy, veintiocho de mayo, se cumplen dos años del acontecimiento mundial más insignificante en décadas. Matizo el término mundial, pues, a pesar de no haber traspasado las fronteras espacio-temporales, a título personal el suceso sí ha sido clave en mi devenir. Hace exactamente dos años, cuando era un -aún más- indefenso joven, abrí las puertas de mi mente con ilusión a un proyecto indefinido, sin límites, perenne. Sin fecha de caducidad hasta hace aproximadamente dos meses, cuando, tras varias intermitencias, decidí posponer -muy a mi pesar- todas las sensaciones que me abrumaban. Fueron unos días interminables y vacíos en los que nada tenía sentido si no lo aliñaba con mi característica reflexión y sinrazón. Todo era demasiado evidente, real, incuestionable, y en esas circunstancias la Filosofía y todas las artes dejaban de tener el sentido completo que antaño poseían. Por unos instantes en los que la presión externa me cosificaba, me dominaba a su antojo, dejé de sentir ese irremediable deseo de crítica racional que durante aquellos casi dos años me había invadido. Una amalgama de sentimientos se pusieron en fila frente a mi puerta, emociones que me golpeaban y me hundían en la miseria y en el nihilismo. Y durante esos aparentemente breves pero inacabables meses sentí como una ráfaga de aire todo aquello que había pasado por mi cabeza desde que decidí comenzar el blog:

Eterno retorno, náusea, mentira, ansia de creación poética, crítica social, fines e inicios, decadencia y remodelación. Y en estas entradas en honor al segundo aniversario, superficialmente inconexas, se encuentra la esencia de lo que para mí significó aquel corto naufragio y esta eterna travesía.

Me sentí y me siento un filósofo de la Antigua Grecia. Noto como el ciclo se repite una y otra vez, que no hay una separación fija de acontecimientos, que todo vuelve a su caudal, que no hay línea que seguir con el fin de llegar a un paradero desconocido.

Me sentí y me siento Sartre. Me doy cuenta de que estoy condenado a ser libre, que a partir de ahora todo depende de mí, que estoy arrojado a un mundo en el que yo soy mi único y máximo responsable.

Me sentí y me siento Wittgenstein. He despertado de la armonía, perfección y verdad que creía que poblaba nuestro Universo para horrorizarme con una realidad acompasada, imperfecta y falsa.

Me sentí y me siento García Márquez y Borges. Soy consciente ahora del poder de la palabra, de mi ansia por escribir, de lo presente que está en nosotros, los seres humanos, la poesía y la belleza.

Me sentí y me siento Spinoza. Busco ante todo un compromiso social y una crítica a lo establecido, deseo crear algo justo, beneficioso e imperecedero para los demás.

Me sentí y me siento ellos, mis compañeros. He descubierto que todo tiene un comienzo y un final, pero no que esto signifique una sumisión en el olvido. Somos una cebolla que va adquiriendo capas pero que, en un momento determinado, se pueden quitar.

Me sentí y me siento Nietzsche. He sido partícipe de mi declive, pero también de mi capacidad de regeneración. Ojalá abandonara lo que me arrastra a la decadencia y construyera en su lugar aquello que me ayude a alcanzar una condición humana superior.

Me sentí y me siento reinventado. Me sentí y me siento diferente. Me sentí y me siento cambiante, pues, en estos dos años de gracias interminables, he crecido lo suficiente como para mejorarme como individuo, pero no tanto como para no reconocerme. Y a la Filosofía, maestra y guía de mi vida desde hace veinticuatro meses, doy a partir de hoy enteramente mi alma.



martes, 27 de mayo de 2014

Decadencia

Occidente en ruinas y yo aquí parado. Fracaso social y yo, también, fracasado. Decadencia de sombras y yo sin aportar luz. Dios debe morir y yo sin cuchillo ni valor. Occidente en ruinas y, por tanto, en ruinas estoy yo.

Friedrich Nietzsche fue uno de los filósofos de la sospecha, junto a Marx y Freud, y pretendió mistificar todo lo que se daba por hecho: las convenciones, las tradiciones, lo aparentemente transparente. Mas estos detectives de la corrupción encuentran en su búsqueda de todo menos cristalinidad. En el caso de Nietzsche, tras un análisis exhaustivo de la cultura occidental, descubrió una sociedad abocada a su propia destrucción y que negaba su bien más preciado: la vida.

Nuestra labor, según Nietzsche, será regenerar la sociedad. Sin embargo, no es un paso tan simple, sino que el humano resentido por su condición de esclavo deberá adoptar una moral de señores o, en otras palabras, evolucionar. Pero no se trata de una evolución desde una perspectiva biológica, sino humana. Y para que esta transformación se lleve a cabo nos veremos obligados a rechazar todo lo que nos ha traído hasta nuestra situación actual: filosofía, moral y religión, los arraigados pilares de Occidente.

No obstante, ¿a qué debemos aspirar según este filólogo? Debemos crecer hasta, paradójicamente, ser niños. Debemos ser inocencia, juego, nuevo comienzo. Necesitamos decir sí a la vida, ser amantes de nuestro día a día y no basar nuestras acciones en la propia venganza. Tenemos que convertirnos en el que Nietzsche llamará Superhombre (übermensch).

Y a estas alturas es cuando nos abruma la impotencia, cuando somos conscientes de que no podemos escapar de la decadencia que nos persigue como una sombra acechante, cuando nos sentimos incapaces de ser señores en un mundo de esclavos. Y si Occidente está en ruinas, yo también lo estoy. Y si la sociedad es decadente, yo, por consiguiente, lo soy. Y quiero ser Superhombre. Y ansío ser Superhombre. Pero no sé por dónde empezar ni tengo el valor para destruirlo todo, tal vez porque no considero que sea necesario o quizás a causa de mi inoperancia, quién sabe.

Lo que sí que estoy seguro es que un solo joven enclenque como yo no puede remover los ancestrales cimientos del alto rascacielos que somos. Soy incapaz de quitarme el peso de las córcovas, de rugir como un fiero león y de derrumbar a martillazos esta injusta estructura sin futuro. Necesito más Superhombres que afiancen mi poder, que aporten nuevos ladrillos y que ayuden a lavar la imagen del fracaso. Si en asuntos más insignificantes se hace urgente la fuerza de la colectividad, la emergencia es aún más patente en un proyecto tan decisivo como la destrucción de Occidente. Y más que destrucción de nuestro alrededor -que puede emprenderla un solo hombre-, nuestra propia remodelación como seres humanos. Y es que, una vez más, si deseamos que la sociedad cambie, primero nos tendremos que, individualmente, reinventar a nosotros mismos.

lunes, 26 de mayo de 2014

Fin de una etapa

A mis humanistas, compañeros de clase y, ante todo, amigos:

Cada instante en el que me desvivo por una obra literaria magnífica, por el descubrimiento de un nuevo vocablo con el que describir lo que siento, por una reflexión imposible que me atormenta, me desvivo también por ellos. Porque vosotros sois todo eso: sois poesía, sois un étimo, sois filosofía, sois yo. Sois quienes, en cierta manera, me habéis formado durante estos años, quienes han hecho del monótono trabajo una pasión, de un grupo con un fin puramente académico una familia. Sois quienes habéis forjado mi madurez; sois el pan de cada día, la fuente de mi conocimiento, las anécdotas más arraigadas a mi persona. Sois el énfasis de mi felicidad, pero también el inicio de mis dudas y preocupaciones.

Y a pesar de los disgustos, las largas jornadas, el agobio y el incesante tic tac que me persigue, habéis conseguido alegrar, acortar y atemporalizar mis días. Atemporalizar digo, porque este hilo común que nos une no es asunto ni sueño únicamente de un adolescente perdido o de un pasional preuniversitario. Esta gran comunidad que hemos formado derribará -al menos eso espero- los límites del tiempo e incluso del espacio. No habrá distancias ni años transcurridos si aquellas amenas e interesantes clases o las divertidas tardes de trabajos juntos siguen en nuestra mente. Solo el olvido podría finalizar con esto. Y esto es demasiado grande como para que una sola mente deje de recordarlo. Y más que una mente, un corazón, un alma inmortal, que es lo que, al fin y al cabo, los humanos somos: almas que vagan errantes y se han encontrado y que, a pesar de separarse, regresarán juntas de nuevo.

Y es que siempre nos quedará el retorno, ya no al pasado, sino a un presente alternativo. El presente es nuestro, recordad esto. Y, aunque ya no vayamos a caminar todos juntos, construiremos un futuro común, comprometido y esperanzador, de eso estoy seguro. Haremos que lo vivido y lo que queda por vivir merezca la pena.

Nos vemos en la siguiente parada, amigos.


sábado, 24 de mayo de 2014

La creación poética (II): Jorge Luis Borges

<< Me gustaría, en principio, avisarles con claridad de lo que cabe esperar -o, mejor, de lo que no han de esperar- de mí. Me doy cuenta de que incluso he cometido un error al titular mi primera conferencia. El título es, si no nos equivocamos, «El enigma de la poesía", y el énfasis recae, evidentemente, en la primera palabra, «enigma". Así que ustedes podrían pensar que el enigma es lo más importante. O, lo que aún sería peor, podrían pensar que me he engañado a mí mismo al creer que, en alguna medida, he descubierto el verdadero sentido del enigma. La verdad es que no tengo ninguna revelación que ofrecer. He pasado la vida leyendo, analizando, escribiendo (o intentándolo) y disfrutando. He descubierto que esto último es lo más importante. Embebido en la poesía, he llegado a una conclusión final sobre el asunto. Es verdad que, cada vez que me he enfrentado a la página en blanco, he sabido que debía volver a descubrir la literatura por mí mismo. Pero de nada me vale el pasado. Así que, como he dicho, sólo puedo ofrecerles mis perplejidades. Tengo cerca de setenta años. He dedicado la mayor parte de mi vida a la literatura, y sólo puedo ofrecerles dudas.

El gran escritor y sonador inglés Thomas de Quincey escribió -en alguna de las miles de páginas de sus catorce volúmenes- que descubrirun problema nuevo era tan importante como descubrir la solución de uno antiguo. Pero yo ni siquiera puedo ofrecerles esto; sólo puedo ofrecerles perplejidades clásicas. Y, sin embargo, ¿por qué tendría que preocuparme? ¿Qué es la historia de la filosofía sino la historia de las perplejidades de los hindúes, los chinos, los griegos, los escolásticos, el obispo Berkeley, Hume, Schopenhauer y otros muchos? Sólo quiero compartir estas perplejidades con ustedes.

Siempre que he hojeado libros de estética, he tenido la incómoda sensación de estar leyendo obras de astrónomos que jamás hubieran mirado a las estrellas. Quiero decir que sus autores escribían sobre poesía como si la poesía fuera un deber, y no lo que es en realidad: una pasión y un placer. Por ejemplo, he leído con mucho respeto el libro de Benedetto Croce sobre estética, y he encontrado la definición de que la poesía y el lenguaje son una «expresión».

Ahora bien, si pensamos en la expresión de algo, desembocamos en el viejo problema de la forma y el contenido; y si no pensamos en la expresión de nada en particular, entonces no llegamos a nada en absoluto. Así que respetuosamente admitimos esa definición, y buscamos algo más. Buscamos la poesía; buscamos la vida. Y la vida está, estoy seguro, hecha de poesía. La poesía no es algo extraño: está acechando, como veremos, a la vuelta de la esquina. Puede surgir ante nosotros en cualquier momento.

Ahora bien, es fácil que incurramos en un error muy común. Pensamos, por ejemplo, que, si estudiamos a Homero, la Divina comedia, Fray Luis de León o Macbeth, estudiamos la poesía. Pero los libros son sólo ocasiones para la poesía. [...]

Por ejemplo, si tengo que definir la poesía y no las tengo todas conmigo, si no me siento demasiado seguro, digo algo como: «poesía es la expresión de la belleza por medio de palabras artísticamente entretejidas». 

Esta definición podría valer para un diccionario o para un libro de texto, pero a nosotros nos parece poco convincente. Hay algo mucho más importante: algo que nos animaría no sólo a seguir ensayando la poesía, sino a disfrutarla y a sentir que lo sabemos todo sobre ella.

Esto significa que sabemos qué es la poesía. Lo sabemos tan bien que no podemos definirla con otras palabras, como somos incapaces de definir el sabor del café, el color rojo o amarillo o el significado de la ira, el amor, el odio, el amanecer, el atardecer o el amor por nuestro país. Estas cosas están tan arraigadas en nosotros que sólo pueden ser expresadas por esos símbolos comunes que compartimos. ¿Y por qué habríamos de necesitar más palabras? [...] >>

Borges, J. L., Arte poética


viernes, 23 de mayo de 2014

¿Vivimos democráticamente o en democracia?: una denuncia sobre la farsa que es nuestro sistema

El término democracia –etimológicamente, poder en manos del pueblo-  está siendo muy empleado últimamente por nuestros gobernantes como argumento de defensa a sus teorías y opiniones. Toda la retórica de los políticos reposa, hoy en día, sobre esta idea de gobierno, hasta el punto de que todos ellos esgrimen sus críticas a la ideología contraria basándose en lo que la propia democracia representa.  Seguro que todos hemos oído la calificación de una ley de antidemocrática –nos sonará a lo que la oposición ha dicho sobre las recientes leyes de educación y del aborto-. También nos vendrá a la cabeza el debate sobre el “derecho” a decidir sobre el futuro de Cataluña que defiende su presidente, Artur Mas, quien afirma que lo que ellos pretenden llevar a cabo, es decir, someter el interrogante de la independencia catalana a referéndum, es un método absolutamente democrático. Parece ser que, para nuestra clase política, lo relacionado con la democracia es lo bueno, y que el totalitarismo –o nazismo, como muchos componentes de la alta clase política apuntan-, aparente antónimo de nuestro justo sistema, es lo malo. Entonces, ¿debemos dar las gracias de poder gozar de un sistema político basado en la libertad y en el gobierno de todos? No debemos precipitarnos. Antes de responder, analizaremos y expondremos una serie de argumentos que desvelarán si la realidad se corresponde con  la teoría, o lo que es lo mismo, si actualmente vivimos democráticamente o únicamente en democracia.

La búsqueda de la forma de gobierno más correcta se remonta a la filosofía platónica y ha trascendido en el tiempo hasta nuestros días, en los que damos por supuesto que la democracia es el mejor sistema político de todos los creados hasta ahora. Un gran defensor de la democracia fue el filósofo barroco Baruch de Spinoza, racionalista y sucesor de Descartes, cuya teoría política guardará muchas similitudes con los posteriores pensadores denominados “contractualistas” –Hobbes, Locke y Rousseau-. Spinoza pensaba que los seres humanos son enemigos entre sí y el estado de naturaleza previo al nacimiento de la sociedad suponía un permanente peligro, pues el miedo, la pasión y el beneficio propio se imponían sobre la razón, dando lugar a un estado de absoluto terror. Así pues, los seres humanos, ansiosos por encontrar una garantía de paz y seguridad, emplearon su razón para unirse en sociedad, la única manera de conseguir el objetivo individual último, es decir, la conservación de uno mismo.

Mas, ¿cómo se puede asegurar que el vínculo sellado entre los individuos no se rompa? Únicamente hace falta que el poder soberano, aunque imponga restricciones,  ceda parte de los derechos naturales a los individuos, a quienes compense más seguir viviendo en sociedad antes que volver al peligroso estado anterior. Según Spinoza, esto se conseguirá otorgando a los integrantes del grupo la libertad de pensamiento, expresión y creencia religiosa, algo que solamente podrá ofrecer el sistema más libre de todos: la democracia. Por otra parte, nuestro autor deja claro que cada individuo renuncia a actuar por su propia decisión, pero no a razonar por sí mismo, pues puede –y, sin duda, debe- pensar, juzgar y opinar de forma diferente, así como expresarlo libremente, y que todos son consultados y participan en la toma de decisiones.

En resumen, Spinoza no defiende que la autoridad ejerza su poder despóticamente sobre los individuos, sino que contribuya a su liberación. Desde este punto de vista, la democracia es el paraíso terrenal del pueblo llano, la forma de gobierno más impecable y justa para todos. O en otras palabras, una propuesta utópica más dentro de una larga nómina, aunque sí adaptable –con sus consiguientes modificaciones y degradaciones- a la realidad. Al fin y al cabo, ¿no es nuestro sistema una democracia? Corrompida, claro, pero todavía apodada así, quizás como recuerdo de lo que un día pensábamos que podía llegar a ser.


Esa ilusión se forjó tras la muerte del dictador Francisco Franco, durante la transición democrática. La euforia post-dictadura quedó patente en arrebatos de libertad, locura y desenfreno como los que vivió Madrid durante la Movida. Todo el mundo guardaba una absoluta confianza en la futura democracia y en la construcción de una sociedad igualitaria que encajase en una Europa desarrollada.

Sin embargo, este proceso no fue tan idílico como muchos pensábamos. Al fin y al cabo, acabábamos de emerger de un régimen dictatorial y, desgraciadamente, su esencia quedó impregnada en los pilares de la sociedad democrática que, todavía a día de hoy, sigue presente. Por un lado, la fuerte influencia de la Iglesia sobre los españoles ha trascendido hasta nuestros días, en los que esta institución sigue obteniendo muchos beneficios y tiene una fuerza gubernamental considerable, a pesar de la explícita aconfesionalidad del Estado. Por otra parte, todavía se sigue ensalzando públicamente por algunos grupos conservadores la figura del caudillo, algo que, en otro país como Alemania –los mandamases de Europa no se toman a broma lo del Holocausto-, sería duramente castigada. Incluso la elaboración de la Constitución tuvo una cierta inspiración franquista, pues algunos de los dirigentes del régimen tomaron parte en su redacción, mientras otros tantos que habían adulado la dictadura pasaron a formar parte de la vida política en democracia –claro ejemplo el de Fraga, mano derecha de Franco, que fundó Alianza Popular, nuestro actual PP).

Aunque debemos alabar la labor de la transición democrática, también tenemos que ser conscientes de que nuestra historia más cercana sigue latente en nuestras instituciones y en nuestra vida cotidiana. No vivimos en una dictadura, claro está –aunque la restricción de derechos que nuestro gobierno está llevando a cabo nos puede hacer replanteárnoslo-, si acaso en una “dictadura democratizada”. Lo que sí es seguro es que no vivimos en una democracia tal y como la entendía Spinoza, y más ahora que la libertad de expresión, derecho fundamental, es reprimida (léase la recientemente aprobada Ley de Seguridad Ciudadana) y que la intromisión de la Iglesia en el Estado es más evidente (véase la polémica LOMCE). Por tanto, si no gozamos de democracia, jamás podemos vivir democráticamente.

No obstante, la culpa de que no seamos parte de esa realidad de libertad no la tienen únicamente los gobernantes, ni siquiera nuestras raíces históricas de las que ya hemos hablado. Los causantes de la antidemocracia que hoy nos ahoga no son otros que nosotros mismos, quienes no hemos dirigido nuestra vida a la democracia –Spinoza abogaba que la democracia debería ser algo más que un sistema político, debería ser un modelo de vida- ni hemos defendido nuestros derechos hasta ahora. Solamente hace falta volver la vista a los tiempos de bonanza y de crecimiento económico en los que se cometían grandes excesos antidemocráticos, por parte tanto de los dirigentes como de los ciudadanos de a pie, y que nadie denunció. Por el contrario, ahora, hipócritas de nosotros, declaramos ser contrarios a la corrupción, a pesar de haber desviado nuestra mirada a atropellos pasados.

Pero, sin duda, el colmo es nuestra inoperancia a la hora de votar. Descontentos con la labor del socialista Zapatero, nos paramos a pensar solo un segundo antes de elegir a la oposición, el Partido Popular. No exploramos más opciones. Si uno lo ha hecho mal, votamos al otro. Después nos quejamos del bipartidismo, cuando somos nosotros mismos quienes sustentamos esta práctica: “las dos Españas”, como diría Antonio Machado. Así, todos los españoles cedimos nuestra capacidad de autogobierno al partido de derechas, que consiguió la mayoría absoluta. ¿Y qué es la mayoría absoluta? Lo más antidemocrático que existe y que, paradójicamente, está recogido en nuestro sistema de elecciones. Mayoría absoluta significa tiranía, ya sea de un color u otro. La mayoría absoluta lleva tras de sí un abuso de poder contra el cual no podemos combatir.

Y es hoy, tras haber cometido tal descuido, cuando salimos a la calle –tras años de reposo en los que no nos importaba lo más mínimo la vida pública- a manifestarnos en contra de todos los recortes del Gobierno central, de los excesos intolerables que se están cometiendo. ¿Cuál es su respuesta? “Ayer tú depositaste tu voto en mí, a pesar de haberlo hecho a tontas y a locas y, como esto es una democracia, seguiré ejerciendo mi despotismo, ese que tú elegiste pero que no apoyas, durante lo que quede de legislatura”. Y aunque nosotros nos sigamos quejando, todo seguirá igual porque la voz del pueblo un día lo quiso así.

No obstante, no solo debemos limitarnos a denunciar los gravísimos y numerosos problemas de nuestra democracia, sino a aportar propuestas para la democratización de la sociedad española. Por supuesto, la medida que más urgencia conlleva es la estimulación de la participación de los ciudadanos en la vida política. Ese fin se alcanzaría, sin duda alguna, con la instauración de una democracia participativa como la que rige Suiza, en la que el pueblo vota directamente las leyes aprobadas por el Parlamento. Desgraciadamente, nuestro país, debido a su extensión y a su cantidad de habitantes, no se puede permitir este sistema de gobierno, por lo que únicamente podemos optar a una democracia representativa, en la que votamos a nuestros representantes en el Parlamento y que, teóricamente, simbolizan nuestra opinión.

¿Qué podemos hacer, entonces, para garantizar la validez del voto individual? Es evidente que el peso del voto de un individuo cultivado, interesado por la actualidad y que participa activamente en la vida pública no es el mismo que el de alguien ignorante, enajenado por los medios de comunicación y que dé la espalda a la política. No obstante, la prohibición de voto para la categoría de personas “no capacitadas” sería la primera medida antidemocrática –algo que, dicho sea de paso, se pretende combatir a lo largo de esta reflexión-. La mejor propuesta sería, pues, formar a los jóvenes en política antes de que, como mayores de edad, puedan depositar su primer voto. Una vez más, la educación, entendida como transmisión de saberes, es la respuesta: todo el mundo debería ser consciente de la retórica que utilizan los candidatos, de las falacias que usualmente emplean y de las consecuencias que la elección del pueblo puede tener durante cuatro años. No hace falta apuntar que estas lecciones sobre la vida política deberían impartirse desde la más absoluta imparcialidad; condición, por otra parte, difícil de conseguir.

Como conclusión, debemos responder al interrogante que se planteaba al comienzo de esta disertación: no vivimos democráticamente, solamente en democracia. Sin embargo, esta afirmación nos deriva a otras cuestiones y es si, tras todo lo que aquí se ha expuesto, podemos denominar siquiera democracia al sistema que rige nuestro país hoy en día. Tal vez nuestra democracia sería un eufemismo si lo comparamos con la reveladora visión de nuestro autor, quien lo considera un sistema justo en el que se asegura una serie de libertades y garantías que en nuestro país se están suprimiendo, entre ellas la libertad de palabra y la separación Iglesia-Estado. Esperemos que, en lo que respecta a la libertad del pensamiento, no haya recortes; nadie querría vivir en un distópico 1984 de Orwell dirigido por la Policía del Pensamiento y en el que los crimentales –acrónimo de crimen y mental, que designa un pensamiento herético, contrario al régimen- estuvieran a la orden del día. Al fin y al cabo, hasta que no exista una real democracia no podremos actuar democráticamente, y antes de que esta exista deberemos saber exactamente qué representa. Pensar, opinar, juzgar, participar, enseñar lo que se piensa; esa es la democracia que defendía Spinoza, la auténtica, única y pura libertad.