Occidente en ruinas y yo aquí parado. Fracaso social y yo, también, fracasado. Decadencia de sombras y yo sin aportar luz. Dios debe morir y yo sin cuchillo ni valor. Occidente en ruinas y, por tanto, en ruinas estoy yo.
Friedrich Nietzsche fue uno de los filósofos de la sospecha, junto a Marx y Freud, y pretendió mistificar todo lo que se daba por hecho: las convenciones, las tradiciones, lo aparentemente transparente. Mas estos detectives de la corrupción encuentran en su búsqueda de todo menos cristalinidad. En el caso de Nietzsche, tras un análisis exhaustivo de la cultura occidental, descubrió una sociedad abocada a su propia destrucción y que negaba su bien más preciado: la vida.
Nuestra labor, según Nietzsche, será regenerar la sociedad. Sin embargo, no es un paso tan simple, sino que el humano resentido por su condición de esclavo deberá adoptar una moral de señores o, en otras palabras, evolucionar. Pero no se trata de una evolución desde una perspectiva biológica, sino humana. Y para que esta transformación se lleve a cabo nos veremos obligados a rechazar todo lo que nos ha traído hasta nuestra situación actual: filosofía, moral y religión, los arraigados pilares de Occidente.
No obstante, ¿a qué debemos aspirar según este filólogo? Debemos crecer hasta, paradójicamente, ser niños. Debemos ser inocencia, juego, nuevo comienzo. Necesitamos decir sí a la vida, ser amantes de nuestro día a día y no basar nuestras acciones en la propia venganza. Tenemos que convertirnos en el que Nietzsche llamará Superhombre (übermensch).
Y a estas alturas es cuando nos abruma la impotencia, cuando somos conscientes de que no podemos escapar de la decadencia que nos persigue como una sombra acechante, cuando nos sentimos incapaces de ser señores en un mundo de esclavos. Y si Occidente está en ruinas, yo también lo estoy. Y si la sociedad es decadente, yo, por consiguiente, lo soy. Y quiero ser Superhombre. Y ansío ser Superhombre. Pero no sé por dónde empezar ni tengo el valor para destruirlo todo, tal vez porque no considero que sea necesario o quizás a causa de mi inoperancia, quién sabe.
Lo que sí que estoy seguro es que un solo joven enclenque como yo no puede remover los ancestrales cimientos del alto rascacielos que somos. Soy incapaz de quitarme el peso de las córcovas, de rugir como un fiero león y de derrumbar a martillazos esta injusta estructura sin futuro. Necesito más Superhombres que afiancen mi poder, que aporten nuevos ladrillos y que ayuden a lavar la imagen del fracaso. Si en asuntos más insignificantes se hace urgente la fuerza de la colectividad, la emergencia es aún más patente en un proyecto tan decisivo como la destrucción de Occidente. Y más que destrucción de nuestro alrededor -que puede emprenderla un solo hombre-, nuestra propia remodelación como seres humanos. Y es que, una vez más, si deseamos que la sociedad cambie, primero nos tendremos que, individualmente, reinventar a nosotros mismos.
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