Dos años de reinvención

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martes, 20 de mayo de 2014

La libertad es mi condena


Dicen que el teatro y la vida son lo mismo. La vida es un escenario vacío, para nada ornamental, en el que el actor efectúa su monólogo. El artista se encuentra completamente solo en medio de la escena y frente a un público inexistente. No hay más personajes, ni director, ni guionista. En esta existencia soy el único que puede actuar, dirigir y escribir mi historia. El teatro y la vida son lo mismo.

No obstante, existe una diferencia sustancial que nos hace distinguir entre ficción y realidad, si esto que vivimos puede ser considerado como cierto. "¡Acción!", clamaría el dramaturgo y la función comenzaría. "¡Acción!", nos ordenaríamos a nosotros mismos y la pieza teatral que es la vida jamás vería la luz. No habría acción, sino tan solo incertidumbre, pérdida, perplejidad, desorientación. Incompletos, no habría reacción al mandato, no haríamos de guía en nuestra propia vida, sino que esperaríamos que alguien o algo -ya sea Dios, la sociedad o un allegado concreto- nos dictara las normas de un juego incierto y azaroso. Estaríamos -y, de hecho, estamos- "arrojados" a la vida. Esa es la esencia que nos diferencia de una obra teatral.

Mas ¿por qué la ausencia de imperativos, consejos y guías nos deja desnudos ante lo que está por venir? Porque tememos ser libres, cualidad inherente al ser humano, que no hemos heredado, adoptado o aprendido. La libertad es la ley innata que nos gobierna y de la que, aunque quisiéramos, no nos podríamos deshacer. "El hombre está condenado a ser libre", dirá Jean-Paul Sartre. Debemos decidir hacia dónde encaminar nuestro día a día, aunque más bien tenemos que hacerlo. Somos los primeros y únicos responsables de nuestras acciones, que determinarán decisivamente nuestro futuro. Y este sentimiento de excesiva libertad, de desamparo, de soledad ante la vida, es la angustia. O en otras palabras, la naúsea, esa horrible sensación de malestar y congoja, es, en definitiva, el enfermizo síntoma de ser libre y estar arrojado a un mundo sin sentido en el que todo depende de mí.

***

<<Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo, es responsable de todo lo que hace. El existencialista no cree en el poder de la pasión. No pensará nunca que una bella pasión es un torrente devastador que conduce fatalmente al hombre a ciertos actos y que por consecuencia es una excusa; piensa que el hombre es responsable de su pasión. El existencialista tampoco pensará que el hombre puede encontrar socorro en un signo dado sobre la tierra que le orienta; porque piensa que el hombre descifra por sí mismo el signo como prefiere. Piensa, pues, que el hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada instante a inventar el hombre.>>
J. P. SARTRE, El existencialismo es un humanismo

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