Dos años de reinvención

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sábado, 7 de diciembre de 2013

Literatura Vital (XII): La balada de la cárcel de Reading

No vistió su chaqueta escarlata
    porque el vino y la sangre ya son rojos,
y sangre y vino había en sus manos
    cuando lo hallaron con la muerta,
la pobre que él amó
    y a quien en su lecho asesinara.

Caminó entre los jueces
    vistiendo el gris raído
con gorra en la cabeza
    y paso alegre y leve.
Pero jamás vi a nadie que mirara el día
    con igual ansiedad.

Jamás vi a nadie que mirara
    con ojos tan ansiosos
la pequeña tienda azul
    que los presos llaman cielo,
y a cada nube fugitiva
    que cruzaba con velamen de plata.

Confinado en otros patios con otras almas
    en pena me preguntaba
si había hecho algo grande
    o algo insignificante,
cuando una voz me susurró al oído
    «ese hombre va a la horca».

¡Cristo! Los muros de la prisión
    de pronto parecían tambalearse
y sobre mi cabeza era el cielo
    un casco de quemante acero.
Y aunque era yo un alma en pena,
    mi pena sentir no podía.

Supe qué pensamiento perseguido
    su paso apresuraba; supe por qué
miraba el día brillante
    con ojos tan ansiosos.
Había matado aquello que él amaba
    y tenía que morir.


* * * * *

Y sin embargo, cada hombre mata lo que ama.
    Que todos oigan esto:
unos lo hacen con mirada torva
    otros con la palabra halagadora;
el cobarde lo hace con un beso,
    con la espada el valiente.

Matan algunos el amor de joven
    y otros cuando viejos;
estrangulan algunos con manos de lujuria,
    otros con manos de oro:
el más amable usa el puñal
    para que el frío llegue antes.

Aman algunos poco tiempo, largamente otros.
    Hay quienes compran y también quienes venden.
El acto es cometido a veces en el llanto
    y otras sin un suspiro.
Pues todos matan lo que aman;
    pero no todos mueren.

No muere una muerte de vergüenza
    un día de desgracia oscura;
ni nudo al cuello en la garganta lleva
    ni paño sobre el rostro;
ni caen los pies primero por el piso
    al espacio vacío.


* * * * *

No se sienta con hombres silenciosos
    que lo vigilan noche y día,
que lo vigilan cuando busca el llanto
    y también cuando busca la plegaria.
Que lo vigilan; no sea que él mismo robe
    de la prisión la presa.

No se despierta al alba para ver
    formas temibles en tropel por la celda:
el aterido Capellán en su túnica blanca,
    el Alguacil adusto en su tristeza,
el Director en esplendente traje negro
    y el amarillo rostro del Desastre.

No se apresura en prisa lamentable
    a vestir el ropaje del convicto,
y un Doctor mordaz se regodea
    notando el tic nervioso de cada pose nueva;
y en la mano un reloj cuyos tictacs
    son como horribles golpes de martillo.

No conoce la sed brutal que lija la garganta
    antes de que el verdugo
se deslice con guantes de jardín
    por la puerta acolchada,
y lo ate con tres correas para apagar por siempre
    la sed de la garganta.

No baja la cabeza para oír
    la lectura del oficio mortuorio,
mientras el temor de su alma
    le dice que no está muerto;
ni se cruza con su propio ataúd
    al acercarse al cobertizo horrible.

Ni mira fijamente el aire
    por un techo de vidrio;
ni reza con labios de arcilla
    porque termine su agonía;
ni siente en su mejilla vacilante
    el beso de Caifás.



The ballad of Reading Gaol, Oscar Wilde [Parte 1]

Acompaña el recital del poema con este maravilloso ballet de Jacques Ibert, basado en la obra de Oscar Wilde

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