Alemania, 1940
1939 fue un año duro. La pintora derramó más lágrimas durante aquellos doce meses que a lo largo de toda su vida, sobre un lienzo donde predominaban colores cálidos, verdes esperanzadores. Estos tonos alegres habían sido emborronados por el llanto y sustituidos, más tarde, por una gama oscura compuesta por el negror de los peores presagios.
Decían que la Gran Guerra había quedado atrás, pero esa afirmación era absolutamente falsa. El deseo de venganza de su patria, la alemana, había atacado con fuerza sobre una Europa, ahora vacía de ilusiones. Decían que la Gran Guerra había quedado atrás, pero sabios como aquella artista fueron los primeros en bautizar tal desastre como la Segunda Guerra Mundial, el mayor holocausto que la humanidad nunca antes había presenciado.
La pintora camina, reflexiva y decaída, pensando también en su amado español, en Sahmuel, en el fallecimiento de la cultura, el ascenso de los fascismos, el derroche de dinero en material bélico, las vidas humanas ya marchitadas, las margaritas ya deshojadas. Margaritas como las de ese ramo, a las cuales arrancaba los pétalos: "Acabará pronto, finalizará tarde, acabará pronto, finalizará tarde,..." Así, depositó aquel último resquicio de primavera en el interior de un otoñal ataúd vacío, que nada simbolizaba al pequeño Sahmuel. Sin duda, el 1939 había sido un periodo de lo más arduo que, desafortunadamente, se vería obligada a rememorar.
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