¡Que el artista empuñe su pincel y me lo clave como si fuera un puñal! ¡Que la sangre brote y con ella perfile mi rostro! Ojos rasgados, pestañas largas, nariz curvilínea, labios carnosos y pelo rebelde. ¡Que se atreva a dibujarlo y que nunca mi retrato varíe! ¿Y si me tinto el pelo o me sajo el ojo al más puro estilo Buñuel? ¿Seré yo el del retrato? ¿Deberá el pintor enfundar su arma otra vez y plasmar un nuevo aire a mi desgastado cuadro? ¿Y si mi mirada, espejo del alma según algunos, ha cambiado? ¿Y si no soy quien era? ¿Y si he fracasado? ¿Y si acaso me he rendido? ¿Y por qué, quizás, he dejado todo de lado? Mi retrato -cambiante, fugaz y ágil-, ese que para nada merezco, es la prueba de mi constante transformación. Por favor, decidle al retratista que no malgaste la arena de su reloj, que pronto habré cambiado de nuevo, que le llevará una eternidad finalizar esta obra, que ni yo ya me reconozco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario