<< Me gustaría, en
principio, avisarles con claridad de lo que cabe esperar -o, mejor, de lo que
no han de esperar- de mí. Me doy cuenta de que incluso he cometido un error al
titular mi primera conferencia. El título es, si no nos equivocamos, «El enigma
de la poesía", y el énfasis recae, evidentemente, en la primera palabra,
«enigma". Así que ustedes podrían pensar que el enigma es lo más
importante. O, lo que aún sería peor, podrían pensar que me he engañado a mí
mismo al creer que, en alguna medida, he descubierto el verdadero sentido del
enigma. La verdad es que no tengo ninguna revelación que ofrecer. He pasado la
vida leyendo, analizando, escribiendo (o intentándolo) y disfrutando. He
descubierto que esto último es lo más importante. Embebido en la poesía, he
llegado a una conclusión final sobre el asunto. Es verdad que, cada vez que me
he enfrentado a la página en blanco, he sabido que debía volver a descubrir la
literatura por mí mismo. Pero de nada me vale el pasado. Así que, como he
dicho, sólo puedo ofrecerles mis perplejidades. Tengo cerca de setenta años. He
dedicado la mayor parte de mi vida a la literatura, y sólo puedo ofrecerles
dudas.
El gran escritor
y sonador inglés Thomas de Quincey escribió -en alguna de las miles de páginas
de sus catorce volúmenes- que descubrirun problema nuevo era tan importante
como descubrir la solución de uno antiguo. Pero yo ni siquiera puedo ofrecerles
esto; sólo puedo ofrecerles perplejidades clásicas. Y, sin embargo, ¿por qué
tendría que preocuparme? ¿Qué es la historia de la filosofía sino la historia
de las perplejidades de los hindúes, los chinos, los griegos, los escolásticos,
el obispo Berkeley, Hume, Schopenhauer y otros muchos? Sólo quiero compartir
estas perplejidades con ustedes.
Siempre que he
hojeado libros de estética, he tenido la incómoda sensación de estar leyendo
obras de astrónomos que jamás hubieran mirado a las estrellas. Quiero decir que
sus autores escribían sobre poesía como si la poesía fuera un deber, y no lo
que es en realidad: una pasión y un placer. Por ejemplo, he leído con mucho
respeto el libro de Benedetto Croce sobre estética, y he encontrado la
definición de que la poesía y el lenguaje son una «expresión».
Ahora bien, si
pensamos en la expresión de algo, desembocamos en el viejo problema de la forma
y el contenido; y si no pensamos en la expresión de nada en particular,
entonces no llegamos a nada en absoluto. Así que respetuosamente admitimos esa
definición, y buscamos algo más. Buscamos la poesía; buscamos la vida. Y la
vida está, estoy seguro, hecha de poesía. La poesía no es algo extraño: está
acechando, como veremos, a la vuelta de la esquina. Puede
surgir ante nosotros en cualquier momento.
Ahora bien, es
fácil que incurramos en un error muy común. Pensamos, por ejemplo, que, si
estudiamos a Homero, la Divina comedia, Fray Luis de León o Macbeth, estudiamos
la poesía. Pero los libros son sólo ocasiones para la
poesía. [...]
Por ejemplo, si
tengo que definir la poesía y no las tengo todas conmigo, si no me siento
demasiado seguro, digo algo como: «poesía es la expresión de la belleza por
medio de palabras artísticamente entretejidas».
Esta definición podría valer
para un diccionario o para un libro de texto, pero a nosotros nos parece poco
convincente. Hay algo mucho más importante: algo que nos animaría no sólo a
seguir ensayando la poesía, sino a disfrutarla y a sentir que lo sabemos todo
sobre ella.
Esto significa
que sabemos qué es la poesía. Lo sabemos tan bien que no podemos definirla con
otras palabras, como somos incapaces de definir el sabor del café, el color
rojo o amarillo o el significado de la ira, el amor, el odio, el amanecer, el
atardecer o el amor por nuestro país. Estas cosas están tan arraigadas en
nosotros que sólo pueden ser expresadas por esos símbolos comunes que
compartimos. ¿Y por qué habríamos de necesitar más
palabras? [...] >>
Borges, J. L., Arte poética
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