No obstante, cuanto más se adentra el espectador al corazón bohemio, más cae en la cuenta de que nada queda de ese ambiente transgresor. Ni siquiera el espíritu de los artistas de la plaza es heredero de "la bohème". Los cientos de turistas que buscan como hienas un pedazo de arte prostituido y comercial pueblan ahora un Montmartre frío y decadente. Decenas de tiendas de souvenirs devoran el poco aire modernista que se respira en la placeta, mientras que el visitante indiferente ignora los escasos cafés de la época que allí permanecen para sentarse en una mesa de plástico frente a un ya común Starbucks, artífice de una nueva era en la que la poesía, la irreverencia, el jazz y el descontrol han quedado completamente obsoletos.
Amantes del arte, París ya no es una fiesta. O, al menos, ya no es el París que antes bien conocíamos.
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