Dos años de reinvención

Dos años de reinvención
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martes, 31 de diciembre de 2013

2013: un año en 365 palabras

Echar la vista atrás, en ocasiones, es beneficioso, quizás para aprender de los errores cometidos o simplemente para lamentarnos. 2013 ha sido un año, por desgracia para nosotros, de crisis tanto económica como ética. ¿Acaso solo cabe destacar la elevada tasa de paro? Claro que no. Tras de sí han quedado sucesos tan amorales como la campaña de espionaje de EE.UU, y la utilización de armas químicas en Siria y la intervención inminente que anunció Obama y, a nivel nacional, la corrupción política y la pérdida de derechos. Por supuesto que “tras de sí” es solo un decir, pues muchos de los acontecimientos que aquí se narran continúan acechando y expandiendo sus alas. Claro ejemplo el de la restricción de derechos: comenzaron con la LOMCE y no han parado hasta aprobar la Ley de Seguridad Ciudadana y la reciente Ley del Aborto. Al igual que la situación económica, el panorama humano también está en decadencia. Ya lo dijo Ortega y Gasset, “yo soy yo y mis circunstancias”. Pues nuestro Gobierno ha esperado el instante exacto para radicalizarse, excusándose en las circunstancias económicas.

También hay otras noticias aprovechadas por el Gobierno como cortina de humo que desvía la atención de los ciudadanos de asuntos de mayor relevancia o que afectaban negativamente a la imagen de su partido. ¿Quieren librarse de la polémica contabilidad B del PP? Muy fácil, únicamente hace falta reavivar el conflicto de Gibraltar entre Reino Unido y España o echar más leña al fuego en la discutida independencia catalana y, voilà: Bárcenas queda restringido a un segundo plano.

Medios de comunicación… ¿Qué decir de ellos? Son rastreros, ideológicos, subjetivos,… Sencillamente, medios de incomunicación. Únicamente hace falta dirigir nuestra atención al vasto imperio mediático de la derecha, que ofrece una bazofia de programación que amansa con problemas personales de estrellas fugaces a unos telespectadores ansiosos por un cambio político. Panem et circenses, queridos lectores.

Ahora, ante la crisis de una izquierda opositora en nuestro país y la muerte de una de las pocas figuras que humanizaba este mundo completamente corrompido, Nelson Mandela, solo cabe desear un mejor 2014. Mejor a la fuerza, pues este barco errante ya no puede adentrarse en ninguna tempestad más.


sábado, 21 de diciembre de 2013

Y aquí me quedo yo a mi mismo preguntando


En el eco de su voz resuenan aquellos sordos recuerdos,
gotas de alcohol, medicina del olvido, derramadas por la noche.

Intensa y cerrada, su mente, lúcida antes de partir
a la nada, donde flotan esencias del Líbano nunca traídas,
donde el discurso del ayer jamás fue pronunciado,
donde la existencia del no-ser jamás fue vivida.

Y aquí me quedo yo a mí mismo preguntando.

¿Qué será de mí cuando el destino me ahogue
y mi letra no quede grabada a fuego,
cuando sus caras se encapoten de un tenue gris,
cuando no sepa nada acerca de mi ir y venir?


Mis experiencias calladas por el silencio del tiempo,
sus protagonistas, ellos, desconocidos, no serán nadie para mí.
¡Oh!, ¿por qué, olvido, por qué diablos te abrazo a ti?

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Música en el alma (I): Orígenes y misterios



Si los inicios de la escritura nos parecen lejanos, si los comienzos del ser humano tuvieron lugar hace mucho tiempo, si el nacimiento del primer ser vivo dista a miles de millones de años del hoy, ¿qué podríamos decir del prematuro origen de la música y su sorprendente perduración a lo largo del tiempo? El compositor alemán Stockhausen explicó que desde que el hombre existe ha habido música; pero también los animales, los átomos y las estrellas hacen música. De esta cita podemos concluir que el origen de la música vino de la mano de la creación del Universo. Cada sonido y cada silencio emitidos por los engranajes de este cosmos todavía joven y en expansión es auténtica música. Los pasos de un viandante solitario por una avenida desierta son música. El repiqueteo de las gotas de lluvia sobre nuestra ventana un día tormentoso es música. Nosotros -nuestro propio cuerpo- somos en sí pura música.

Nuestro progenitor, el hombre primitivo, fue el pionero en dar una trascendencia vital a la música. Para él, los sonidos eran frutos de la vida, mientras que la quietud y la ausencia de estos se relacionaban con la muerte. Tal vez este misticismo explica el porqué los seres prehistóricos iniciaron la tradición del canto y la danza, símbolos e hijos predilectos de la existencia sobre este mundo.

Además, nuestros antepasados también comenzaron la fabricación de instrumentos rudimentarios. Igual que confeccionaban flechas para cazar, también emplearon sus dotes ingenieras para crear unos primarios raspadores valiéndose de las piedras o flautas talladas en huesos de animales.

Quizás tendamos a pensar que estos descubrimientos no tienen más importancia que la innovación que significó en su tiempo. No obstante, al igual que se plantearon la primera cuestión filosófica de la Historia acerca de la muerte y la posibilidad de otra vida en el más allá, los primitivos también fueron los instigadores de nuestra insaciable sed de música. La música, al fin y al cabo, encierra en nosotros un gran misterio. Desde tiempos inmemoriales, nos ha servido de guía en la vida, nos ha acompañado en instantes felices y nos ha llorado nuestras mayores desgracias. ¿Acaso las suites de Bach o las óperas de Verdi habrían sido compuestas si no hubiera sido por la labor inicial de los paleolíticos?

Cuando nacemos y somos arrebatados del seno materno, lo primero que escuchamos es música: la atenta voz del doctor, el dulce acento de una madre. Incluso durante el embarazo, en el útero, ya nos desarrollamos con una música de fondo. Poco después de haber sido dados a luz, descubrimos nuestras manos y aprendemos instintivamente a dar palmadas, convirtiéndonos así en unos profesionales músicos y, más tarde, a lo largo de nuestra adolescencia, la música se transforma en nuestro refugio, donde dejar fluir nuestras sensaciones y pensamientos desordenados.

En definitiva, la música se engendró a la par que nosotros y debería permanecer a nuestro lado toda la vida. Sin embargo, al llegar a la edad adulta, muchos seres olvidan el poder sobrenatural de este arte y, de esta manera, dejan de escuchar y disfrutar la música y, al fin y al cabo, de sentir. ¿De veras algo que flota en el viento, que acompaña cada una de nuestras palabras y que es un órgano más de nosotros mismos puede ser prescindible en una existencia que tiende a la autorrealización y la obtención de la ansiada felicidad?

sábado, 7 de diciembre de 2013

Literatura Vital (XII): La balada de la cárcel de Reading

No vistió su chaqueta escarlata
    porque el vino y la sangre ya son rojos,
y sangre y vino había en sus manos
    cuando lo hallaron con la muerta,
la pobre que él amó
    y a quien en su lecho asesinara.

Caminó entre los jueces
    vistiendo el gris raído
con gorra en la cabeza
    y paso alegre y leve.
Pero jamás vi a nadie que mirara el día
    con igual ansiedad.

Jamás vi a nadie que mirara
    con ojos tan ansiosos
la pequeña tienda azul
    que los presos llaman cielo,
y a cada nube fugitiva
    que cruzaba con velamen de plata.

Confinado en otros patios con otras almas
    en pena me preguntaba
si había hecho algo grande
    o algo insignificante,
cuando una voz me susurró al oído
    «ese hombre va a la horca».

¡Cristo! Los muros de la prisión
    de pronto parecían tambalearse
y sobre mi cabeza era el cielo
    un casco de quemante acero.
Y aunque era yo un alma en pena,
    mi pena sentir no podía.

Supe qué pensamiento perseguido
    su paso apresuraba; supe por qué
miraba el día brillante
    con ojos tan ansiosos.
Había matado aquello que él amaba
    y tenía que morir.


* * * * *

Y sin embargo, cada hombre mata lo que ama.
    Que todos oigan esto:
unos lo hacen con mirada torva
    otros con la palabra halagadora;
el cobarde lo hace con un beso,
    con la espada el valiente.

Matan algunos el amor de joven
    y otros cuando viejos;
estrangulan algunos con manos de lujuria,
    otros con manos de oro:
el más amable usa el puñal
    para que el frío llegue antes.

Aman algunos poco tiempo, largamente otros.
    Hay quienes compran y también quienes venden.
El acto es cometido a veces en el llanto
    y otras sin un suspiro.
Pues todos matan lo que aman;
    pero no todos mueren.

No muere una muerte de vergüenza
    un día de desgracia oscura;
ni nudo al cuello en la garganta lleva
    ni paño sobre el rostro;
ni caen los pies primero por el piso
    al espacio vacío.


* * * * *

No se sienta con hombres silenciosos
    que lo vigilan noche y día,
que lo vigilan cuando busca el llanto
    y también cuando busca la plegaria.
Que lo vigilan; no sea que él mismo robe
    de la prisión la presa.

No se despierta al alba para ver
    formas temibles en tropel por la celda:
el aterido Capellán en su túnica blanca,
    el Alguacil adusto en su tristeza,
el Director en esplendente traje negro
    y el amarillo rostro del Desastre.

No se apresura en prisa lamentable
    a vestir el ropaje del convicto,
y un Doctor mordaz se regodea
    notando el tic nervioso de cada pose nueva;
y en la mano un reloj cuyos tictacs
    son como horribles golpes de martillo.

No conoce la sed brutal que lija la garganta
    antes de que el verdugo
se deslice con guantes de jardín
    por la puerta acolchada,
y lo ate con tres correas para apagar por siempre
    la sed de la garganta.

No baja la cabeza para oír
    la lectura del oficio mortuorio,
mientras el temor de su alma
    le dice que no está muerto;
ni se cruza con su propio ataúd
    al acercarse al cobertizo horrible.

Ni mira fijamente el aire
    por un techo de vidrio;
ni reza con labios de arcilla
    porque termine su agonía;
ni siente en su mejilla vacilante
    el beso de Caifás.



The ballad of Reading Gaol, Oscar Wilde [Parte 1]

Acompaña el recital del poema con este maravilloso ballet de Jacques Ibert, basado en la obra de Oscar Wilde