Últimamente, en absolutamente todos los medios de comunicación se tratan diariamente los casos de una corrupción política que, por desgracia, está generalizada: desde Urdangarín hasta Bárcenas, sin olvidarnos del caso Gürtel. Aquí nadie se salva, ninguna de las dos Españas, ambas han engañado al pueblo con sus sucias triquiñuelas y métodos para reduplicar sus ingresos. Se suele decir por la calle que "nos han robado", pero no solamente a nivel económico, sino que han traicionado los principios de una democracia como la que teóricamente gobierna en nuestro país. "Son unos sinvergüenzas", diría una mujer alarmada en cualquier telediario. Sin embargo, ¿quién no lo somos?
Ya tratamos anteriormente la dialéctica hegeliana. La dura represión del régimen de Francisco Franco dio paso una euforia generalizada o, como popularmente diríamos: tiramos la casa por la ventana. No establecimos un control, depositamos nuestra completa confianza en una serie de individuos que se hacían llamar políticos y nos despreocupamos de lo que pudiera acontecer el futuro. Nos dedicamos exclusivamente a gozar de nuestra libertad. Pero llegó un día en el cual, alguien cayó en la cuenta de la debilidad que se deriva de la ignorancia de la población, y aprovechó para tomarnos el pelo.
Por otro lado, no obstante, nosotros también llevamos a cabo nuestros propios asuntos engañosos a nivel particular. No estafamos a todo el pueblo español, pero sí a parte de él. El llamado dinero negro que todos manejamos para librarnos de impuestos y, por consiguiente, aumentar nuestro poder adquisitivo, sería un ejemplo de pura traición. Nos cubrimos de oro y, henchidos de ambición, buscamos la forma de incrementar todavía más nuestra riqueza. Para colmo, invertimos en negocios sin futuro, rodeándonos de una burbuja que antes o después explotaría. Los líderes invirtieron en investigación; en cambio, España eligió la construcción como cimiento de nuestra nación, utilizando hormigón tan endeble como nuestro propio país.
Actualmente, observamos como la cola del paro es cada día más larga, existe un abuso en el tema de los desahucios y muchas familias viven bajo el umbral de pobreza. Generalizar nunca es satisfactorio pero, hasta hace poco, todos nos aprovechábamos de nosotros mismos como auténticos idiotas y, hoy, recogemos el fruto de aquello que sembramos. Nos quejamos de Bárcenas, pero este personaje político no es más que la imagen más realista de nuestra sociedad. Al fin y al cabo, la picaresca que siempre nos ha caracterizado constata que lo que nos envuelve es el resultado maligno de nuestra propia maldad. Lo admitamos o no, todos somos Bárcenas.
No tratando de justificar el movimiento de dinero negro, toda la gente que lo ha hecho (desde una simple Ama de casa hasta el ex-alcalde de Marbella, Julián Muñoz), ha sido por sus intereses, o por el simple hecho de que "para que se lo lleven ellos, mejor me lo quedo yo".
ResponderEliminarEs cierto que los políticos se están llenando los bolsillos a nuestra costa, pero peor somos los del pueblo llano que aprovechamos la mínima laguna legal para nuestro beneficio. Por ejemplo: en los establecimientos de compras, todo artículo que no se pague a través de tarjeta de crédito no se registra en ninguna base de datos, por lo que ese porcentaje que debería ser pagado (oscila entre un 14-21%) se lo quedan los propietarios de dicho establecimiento.
Ellos nos roban mucho dinero entre pocos, pero nosotros entre millones de personas robamos el doble. No sé donde ha quedado aquello de la honradez y honestidad, cuando muchos se quejan de lo que ellos mismos hacen. Hipocresía pura, como siempre.
No estafamos a parte del pueblo, nos estafamos a nosotros mismos.
Pues lo que yo he dicho, solamente estás reafirmando lo dicho. Sin embargo, gracias por el dato de las tarjetas de crédito. Realmente interesante.
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