Dos años de reinvención

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jueves, 21 de agosto de 2014

París ya no es una fiesta


Allá a lo alto, a más de doscientos cuarenta escalones de altura, se levanta la magnificencia, el Sacre Coeur, y un paraíso bohemio, al margen del bullicio de un París eléctrico y ajetreado. En otras palabras, ante nosotros se nos presenta el dandi rebelde y soñador frente al abogado racionalista.

No obstante, cuanto más se adentra el espectador al corazón bohemio, más cae en la cuenta de que nada queda de ese ambiente transgresor. Ni siquiera el espíritu de los artistas de la plaza es heredero de "la bohème". Los cientos de turistas que buscan como hienas un pedazo de arte prostituido y comercial pueblan ahora un Montmartre frío y decadente. Decenas de tiendas de souvenirs devoran el poco aire modernista que se respira en la placeta, mientras que el visitante indiferente ignora los escasos cafés de la época que allí permanecen para sentarse en una mesa de plástico frente a un ya común Starbucks, artífice de una nueva era en la que la poesía, la irreverencia, el jazz y el descontrol han quedado completamente obsoletos. 

Amantes del arte, París ya no es una fiesta. O, al menos, ya no es el París que antes bien conocíamos.

martes, 12 de agosto de 2014

Arte poética

Insensato yo, que me atrevo a emular -o, al menos, intentar, siempre de forma fallida- la labor de los autores clave de la literatura en el intento de dar su respuesta propia al interrogante del poder sobrenatural de la poesía. Al fin y al cabo, sus Arte poética van más allá de las pautas para escribir bien -¿recuerdan esa restrictiva norma de las tres unidades en teatro de Aristóteles?-. Son, pues, una reflexión -profunda en ellos, gigantes, y escueta e insustancial en mí, acorde a mi pequeña estatura- acerca del poder de la palabra en relación al ser humano. O, al menos, a mí me gusta entenderlo así, ya que, a través de los recursos estilísticos propios del lenguaje poético, buscamos comunicar.

Mas ¿cómo comunicamos? Porque la magia de los vocablos no se rige por las leyes de la denotación. La poesía exprime la lengua y busca un significado connotativo, alternativo e incluso hermoso con el fin de expresar algo que el mundo sensible es incapaz de transmitir. El mar en Alberti sería tan finito si tan solo significara eso y quedara desligado de la sensación de libertad...

Por ello, tal vez, sienta especial predilección y admiración por el Simbolismo. Tengo tanto que decir y mi lengua -o quizás mi mundo limítrofe- tan poco que aportarme para explicar lo que siento... Solo se necesita atender a los títulos de las obras de los artistas franceses para embriagarse de ese espíritu y comunicación de la que hablamos: Baudelaire y Las flores del mal, Rimbaud y El barco ebrio o Mallarmé y Un golpe de dados jamás abolirá el azar. ¡Qué hermoso este último y cuánto sentimiento hay detrás!


    UNA CONSTELACIÓN
                                                                     fría de olvido y de desuso  
                                                                                         pero no tanto 
                                                                                                 que no enumere   
                                                                sobre alguna superficie desierta y superior   
                                                                                                el choque   
                                                                                                sideralmente sucesivo   
                                                         en un cálculo total en formación  
  
                         velando   
                                      dudando 
                                                    girando
                                                                 brillando y meditando

                                                                                   antes de detenerse   
                                                                 en algún sitio último que la consagre

                                                                 Todo Pensamiento emite un Golpe de Dados   

Mallarmé, S., Un golpe de dados jamás abolirá el azar


En su Arte Poética Borges afirmó que los libros son tan solo ocasiones para la poesía, despejando toda duda acerca de en qué preciso lugar o momento podemos encontrarnos con la magnificencia de la poesía. En resumen, la poesía es guía de nuestras vidas, nos acompaña siempre hasta en la más inexpresiva cotidianidad. ¿O acaso alguien no se acuerda del verso machadiano "monotonía de lluvia en los cristales"? Incluso el hastío -el infierno según Baudelaire- es objeto y sede de la poesía. Cualquier instante es idóneo para poetizar nuestro alrededor o, más bien, experimentar la poesía del ambiente.

Por su parte, la belleza, que no solo puede ser armoniosa, sino también desordenada, es el fin último que persigue el lenguaje poético. Ni el didactismo ni la crítica social tan presentes en ciertas épocas literarias son el objetivo de la poesía, pues esta es un tesoro valioso en sí misma: lo moralizante y lo crítico se tratan tan solo de intenciones de dicha poesía.

Por ello, a escribir poesía nunca se aprende. Se puede enseñar la técnica, por supuesto, e incluso educar el oído y la pluma para transmitir musicalidad, pero la belleza es imposible ponerla en manos del discípulo. Únicamente se llega a un buen poema plasmando de manera irreal y metafórica una belleza abstracta que anteriormente se ha captado. En mi caso, ando por la senda del saber, ya no del saber escribir, sino del saber emocionarme , aprovechar y exprimir lo hermoso de cada ocasión. Al fin y al cabo, no todos somos capaces de sentir como Stendhal, quien, ante la grandiosidad y perfección de la ciudad italiana de Florencia, cumbre del Renacimiento, falleció. Morir de belleza, ¡qué maravilloso y estúpidamente poético final!

martes, 5 de agosto de 2014

Retrato

¡Que el artista empuñe su pincel y me lo clave como si fuera un puñal! ¡Que la sangre brote y con ella perfile mi rostro! Ojos rasgados, pestañas largas, nariz curvilínea, labios carnosos y pelo rebelde. ¡Que se atreva a dibujarlo y que nunca mi retrato varíe! ¿Y si me tinto el pelo o me sajo el ojo al más puro estilo Buñuel? ¿Seré yo el del retrato? ¿Deberá el pintor enfundar su arma otra vez y plasmar un nuevo aire a mi desgastado cuadro? ¿Y si mi mirada, espejo del alma según algunos, ha cambiado? ¿Y si no soy quien era? ¿Y si he fracasado? ¿Y si acaso me he rendido? ¿Y por qué, quizás, he dejado todo de lado? Mi retrato -cambiante, fugaz y ágil-, ese que para nada merezco, es la prueba de mi constante transformación. Por favor, decidle al retratista que no malgaste la arena de su reloj, que pronto habré cambiado de nuevo, que le llevará una eternidad finalizar esta obra, que ni yo ya me reconozco.