Dos años de reinvención

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martes, 19 de noviembre de 2013

Filosofía callejera (o el dilema del dónde)


Ojalá hoy fuéramos avispas. Sócrates lo era. Al menos, así lo apodaban los atenienses del siglo V a.C. debido a su costumbre de andar por las calles de la capital griega moralizando y pidiendo la opinión de los ciudadanos sobre cuestiones filosóficas, ya fuera acerca de la virtud, la belleza, la justicia o el bien. Tal vez en Atenas se le conocía así por ser un incordio constante, pero lo sorprendente es que los mismos que le bautizaron con ese alias participaban en la causa filosófica. Todo a través del diálogo, por supuesto, único método del filosofar según este opositor a los sofistas -recordemos que solamente utilizaba el discurso hablado, por eso no dejó nada escrito-.

¿Os imagináis a vosotros mismos en la actualidad paseando por el centro de vuestra ciudad y parando a los transeúntes para preguntarles acerca de ciertos conceptos de nuestro día a día? Si lleváramos a cabo esta acción, los viandantes se quedarían perplejos, incluso pensarían que se trata de una broma o que sufrimos una enfermedad mental. No obstante, ¿es de locos interesarse por la Filosofía? Hoy, parece ser que sí.

Últimamente, los eruditos y defensores del saber hablan de una devastadora degeneración de la Filosofía a raíz de la globalización y el boom de los medios de comunicación e información. En realidad, la pérdida de la esencia de esta disciplina tuvo lugar ya hace muchos siglos. El verdadero e irreparable fallo cometido fue arrebatar a la Filosofía de los brazos de su progenitora: la calle.

La Filosofía, entendida en la Antigüedad como sabiduría callejera al alcance de cualquiera, ya no es Filosofía. El ágora, lugar público donde conversar, se convirtió en una plaza esencialmente comercial, bajo la obsesión de que todo poseyera una utilidad práctica. Esa fue la muerte de la sabiduría, puesto que significó su restricción al área académica, quedando así solamente en manos de unos cuantos. Y ahora, con nuestra actitud impasible hacia dicha disciplina, la estamos ya enterrando completamente.

Hablar por hablar es lo que hacemos ahora. Conversamos sobre asuntos superficiales, y vanas son nuestras palabras. De nuestra boca emanamos vocablos sin ni siquiera decir nada. Ya no nos importa el enigma de la vida, la elaboración de una definición universal sobre justicia o la reflexión acerca de la idea del Bien. La dialéctica, método socrático y fuente de enriquecimiento personal y social, se ha convertido, desgraciadamente, en una mera actividad insustancial. Y la Filosofía, practicada en la actualidad por unos pocos, ha quedado atrapada en espacios cerrados sin vida alguna.

1 comentario:

  1. Ciertamente, en tiempos actuales la cotidianidad y los problemas, tanto los propios como que nos relacionan con los otros, nos devoran. No hay tiempo para pensar; solo tenemos tiempo para sobrevivir. Estamos sesgados por las circunstancias, impedidos de buscar respuestas a lo que nos ocupa sobre nuestra existencia.
    Al ver las cosas así, es preciso volver al diálogo y la reflexión; al menos es posible comenzar por hacerlo con nuestra familia en casa.

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