Dos años de reinvención

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miércoles, 10 de diciembre de 2014

Diario de un universitario (I): Manual para dejar de ser universitarios

<< Decía Canetti: "Era un monte y estalló. Era un árbol y cayó a tierra. Era un león y se acobardó". Perversiones del monte que pierde su firmeza, del árbol que abandona el mandato de sus raíces, del león que traiciona el orden de la jungla. Podríamos añadir nosotros: "Era un universitario y le bastó su rincón".
Perversiones de quien no se atreve a pensar en nombre del mundo. Encerrado en su pequeña porción de saber, de responsabilidad, de duda. Ensimismado en la falsa certeza de una herramienta sin alma, de un territorio cercado, de un tiempo enclaustrado. En un rincón, atento a sí mismo, vestido de su imitada destreza, ajeno al universo. Eran un monte, un árbol, un león que dejaron de serlo. ¿Vamos a dejar de ser universitarios?
La lógica mercantil es torpe como una veleta fija y no conoce más camino que el del mercado. Por eso pugna por transformarlo todo en mercancía, incluidas las personas y sus ideas, el tiempo y las risas, los trabajos y los días. Para hacerse hegemónica, esa lógica hubo de desterrar de las inteligencias un viejo sentido común (pensar que no debe existir nada que no esté al servicio de la dignidad de cada ser humano).
Luego construyó otro en donde todo tuviera una tasa ante los mercaderes. Machado avisó con tiempo: "todo necio confunde valor y precio". Pero los voceros de la especialización ganaron la batalla y pasaron.
Después gritaron, como si fuera evidente, su nuevo himno: ¡zapatero a tus zapatos! Alguien hizo ademán de hablarles de la virtud pública en donde todos nos hermanamos, de la voluntad general, donde hacen falta todos pensando en el todo, del compromiso cívico y el coraje ciudadano, que son el cemento de la sociedad y la clave de su progreso; pero Platón no cotizaba en el Ibex, Rousseau se había retirado, cansado de lidiar con necios poderosos, a alfabetizar inmigrantes, y trece millones de españoles pretendían mirarse a sí mismos en el espejo de una casa donde estar vigilado ya ni siquiera indignaba a nadie. Los voceros de la especialización pasaron, y a partir de entonces medimos nuestra cualificación por lo que se demanda de nosotros en un sitio que pasó a llamarse mercado de trabajo.
¿Aprender a pensar? ¿Aprender a sentir? ¿Aprender a preguntar? ¿Aprender a buscar? ¿Aprender a ser ciudadanos? "La universidad -dicen sin sonrojo-, debe cualificar para vender más cara la fuerza de trabajo. Nada debe distraemos de esta tarea". ¿Han copiado ya en sus apuntes lo último que he dicho? Manual para dejar de ser universitarios.
El nazismo eliminó en primer lugar a los judíos que no tenían destrezas concretas, saberes instrumentales. A aquél régimen no les servía lo que no tenía precio. Es curioso que aquellas personas que primero fueron rechazadas eran las que gozaban del máximo prestigio en sus comunidades. Eran las que sabían que, como seres humanos, somos universales. ¿Ya lo hemos olvidado? ¿Ya no somos universitarios?
Actualicemos a Isidoro de Sevilla: "vive como si fueras a morir mañana; estudia como si fueras a vivir eternamente; busca al mundo como si llevases una eternidad solo contigo".
Era un monte y siguió mandando al horizonte. Era un árbol que cobijaba el vientre de las nubes en su copa. Era un león que rugía su fuerza al elefante. Era un universitario que reclamaba para el compromiso el lugar universal del conocimiento. >>
Juan Carlos Monedero

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