Insensato yo, que me atrevo a emular -o, al menos, intentar, siempre de forma fallida- la labor de los autores clave de la literatura en el intento de dar su respuesta propia al interrogante del poder sobrenatural de la poesía. Al fin y al cabo, sus
Arte poética van más allá de las pautas para escribir bien -¿recuerdan esa restrictiva norma de las tres unidades en teatro de Aristóteles?-. Son, pues, una reflexión -profunda en ellos, gigantes, y escueta e insustancial en mí, acorde a mi pequeña estatura- acerca del poder de la palabra en relación al ser humano. O, al menos, a mí me gusta entenderlo así, ya que, a través de los recursos estilísticos propios del lenguaje poético, buscamos comunicar.
Mas ¿cómo comunicamos? Porque la magia de los vocablos no se rige por las leyes de la denotación. La poesía exprime la lengua y busca un significado connotativo, alternativo e incluso hermoso con el fin de expresar algo que el mundo sensible es incapaz de transmitir. El mar en Alberti sería tan finito si tan solo significara eso y quedara desligado de la sensación de libertad...
Por ello, tal vez, sienta especial predilección y admiración por el Simbolismo. Tengo tanto que decir y mi lengua -o quizás mi mundo limítrofe- tan poco que aportarme para explicar lo que siento... Solo se necesita atender a los títulos de las obras de los artistas franceses para embriagarse de ese espíritu y comunicación de la que hablamos: Baudelaire y
Las flores del mal, Rimbaud y
El barco ebrio o Mallarmé y
Un golpe de dados jamás abolirá el azar. ¡Qué hermoso este último y cuánto sentimiento hay detrás!
UNA CONSTELACIÓN
fría de olvido y de desuso
pero no tanto
que no enumere
sobre alguna superficie desierta y superior
el choque
sideralmente sucesivo
en un cálculo total en formación
velando
dudando
girando
brillando y meditando
antes de detenerse
en algún sitio último que la consagre
Todo Pensamiento emite un Golpe de Dados
Mallarmé, S., Un golpe de dados jamás abolirá el azar
En su
Arte Poética Borges afirmó que
los libros son tan solo ocasiones para la poesía, despejando toda duda acerca de en qué preciso lugar o momento podemos encontrarnos con la magnificencia de la poesía. En resumen, la poesía es guía de nuestras vidas, nos acompaña siempre hasta en la más inexpresiva cotidianidad. ¿O acaso alguien no se acuerda del verso machadiano "
monotonía de lluvia en los cristales"? Incluso el hastío -el infierno según Baudelaire- es objeto y sede de la poesía. Cualquier instante es idóneo para poetizar nuestro alrededor o, más bien, experimentar la poesía del ambiente.
Por su parte, la belleza, que no solo puede ser armoniosa, sino también desordenada, es el fin último que persigue el lenguaje poético. Ni el didactismo ni la crítica social tan presentes en ciertas épocas literarias son el objetivo de la poesía, pues esta es un tesoro valioso en sí misma: lo moralizante y lo crítico se tratan tan solo de intenciones de dicha poesía.
Por ello, a escribir poesía nunca se aprende. Se puede enseñar la técnica, por supuesto, e incluso educar el oído y la pluma para transmitir musicalidad, pero la belleza es imposible ponerla en manos del discípulo. Únicamente se llega a un buen poema plasmando de manera irreal y metafórica una belleza abstracta que anteriormente se ha captado. En mi caso, ando por la senda del saber, ya no del saber escribir, sino del saber emocionarme , aprovechar y exprimir lo hermoso de cada ocasión. Al fin y al cabo, no todos somos capaces de sentir como Stendhal, quien, ante la grandiosidad y perfección de la ciudad italiana de Florencia, cumbre del Renacimiento, falleció. Morir de belleza, ¡qué maravilloso y estúpidamente poético final!