La Educación no es tuya ni mía, sino nuestra. No pertenece, si se persigue la universalidad, a izquierdas o a derechas. La Educación es asunto de toda la comunidad, ya sea educativa o profesional, pues a todos nos debería interesar la cualificación de nuestras futuras generaciones.
A lo largo de la historia, se ha demostrado que la Educación es el eje vertebrador de cualquier sociedad y régimen político. Los nazis alemanes, allá por el ascenso al poder de Hitler, aprovecharon las escuelas para formar a los jóvenes en una ideología que, una vez calase hondo en una generación, perduraría durante años, pues todos pensarían y actuarían a merced del pensamiento nacionalsocialista.
Por el contrario, si se persigue como objetivo la construcción de un Estado justo, como el que buscó el ateniense Platón, deberemos impartir los criterios para formarlo a través de un sistema educativo de calidad. Es vergonzoso el hecho de que la mayoría de las personas no sepa que el primer sistema basado en guarderías, colegios y academias fue ideado hace más de veinticinco siglos. Incluso Platón aportó técnicas que actualmente los pedagogos han rescatado debido a su eficacia, como el "se aprende jugando". Platón apostaba por una Educación que, desde el principio, detectara la aspiración de cada individuo para orientar su futuro hacia una función concreta dentro de la sociedad. Si cada grupo social -gobernadores, guardianes y productores- se guiaban por el principio de especialización funcional se lograría la mayor virtud de todas: la primacía de la justicia dentro de un Estado.
Ahora es cuando debemos tratar el
quid de la cuestión: ¿por qué no nos basamos en las teorías platónicas para lograr un sistema educativo que garantice un futuro de justicia y prosperidad? La respuesta es sencilla: porque realmente no conviene. ¿A nosotros? No, a ellos. ¿A ellos? Sí, a los que desean controlar nuestro pensamiento. ¿A quién interesa que analicemos críticamente los asuntos que afectan a nuestro país? Tal vez mediante la razón encontráramos la verdad que hay detrás de todo este entramado de ineptos. Para colmo, a la mayoría de los ciudadanos tampoco les merece la pena reflexionar. Un gasto inútil de energías, dicen. ¿Para qué vamos a pensar si ya existen autoridades que lo hacen por nosotros y a las cuales elegimos democráticamente?
Por todo ello, hay ciertas reformas en el nuevo sistema educativo del PP, la LOMCE, que hemos dejado pasar. Nos manifestamos por los recortes en becas, por el aumento del ratio de alumnos por clase, por las decisiones prematuras que nuestros jóvenes van a tener que tomar ya en la ESO, y por la polémica asignatura de Ciudadanía. Sin embargo, no defendemos la supresión de, quizás, la hecatombe que derrumbará -si cabe más- la Educación en España. Nos referimos al trato preferente de los dogmas católicos y, -seguramente lo más devastador- la desaparición de Ética y el cambio a modalidad de la asignatura Hª de la Filosofía. Es muy posible que gran parte del alumnado se alegre al escuchar esta última decisión del ministro Wert, pues a la mayoría todos los asuntos filosóficos se les antoja como una
serie de opiniones y teorías sin sentido y como un
coagulo existencial nada cercano a la realidad.
Es posible que quizás esa sea la base que hace fracasar estrepitosamente a nuestra Educación una y otra vez, reforma tras reforma. La Filosofía, disciplina que lo abarca todo, se ha restringido siempre a un segundo plano, como si ya no nos sirviera para nada. Mas los culpables no son únicamente los políticos, sino los obreros de a pie que nunca han luchado por la preservación del pensamiento humano ni se han molestado siquiera en reflexionar. Quizás ese sea el origen de nuestro devenir histórico: la falta de hábito en el filosofar. Si desde edades tempranas se impusiera una clase en el aula dedicada al debate y la argumentación subjetiva, siempre desde una perspectiva laica y no dogmática, se formarían humanos más humanizados -disculpad la redundancia-. Así, una vez ascendiéramos en la cumbre del saber y alcanzáramos niveles superiores, la historia de la Filosofía -toda esa amalgama de autores y obras- no nos resultaría un estudio amplisimo y monótono sin más, sino que nos serviría como elemento vehicular para alcanzar, de manera más exhaustiva, nuestra propia verdad.
Una pena que nada más se trate de una utopía, como la platónica, y que esta España de "
Deseducación" apueste por la farsa y no por la búsqueda de la idea suprema.