Hace precisamente un año, día 28 de mayo de 2012, emprendí un proyecto que, en un principio, auguré que duraría poco. Aquello de escribir siempre me había atraído, pero no estaba seguro si la idea de disertar daría buen resultado. De todas formas, me decanté por realizar este diminuto sueño e inicié una trayectoria que, oponiéndose a mis expectativas iniciales, ha conseguido ser de una extensión considerable.
Pensaba que la filosofía me traería respuestas, mas sólo ha introducido en mi atolondrada mente miles de preguntas existenciales, en ocasiones, hasta absurdas. No recuerdo con lucidez aquella etapa de mi adolescencia, sólo sé que no pasaba por mis mejores momentos y creí que si me rendía a los pies del saber y escuchaba lo que mi interior me dictaba, encontraría la verdadera felicidad.
Sin duda, podría afirmar que mi musa fue la asignatura de Ética, o más bien, la profesora que la impartía. No hay buena disciplina sin un buen maestro, y estaba claro que esta mujer estaba dispuesta a prestarnos su visión más nítida y positiva de un mundo tan desordenado como el nuestro. La clave no residía en memorizarse inútiles teorías sobre el objetivo de nuestra vida individual, sino en encontrar la meta propia. Aquellas lecciones causaron una gran curiosidad en mí y decidí comenzar este arduo camino que consistiría en conocerme mejor a mí mismo y ser consciente de mis límites, sueños y miedos. Para ello, empecé este blog, aunque jamás hubiera pensado lo complicado que llegaría a resultar. Aún conviviendo diariamente conmigo mismo, he descubierto que yo mismo conformo el ser más extraño y retorcido que nunca antes he conocido.
Quizás, el detonante fue el grandioso Kant. En una de las pocas lecciones teóricas, aquella visionaria -ya lo dijo un día, la filosofía reside en el cielo, ella se encarga de traérnosla hasta la tierra- nos descubrió a un filósofo moderno que aseguró que tenía mucho que decir. Así, puso ante mis ojos su teoría más célebre: el imperativo categórico. "No hagas lo que no te gustaría que te hiciesen", se podría resumir a grandes rasgos y utilizando un lenguaje cotidiano. No tenía nada de novedoso, en verdad era aquello que mis padres me habían inculcado desde pequeño; pero parece ser que aquella llamada de atención supuso mi apertura de mente. Si lo más cotidiano de mi vida, como es esta simple regla, es cuestionable, ¿por qué no criticar, replantear y buscar nuevos modelos y explicaciones para esa inmensa totalidad que nos rodea?
Irónicamente, no me he vuelto a interesar por Immanuel Kant ni, sinceramente, sé mucho más sobre sus reflexiones. Sin embargo, siempre quedará grabado en mi historia personal como la semilla de la que brotó el gran árbol que soy hoy, más robusto y perenne que un año atrás. Solamente hay que observar mis reflexiones para comprobarlo, la manera en la que han ido madurando y creciendo, como reflejo de mi yo interno. No obstante, hoy sólo soy un anteproyecto de lo que espero poder llegar a ser.
Al fin y al cabo, y tal como he señalado anteriormente, la creación de Reflexiones de un imperativo categórico fue un intento desesperado por obtener la felicidad a través de la filosofía. Aunque os confío un secreto: esta experiencia no me ha proporcionado más alegría de la que me caracterizaba, si acaso en ciertos momentos mayor flaqueza e impotencia. Pensar se relaciona con el saber y el saber únicamente nos ofrece una visión realista de un mundo injusto (e incluso de un mismo yo manipulador y cruel). Por consiguiente, esta contemplación conlleva a una valoración más objetiva acerca de lo que disponemos, aunque también a una infelicidad más profunda. Ya había oído antes que se vive mejor sumido en la ignorancia, pero no sabía cuán cierta es esta afirmación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario