Las noches se hacían interminables. En medio de un calor desmesurado, había algo que me causaba más inquietud, más frío sudor que la propia calima nocturna. Algo me preocupaba, pero no había signos para descubrir qué. Sólo sabía que no podía parar de pensar en nada, de dar vueltas a un problema que no existía. Desesperante es estar nervioso y no saber por qué.
Tras tres noches más con huelga de sueño, decidí relajarme, llegar al corazón del asunto, a la pieza central del rompecabezas, siguiendo los consejos de una buena amiga. Inspiré. Espiré. Y sin llegar a descubrir cuál era mi inquietud, me dormí.
Cuando desperté, me levanté sonriendo. Quizás no dormía por aquello. Mi primer principio moral para ser feliz es despertarme siempre con una sonrisa dibujada en la cara, para que a la vez mi mañana me sonría. Hacía días que las malas noticias, los pésimos sentimientos eclipsaban mi felicidad. Por eso, comprendí, no dormía. Quería que cuando me despertara, lo hiciera con mi cara más risueña, desechando todas las preocupaciones. Sin duda, soy un hombre que no traiciona sus principios.
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