Mas si es amor, por Dios, ¿qué cosa es y cuál?
Si es buena, ¿por qué es áspera y mortal?
Si mala, ¿por qué es dulce su tormento?
Si ardo por gusto, ¿por qué me lamento?
Si a mi pesar, ¿qué vale un llanto tal?
¡Oh! viva muerte, oh delectuoso mal,
¿por qué puedes en mí, si no consiento?
Y si consiento, error grave es quejarme.
Entre contrarios vientos va mi nave
- que en altamar me encuentro sin gobierno -
tan leve de saber, de error tan grave,
que no sé lo que quiero aconsejarme y,
si tiemblo en verano, ardo en invierno.
Cancionero, Francesco Petrarca
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El amor siempre
se ha considerado un elemento indispensable en nuestras vidas. Este
sentimiento, en ocasiones idealizado, puede provocar en nosotros la mayor de
las felicidades pero también el más terrible de los sufrimientos. Una idealización que puede incluso rozar la locura, la obsesión y un punzante dolor interno. Bien lo sabe
Petrarca, que compuso su Cancionero a
su amor no correspondido, Laura.
Estas ideas tardomedievales y prerrenacentistas, también compartidas por
el neoplatonismo, han repercutido en nuestro día a día. Dotamos a las
relaciones amorosas de una importancia que muchas veces no merecen y nos
dejamos llevar por la educación cristiana recibida: uno de los objetivos en la
vida es encontrar a nuestra “otra mitad” –término empleado por Platón-,
contraer matrimonio y tener hijos.
No obstante, estas enseñanzas no
sólo se ven reflejadas en lo que al amor puro se refiere. El sexo siempre ha
sido un tema tabú e incluso se ha opuesto al sentimiento amoroso, puesto que el
placer se ha concebido por la religión cristiana como pecado.
Además, se suele relacionar el amor
con una leve pérdida de nuestra libertad. ¿De veras es necesario dejar de lado el resto de aspectos de la vida por volcar todo el tiempo en la pareja? Desgraciadamente, parece que sí, puesto que hoy en día es frecuente observar la
dependencia en parejas de corta edad y la superioridad del hombre sobre la mujer
que desemboca usualmente en violencia de género.
En conclusión, todos los tópicos que
envuelven al amor, desde su completa necesidad hasta la relación con el sexo y
la atadura que supone, no es más que una muestra de lo arraigada que está
nuestra sociedad a la tradición. Tal vez la corriente neoplatonista estuviera
en lo cierto acerca del poder sobrenatural del amor, pero ni por asomo el hombre está
desterrado en este mundo ni por hacerse con él conseguirá la eterna gloria.