Dos años de reinvención

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miércoles, 3 de octubre de 2012

Entre lombrices o en ceniceros

La muerte acecha a la vuelta de la esquina. Extraño fenómeno que te arrastra en cualquier momento. ¿Y qué es la muerte? Muerte puede significar otra vida, tal vez paraíso o reencarnación o, según mi opinión, no puede significar nada.

Al otro lado, para mí, sólo hay un oscuro vacío, en ocasiones, una gran interrogación. Eso es ser agnóstico, señores. Las religiones sólo te vinculan a una visión idealizada de lo que habrá: ¿cielo o infierno? ¿reencarnación? ¿fundición en un estado espiritual de nirvana? Nadie lo sabe, ni siquiera ellos, líderes religiosos. La muerte es y siempre será un absoluto misterio. Por lo tanto, vivamos esta vida, ya que la tenemos, y no nos preocupemos por lo que pueda llegar después.

A modo de ejemplo, el catolicismo penaliza a los pecadores con un infierno ardiente y repleto de sufrimiento, recompensa a los devotos y bondadosos, y juzga los fallos en el purgatorio. Pura mitología. El cielo estaría desierto entonces. El objetivo y, por lo tanto, el mayor pecado del ser humano es no dejar ninguno.

Y me da igual ser católico o protestante, y me da igual ser caritativo o corrupto, y me da igual ser rico o pobre. Lo que la cuna nos diferencia, la muerte nos iguala. Todos morimos y lo hacemos de la misma forma. Y una vez muertos, estemos sepultados entre lombrices o reducidos a polvo en ceniceros, no seremos nada.

Con respecto a la famosa luz al final del túnel... No estoy seguro. Tal vez sea el paraíso, algo real, o quizás sólo un reflejo: un destello luminoso de una vida que se nos escapa.

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