La Historia, como todos sabemos, suele estar compuesta de tensiones bélicas y sus consiguientes guerras, de Constituciones y reformas, de tradición y de progreso. No obstante, este conjunto de aspectos que presenta esta ciencia no se crean por sí solos ni son lo más importante.
La Historia la hacen los ciudadanos, los que acatan las leyes y aquellos que se rebelan contra lo establecido. La Historia la escriben los propios humanos que la experimentan y, los rasgos más cercanos a ellos deberían ser los primordiales. La sociedad y la cultura conforman ese charco que refleja a todo un pueblo y a la situación del país en el que residen. Una opinión muy extendida entre los autores literarios de la Generación del 27, en especial, el gran Miguel de Unamuno, que profundizó en el término intrahistoria, defendiéndolo ante otros componentes de la Historia. Al fin y al cabo, ¿qué nos interesa una crisis económica capitalista sino resaltar la euforia consumista característica a priori y el sacrificio de los ciudadanos durante este periodo? ¿Qué importancia reside en una guerra sino las penurias sufridas por la población?
Por lo tanto, ¿por qué la Educación se empeña en taladrarnos en la cabeza cientos de nombres de reyes visigodos, fechas concretas y desarrollos de guerras interminables? Si eso es lo esencial dentro del transcurrir de millones de vidas, la mía ya puede terminar. Quizás no sea un renombrado personaje de la época pero algún día me gustaría formar parte de una Historia, aunque sea la familiar. Poder sentarme alrededor de mis hijos, mis nietos, y relatar cómo se vivía en mis tiempos, narrar lo que sufrí y de lo que disfruté.
Esto recibe el nombre de Memoria Colectiva. La cuestión reside ahora en si la experiencia de nuestros antepasados colabora en el aprendizaje de lo acontecido en el ayer. ¿Hemos aprendido de testimonios como, por ejemplo, los de Galdós en sus Episodios Nacionales? La contestación es muy clara si se expone un caso mundial que todos conocemos: la Segunda Guerra Mundial vino acompañada de la Guerra Fría. Se suele decir que a la tercera va la vencida, pero parece que después de las trincheras y los campos de concentración, continuamos anhelando el poder total sobre el resto del planeta. La ambición siempre nos ha corrompido y nos corromperá.
Entonces, esto desemboca a su vez en otro tema a tratar: la enseñanza de la Historia en los colegios. Tras comprobar los resultados, ¿de veras sirve para algo aprender los sucesos ocurridos a lo largo de la Historia y, concretamente, durante la Edad Contemporánea? La primera respuesta que nos viene a la mente es un "no" rotundo. No obstante, ¿es conveniente no conocer nuestros orígenes ni hacia dónde vamos? Al fin y al cabo, somos el resultado de lo vivido por nuestros antepasados. Los estereotipos, las costumbres, la cultura y las instituciones que forman nuestro Estado. Somos lo que nos rodea, aunque este círculo de vivencias se empezara a conformar hace milenios. Tal vez la Historia no tenga utilidad para enmendar nuestros errores pero, al menos, nos hace ser humanos; unos humanos que escriben a pluma su propia vida recogida en la Memoria Colectiva de miles de generaciones.
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