Era un verano extremadamente caluroso. Fue hace dos, tres, cuatro años, que más da. Casi no se podía salir a la calle: las temperaturas rozaban (incluso superaban) los 40 ºC. Todo el mundo estaba en sequía, se podía decir que hasta el Amazonas estaba desierto.
Tras meses de agobio y de un clima árido, se formaron unas nubes en el cielo. Llovió. Me sentó genial. Echaba tanto de menos esa lluvia. No obstante, había mucha gente que detestó aquel diluvio inesperado. Hubo enfrentamientos por algo tan inútil como eso y lo cual no se podía remediar. Al fin y al cabo, el tiempo meteorológico no lo controla nadie. Sin duda somos muy estúpidos, y es que, nunca llueve a gusto de todos.
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