Burdas mentiras. Todo son blasfemias.
Sí, creo en la existencia de Jesús de Nazaret, por supuesto. Hechos históricos confirman su presencia en aquellos primeros días de la nueva era. Lo que no creo es tanto milagro, tanta bondad.
Si Jesús era un humano, también se equivocaría. Pero no, la Iglesia piensa que nuestro líder tiene que ser perfecto, un ejemplo a seguir. No obstante, hasta un ídolo debe tener sus defectos. ¿Agua convertida en vino? Permíteme que lo dude. ¿Que no se acostó nunca con nadie, ni siquiera con María Magdalena? Entonces, no sería persona.
María Magdalena, la famosa virgen, para la información del lector, no era virgen. Sí, atónitos los he dejado. O tal vez no. ¡Qué manía eclesiástica de encubrir su verdadera identidad! Era una puta, sí, una prostituta. O como el pontífice quiere llamarlo: una lupa capitolina (sí, os recuerdo que Rómulo y Remo fueron amamantados por una lupa, que fue interpretada por una espléndida Iglesia como loba cuando su doble significado era prostituta, algo más creíble).
Todos somos iguales, dice su excelencia. Muy bien, eso en la teoría. Después en la práctica, prostitutas y homosexuales se excluyen de ese colectivo al que llaman "todos".
En definitiva, la Iglesia en sí es una controversia. Atentos, no digo que no exista un Dios todopoderoso. Quizás lo haya o tal vez no. Ante cualquier duda, me considero agnóstico. Mi dura crítica está dirigida hacia esa institución religiosa que oculta la verdad y la transforma en una mentira piadosa, aquella que convierte unos consejos del Mesías en unas normas cristianas impuestas, aquella que se contradice y que su riqueza se ve reflejada en un Vaticano envuelto de oro.
Sacerdotes, monjas y obispos que guardan el voto no por exigencias de un Dios, sino de una Iglesia. Sacerdotes, monjas y obispos que ignorando sus necesidades humanas y sexuales constituyen una casta y, a la vez, promiscua eclesía.
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