La mente es una enredadera de pensamientos y, por ello, de vez en cuando es conveniente deshilar todo lo vivido. Cuando se escribe un episodio de nuestro libro en tan breve tiempo lo mejor es, más tarde o temprano, recapitular, ordenar, reflexionar y valorar. Para dicha tarea debemos comparar, en primer lugar, nuestro yo interno antes de comenzar a escribir este trascendente fragmento y a posteriori, cuando nuestra pluma ha finalizado el capítulo.
En la comparación algunos encontrarán dentro de sí insignificantes cambios, mientras otros identificarán una evolución sustancial. Y esta página de mi libro vital, que ha sido redactado en letras de oro tal y como la ocasión merece, se ha traducido en un tránsito enorme, en unos ojos más abiertos y amplios, en unas manos más llenas y en un corazón más sincero y potente. Ya no late en mí una bomba con ritmo quejicoso e irregular, sino que se trata de un órgano que revitaliza un cuerpo antes cansado y ahora dispuesto a ofrecer. Ya no soy un Jean-Paul Sartre, que, arrojado al mundo, no guarda ninguna esperanza en este cruel mundo. Ahora me he convertido en un Albert Camus, que, ante una existencia absurda, sabe reaccionar y confiar.
En definitiva, he pasado de ser un indeciso preuniversitario preocupado más por un porvenir profesional que por otro personal y social a un ser ignorante con un poco más de ese espíritu universitario que antaño caracterizaba a estas grandes comunidades de estudiantes y profesores. No diré que soy un auténtico universitario -aún me queda un largo recorrido, quizás una vida entera, para descubrir qué es esto realmente-, pero sí estoy en predisposición para serlo algún día. ¿Y cómo comenzar esta evolución tan costosa? Aunando tradición y vanguardia, como hicieron los genios renacentistas o los magníficos autores de la Generación del 27. Esa, sin duda, es la clave: progresar sin olvidar todo el legado que sostenemos sobre nuestras espaldas. Universidad es crear, mejorar, pero también salvaguardar.
No te creas aquello de las escasas salidas laborales, porque en la antigua universitas este no era el principal objetivo. Ni siquiera debería serlo en este organismo actual que nada tiene de comunidad. Los pilares fundamentales siempre han sido la búsqueda de la verdad -¿tu verdad? no, la verdad; ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela-, la síntesis de saberes y sus relaciones, transcritas en una formación integral, y el servicio a la sociedad.
Gracias, pues, al programa Becas Europa por haberme envuelto durante tres semanas en una burbuja de perfección, la cual, a día de hoy, ha sido explotada por una punzante realidad. Gracias por haberme dado visión para comprobar que, a pesar de la decadencia, un día a día mejor y más prospero es posible. Es, ahora, nuestra responsabilidad hacer de este espejismo propio un oasis permanente para la sociedad.
Atrás quedó lo que ya ocurrió. Lo mejor, de nuestra mano, está por llegar.
¿Un oasis? ¿Por qué no hacernos con el desierto entero y llenarlo de agua que de vida?
ResponderEliminarHabía utilizado la imagen del oasis por seguir en la línea del espejismo. Lo que quería decir es que ojalá nuestra imagen de un mundo mejor sea compartida. Ese es el principio para cambiar todo esto, para que, entre todos, como has dicho, llenemos el desierto entero de un agua que dé vida. Muchas gracias por tu aportación.
EliminarDos papeles atañen a la Universidad como institución: el progreso y el saber. Disfruta tus años universitarios desde esta perspectiva. El resto, ya llegará.
ResponderEliminarQuizás al progreso y al saber hay que añadir servicio. Y tú, como futuro doctor, compartirás este punto. Para nada sirve avanzar y acumular conocimientos si no se ponen a merced de la sociedad. Muchas gracias por los ánimos. Intentaré disfrutarlos como tú dices.
Eliminar