Dos años de reinvención

Dos años de reinvención
Aquel 28 de mayo de 2012 todo empezó... Haz click y descubre las entradas especiales por el segundo aniversario del blog.

sábado, 31 de mayo de 2014

Homenaje a la mujer guerrera

A continuación os presento el relato corto que presenté al I Certamen Literario "8 de marzo", organizado por Juventudes Socialistas de Almansa, y que resultó ganador. Espero que lo disfrutéis tanto como yo he disfrutado escribiéndolo. La lucha por la igualdad todavía no está acabada.


***

La bandera tricolor ondeaba desde el balcón. El tenue sol de las nueve de la mañana penetraba en la oscura habitación, alumbrando el libro favorito de mamá, que reposaba sobre el sillón y en el que se podía leer inscrito en letras doradas el nombre de Virginia Woolf.

-            ¡Venga, pequeña! ¿Te apetece que vayamos a votar? –me animó mi madre, mientras se enfundaba su viejo chaquetón.
-            No sé para qué llevas a la niña a eso. Bueno, tampoco entiendo que tú vayas a votar. Las decisiones importantes y la política son asuntos de hombres. Además, la cocina está hecha una porquería… ¿Qué clase de ama de casa eres? –refunfuñó mi abuela.
-            ¿Ama de casa? Antes de nada soy mujer. –dio la espalda a su anciana progenitora y se dirigió hacia mí- No le hagas caso. Ponte el abrigo y vámonos.

Nada más salir del caserío me sorprendí de la euforia que se desataba en la calle. Decenas de ciudadanos al grito de “¡larga vida a la República!” se dirigían a las urnas. Los lúcidos rayos de sol otorgaban un tono más vivaz a los colores rojo, amarillo y morado que componían sus insignias.

-            ¡Menuda cola! Deberíamos haber salido antes. Nos tocará esperar, cariño –se lamentó mi madre sin perder la sonrisa.

Aquel era un pueblo pequeño y, sin embargo, parecía que todos los habitantes se habían congregado allí a ejercer su inalienable derecho a elegir. La mayoría eran hombres, aunque entre la multitud también se podían identificar unas pocas mujeres.

-            Mamá, ¿por qué casi todos son chicos? –pregunté, inocente.
-            Porque por mucho que las leyes hayan cambiado, la mentalidad de la sociedad sigue siendo la misma. –se dio cuenta de lo incomprensible que resultaban para mí esas palabras- A ver, cielo, ¿cómo puedo explicártelo? Digamos que hoy en día no hay muchas mujeres valientes. Piensa que esto es nuevo para todas nosotras.
-            ¿Eres valiente como una guerrera? –dije con un brillo en los ojos- ¿Nuevo por qué?
-            ¡Por supuesto que soy una guerrera decidida y valerosa! –añadió mi madre riéndose- Estas son las primeras elecciones de España en las que pueden votar las mujeres.
-            ¿Antes no podíais? –pregunté, curiosa.

Negó con la cabeza y me hizo una señal para que aguardara un instante, pues estábamos ya frente a la mesa electoral. Observé aquella escena con atención. El hombre responsable de la urna le exigió su identificación y, acto seguido, mi madre pudo introducir la papeleta por la rendija de aquella caja rectangular. Le temblaban las manos y tardó unos segundos en depositarla. Una vez lo hubo conseguido, una lágrima brotó de sus ojos y recorrió su rostro completo.

-            ¿Por qué lloras? –pregunté, confundida por el llanto que se había desatado en mi madre- ¿Estás triste?
-            ¡Claro que no! ¡Soy muy feliz! –rio mientras se secaba los párpados con un pañuelo- Lo que pasa es que este es un día muy importante para mí. Para mí y para ti. En fin, para todas las mujeres. Aunque este solo sea un pequeño paso, significa el inicio de la revolución feminista. Ya no seré mujer, ni ellos serán hombres, porque nos convertiremos en seres igualitarios. Este es el comienzo de algo grande, un proceso que ya ha detonado y jamás cesara de expandirse.

Miré fijamente sus ojos desafiantes. En aquel momento estuve convencida de que su discurso utópico se haría realidad algún día. Al fin y al cabo, sus palabras escondían un atisbo de verdad. En lo que respecta al hecho de que aquellas elecciones marcaron un antes y un después en el devenir del género femenino, era completamente cierto, porque la semilla de aquella mujer revolucionaria con capacidad de decisión en asuntos públicos ya había sido plantada y, por tanto, aquel ideal seguiría creciendo irremediablemente. Por el contrario, en su convencida predicción de que la valía de las mujeres se extendería a partir de entonces de forma imparable, fracasó estrepitosamente. Un día, no muchos años después, frente a un pelotón de fusilamiento, anhelaría aquella esperanza de futuro que jamás se cumpliría tal y como ella había predicho.

A primera vista, los hombres intolerantes habían silenciado la voz de la mujer insumisa. No obstante, el eco de aquel grito de revolución quedaría suspendido en el aire. Al fin y al cabo, mi optimismo me impide aceptar que esta represiva y mísera posguerra durará eternamente. Sé que resurgirá más fiera que nunca la mujer guerrera, cuyo lema será el mismo que guió a mi madre, una señora de carácter férreo a la par que dulce, durante su efímera vida: no quiero ser mujer objeto, pero tampoco hombre sujeto, sino que solamente deseo ser humana. Hoy, como mi ejemplo a seguir, pediría a todas las mujeres que fuesen revolucionarias, decididas, incontrolables, extrovertidas, luchadoras, soñadoras e inconformistas. Mamá, en este mundo absurdo y sexista lo más fácil sería ser espectadora, mas yo, al igual que tú, prefiero ser protagonista.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Eterno retorno, náusea, mentira, ansia de creación poética, crítica social, fines e inicios, decadencia y remodelación: dos años de reinvención

Hoy, veintiocho de mayo, se cumplen dos años del acontecimiento mundial más insignificante en décadas. Matizo el término mundial, pues, a pesar de no haber traspasado las fronteras espacio-temporales, a título personal el suceso sí ha sido clave en mi devenir. Hace exactamente dos años, cuando era un -aún más- indefenso joven, abrí las puertas de mi mente con ilusión a un proyecto indefinido, sin límites, perenne. Sin fecha de caducidad hasta hace aproximadamente dos meses, cuando, tras varias intermitencias, decidí posponer -muy a mi pesar- todas las sensaciones que me abrumaban. Fueron unos días interminables y vacíos en los que nada tenía sentido si no lo aliñaba con mi característica reflexión y sinrazón. Todo era demasiado evidente, real, incuestionable, y en esas circunstancias la Filosofía y todas las artes dejaban de tener el sentido completo que antaño poseían. Por unos instantes en los que la presión externa me cosificaba, me dominaba a su antojo, dejé de sentir ese irremediable deseo de crítica racional que durante aquellos casi dos años me había invadido. Una amalgama de sentimientos se pusieron en fila frente a mi puerta, emociones que me golpeaban y me hundían en la miseria y en el nihilismo. Y durante esos aparentemente breves pero inacabables meses sentí como una ráfaga de aire todo aquello que había pasado por mi cabeza desde que decidí comenzar el blog:

Eterno retorno, náusea, mentira, ansia de creación poética, crítica social, fines e inicios, decadencia y remodelación. Y en estas entradas en honor al segundo aniversario, superficialmente inconexas, se encuentra la esencia de lo que para mí significó aquel corto naufragio y esta eterna travesía.

Me sentí y me siento un filósofo de la Antigua Grecia. Noto como el ciclo se repite una y otra vez, que no hay una separación fija de acontecimientos, que todo vuelve a su caudal, que no hay línea que seguir con el fin de llegar a un paradero desconocido.

Me sentí y me siento Sartre. Me doy cuenta de que estoy condenado a ser libre, que a partir de ahora todo depende de mí, que estoy arrojado a un mundo en el que yo soy mi único y máximo responsable.

Me sentí y me siento Wittgenstein. He despertado de la armonía, perfección y verdad que creía que poblaba nuestro Universo para horrorizarme con una realidad acompasada, imperfecta y falsa.

Me sentí y me siento García Márquez y Borges. Soy consciente ahora del poder de la palabra, de mi ansia por escribir, de lo presente que está en nosotros, los seres humanos, la poesía y la belleza.

Me sentí y me siento Spinoza. Busco ante todo un compromiso social y una crítica a lo establecido, deseo crear algo justo, beneficioso e imperecedero para los demás.

Me sentí y me siento ellos, mis compañeros. He descubierto que todo tiene un comienzo y un final, pero no que esto signifique una sumisión en el olvido. Somos una cebolla que va adquiriendo capas pero que, en un momento determinado, se pueden quitar.

Me sentí y me siento Nietzsche. He sido partícipe de mi declive, pero también de mi capacidad de regeneración. Ojalá abandonara lo que me arrastra a la decadencia y construyera en su lugar aquello que me ayude a alcanzar una condición humana superior.

Me sentí y me siento reinventado. Me sentí y me siento diferente. Me sentí y me siento cambiante, pues, en estos dos años de gracias interminables, he crecido lo suficiente como para mejorarme como individuo, pero no tanto como para no reconocerme. Y a la Filosofía, maestra y guía de mi vida desde hace veinticuatro meses, doy a partir de hoy enteramente mi alma.



martes, 27 de mayo de 2014

Decadencia

Occidente en ruinas y yo aquí parado. Fracaso social y yo, también, fracasado. Decadencia de sombras y yo sin aportar luz. Dios debe morir y yo sin cuchillo ni valor. Occidente en ruinas y, por tanto, en ruinas estoy yo.

Friedrich Nietzsche fue uno de los filósofos de la sospecha, junto a Marx y Freud, y pretendió mistificar todo lo que se daba por hecho: las convenciones, las tradiciones, lo aparentemente transparente. Mas estos detectives de la corrupción encuentran en su búsqueda de todo menos cristalinidad. En el caso de Nietzsche, tras un análisis exhaustivo de la cultura occidental, descubrió una sociedad abocada a su propia destrucción y que negaba su bien más preciado: la vida.

Nuestra labor, según Nietzsche, será regenerar la sociedad. Sin embargo, no es un paso tan simple, sino que el humano resentido por su condición de esclavo deberá adoptar una moral de señores o, en otras palabras, evolucionar. Pero no se trata de una evolución desde una perspectiva biológica, sino humana. Y para que esta transformación se lleve a cabo nos veremos obligados a rechazar todo lo que nos ha traído hasta nuestra situación actual: filosofía, moral y religión, los arraigados pilares de Occidente.

No obstante, ¿a qué debemos aspirar según este filólogo? Debemos crecer hasta, paradójicamente, ser niños. Debemos ser inocencia, juego, nuevo comienzo. Necesitamos decir sí a la vida, ser amantes de nuestro día a día y no basar nuestras acciones en la propia venganza. Tenemos que convertirnos en el que Nietzsche llamará Superhombre (übermensch).

Y a estas alturas es cuando nos abruma la impotencia, cuando somos conscientes de que no podemos escapar de la decadencia que nos persigue como una sombra acechante, cuando nos sentimos incapaces de ser señores en un mundo de esclavos. Y si Occidente está en ruinas, yo también lo estoy. Y si la sociedad es decadente, yo, por consiguiente, lo soy. Y quiero ser Superhombre. Y ansío ser Superhombre. Pero no sé por dónde empezar ni tengo el valor para destruirlo todo, tal vez porque no considero que sea necesario o quizás a causa de mi inoperancia, quién sabe.

Lo que sí que estoy seguro es que un solo joven enclenque como yo no puede remover los ancestrales cimientos del alto rascacielos que somos. Soy incapaz de quitarme el peso de las córcovas, de rugir como un fiero león y de derrumbar a martillazos esta injusta estructura sin futuro. Necesito más Superhombres que afiancen mi poder, que aporten nuevos ladrillos y que ayuden a lavar la imagen del fracaso. Si en asuntos más insignificantes se hace urgente la fuerza de la colectividad, la emergencia es aún más patente en un proyecto tan decisivo como la destrucción de Occidente. Y más que destrucción de nuestro alrededor -que puede emprenderla un solo hombre-, nuestra propia remodelación como seres humanos. Y es que, una vez más, si deseamos que la sociedad cambie, primero nos tendremos que, individualmente, reinventar a nosotros mismos.

lunes, 26 de mayo de 2014

Fin de una etapa

A mis humanistas, compañeros de clase y, ante todo, amigos:

Cada instante en el que me desvivo por una obra literaria magnífica, por el descubrimiento de un nuevo vocablo con el que describir lo que siento, por una reflexión imposible que me atormenta, me desvivo también por ellos. Porque vosotros sois todo eso: sois poesía, sois un étimo, sois filosofía, sois yo. Sois quienes, en cierta manera, me habéis formado durante estos años, quienes han hecho del monótono trabajo una pasión, de un grupo con un fin puramente académico una familia. Sois quienes habéis forjado mi madurez; sois el pan de cada día, la fuente de mi conocimiento, las anécdotas más arraigadas a mi persona. Sois el énfasis de mi felicidad, pero también el inicio de mis dudas y preocupaciones.

Y a pesar de los disgustos, las largas jornadas, el agobio y el incesante tic tac que me persigue, habéis conseguido alegrar, acortar y atemporalizar mis días. Atemporalizar digo, porque este hilo común que nos une no es asunto ni sueño únicamente de un adolescente perdido o de un pasional preuniversitario. Esta gran comunidad que hemos formado derribará -al menos eso espero- los límites del tiempo e incluso del espacio. No habrá distancias ni años transcurridos si aquellas amenas e interesantes clases o las divertidas tardes de trabajos juntos siguen en nuestra mente. Solo el olvido podría finalizar con esto. Y esto es demasiado grande como para que una sola mente deje de recordarlo. Y más que una mente, un corazón, un alma inmortal, que es lo que, al fin y al cabo, los humanos somos: almas que vagan errantes y se han encontrado y que, a pesar de separarse, regresarán juntas de nuevo.

Y es que siempre nos quedará el retorno, ya no al pasado, sino a un presente alternativo. El presente es nuestro, recordad esto. Y, aunque ya no vayamos a caminar todos juntos, construiremos un futuro común, comprometido y esperanzador, de eso estoy seguro. Haremos que lo vivido y lo que queda por vivir merezca la pena.

Nos vemos en la siguiente parada, amigos.


sábado, 24 de mayo de 2014

La creación poética (II): Jorge Luis Borges

<< Me gustaría, en principio, avisarles con claridad de lo que cabe esperar -o, mejor, de lo que no han de esperar- de mí. Me doy cuenta de que incluso he cometido un error al titular mi primera conferencia. El título es, si no nos equivocamos, «El enigma de la poesía", y el énfasis recae, evidentemente, en la primera palabra, «enigma". Así que ustedes podrían pensar que el enigma es lo más importante. O, lo que aún sería peor, podrían pensar que me he engañado a mí mismo al creer que, en alguna medida, he descubierto el verdadero sentido del enigma. La verdad es que no tengo ninguna revelación que ofrecer. He pasado la vida leyendo, analizando, escribiendo (o intentándolo) y disfrutando. He descubierto que esto último es lo más importante. Embebido en la poesía, he llegado a una conclusión final sobre el asunto. Es verdad que, cada vez que me he enfrentado a la página en blanco, he sabido que debía volver a descubrir la literatura por mí mismo. Pero de nada me vale el pasado. Así que, como he dicho, sólo puedo ofrecerles mis perplejidades. Tengo cerca de setenta años. He dedicado la mayor parte de mi vida a la literatura, y sólo puedo ofrecerles dudas.

El gran escritor y sonador inglés Thomas de Quincey escribió -en alguna de las miles de páginas de sus catorce volúmenes- que descubrirun problema nuevo era tan importante como descubrir la solución de uno antiguo. Pero yo ni siquiera puedo ofrecerles esto; sólo puedo ofrecerles perplejidades clásicas. Y, sin embargo, ¿por qué tendría que preocuparme? ¿Qué es la historia de la filosofía sino la historia de las perplejidades de los hindúes, los chinos, los griegos, los escolásticos, el obispo Berkeley, Hume, Schopenhauer y otros muchos? Sólo quiero compartir estas perplejidades con ustedes.

Siempre que he hojeado libros de estética, he tenido la incómoda sensación de estar leyendo obras de astrónomos que jamás hubieran mirado a las estrellas. Quiero decir que sus autores escribían sobre poesía como si la poesía fuera un deber, y no lo que es en realidad: una pasión y un placer. Por ejemplo, he leído con mucho respeto el libro de Benedetto Croce sobre estética, y he encontrado la definición de que la poesía y el lenguaje son una «expresión».

Ahora bien, si pensamos en la expresión de algo, desembocamos en el viejo problema de la forma y el contenido; y si no pensamos en la expresión de nada en particular, entonces no llegamos a nada en absoluto. Así que respetuosamente admitimos esa definición, y buscamos algo más. Buscamos la poesía; buscamos la vida. Y la vida está, estoy seguro, hecha de poesía. La poesía no es algo extraño: está acechando, como veremos, a la vuelta de la esquina. Puede surgir ante nosotros en cualquier momento.

Ahora bien, es fácil que incurramos en un error muy común. Pensamos, por ejemplo, que, si estudiamos a Homero, la Divina comedia, Fray Luis de León o Macbeth, estudiamos la poesía. Pero los libros son sólo ocasiones para la poesía. [...]

Por ejemplo, si tengo que definir la poesía y no las tengo todas conmigo, si no me siento demasiado seguro, digo algo como: «poesía es la expresión de la belleza por medio de palabras artísticamente entretejidas». 

Esta definición podría valer para un diccionario o para un libro de texto, pero a nosotros nos parece poco convincente. Hay algo mucho más importante: algo que nos animaría no sólo a seguir ensayando la poesía, sino a disfrutarla y a sentir que lo sabemos todo sobre ella.

Esto significa que sabemos qué es la poesía. Lo sabemos tan bien que no podemos definirla con otras palabras, como somos incapaces de definir el sabor del café, el color rojo o amarillo o el significado de la ira, el amor, el odio, el amanecer, el atardecer o el amor por nuestro país. Estas cosas están tan arraigadas en nosotros que sólo pueden ser expresadas por esos símbolos comunes que compartimos. ¿Y por qué habríamos de necesitar más palabras? [...] >>

Borges, J. L., Arte poética


viernes, 23 de mayo de 2014

¿Vivimos democráticamente o en democracia?: una denuncia sobre la farsa que es nuestro sistema

El término democracia –etimológicamente, poder en manos del pueblo-  está siendo muy empleado últimamente por nuestros gobernantes como argumento de defensa a sus teorías y opiniones. Toda la retórica de los políticos reposa, hoy en día, sobre esta idea de gobierno, hasta el punto de que todos ellos esgrimen sus críticas a la ideología contraria basándose en lo que la propia democracia representa.  Seguro que todos hemos oído la calificación de una ley de antidemocrática –nos sonará a lo que la oposición ha dicho sobre las recientes leyes de educación y del aborto-. También nos vendrá a la cabeza el debate sobre el “derecho” a decidir sobre el futuro de Cataluña que defiende su presidente, Artur Mas, quien afirma que lo que ellos pretenden llevar a cabo, es decir, someter el interrogante de la independencia catalana a referéndum, es un método absolutamente democrático. Parece ser que, para nuestra clase política, lo relacionado con la democracia es lo bueno, y que el totalitarismo –o nazismo, como muchos componentes de la alta clase política apuntan-, aparente antónimo de nuestro justo sistema, es lo malo. Entonces, ¿debemos dar las gracias de poder gozar de un sistema político basado en la libertad y en el gobierno de todos? No debemos precipitarnos. Antes de responder, analizaremos y expondremos una serie de argumentos que desvelarán si la realidad se corresponde con  la teoría, o lo que es lo mismo, si actualmente vivimos democráticamente o únicamente en democracia.

La búsqueda de la forma de gobierno más correcta se remonta a la filosofía platónica y ha trascendido en el tiempo hasta nuestros días, en los que damos por supuesto que la democracia es el mejor sistema político de todos los creados hasta ahora. Un gran defensor de la democracia fue el filósofo barroco Baruch de Spinoza, racionalista y sucesor de Descartes, cuya teoría política guardará muchas similitudes con los posteriores pensadores denominados “contractualistas” –Hobbes, Locke y Rousseau-. Spinoza pensaba que los seres humanos son enemigos entre sí y el estado de naturaleza previo al nacimiento de la sociedad suponía un permanente peligro, pues el miedo, la pasión y el beneficio propio se imponían sobre la razón, dando lugar a un estado de absoluto terror. Así pues, los seres humanos, ansiosos por encontrar una garantía de paz y seguridad, emplearon su razón para unirse en sociedad, la única manera de conseguir el objetivo individual último, es decir, la conservación de uno mismo.

Mas, ¿cómo se puede asegurar que el vínculo sellado entre los individuos no se rompa? Únicamente hace falta que el poder soberano, aunque imponga restricciones,  ceda parte de los derechos naturales a los individuos, a quienes compense más seguir viviendo en sociedad antes que volver al peligroso estado anterior. Según Spinoza, esto se conseguirá otorgando a los integrantes del grupo la libertad de pensamiento, expresión y creencia religiosa, algo que solamente podrá ofrecer el sistema más libre de todos: la democracia. Por otra parte, nuestro autor deja claro que cada individuo renuncia a actuar por su propia decisión, pero no a razonar por sí mismo, pues puede –y, sin duda, debe- pensar, juzgar y opinar de forma diferente, así como expresarlo libremente, y que todos son consultados y participan en la toma de decisiones.

En resumen, Spinoza no defiende que la autoridad ejerza su poder despóticamente sobre los individuos, sino que contribuya a su liberación. Desde este punto de vista, la democracia es el paraíso terrenal del pueblo llano, la forma de gobierno más impecable y justa para todos. O en otras palabras, una propuesta utópica más dentro de una larga nómina, aunque sí adaptable –con sus consiguientes modificaciones y degradaciones- a la realidad. Al fin y al cabo, ¿no es nuestro sistema una democracia? Corrompida, claro, pero todavía apodada así, quizás como recuerdo de lo que un día pensábamos que podía llegar a ser.


Esa ilusión se forjó tras la muerte del dictador Francisco Franco, durante la transición democrática. La euforia post-dictadura quedó patente en arrebatos de libertad, locura y desenfreno como los que vivió Madrid durante la Movida. Todo el mundo guardaba una absoluta confianza en la futura democracia y en la construcción de una sociedad igualitaria que encajase en una Europa desarrollada.

Sin embargo, este proceso no fue tan idílico como muchos pensábamos. Al fin y al cabo, acabábamos de emerger de un régimen dictatorial y, desgraciadamente, su esencia quedó impregnada en los pilares de la sociedad democrática que, todavía a día de hoy, sigue presente. Por un lado, la fuerte influencia de la Iglesia sobre los españoles ha trascendido hasta nuestros días, en los que esta institución sigue obteniendo muchos beneficios y tiene una fuerza gubernamental considerable, a pesar de la explícita aconfesionalidad del Estado. Por otra parte, todavía se sigue ensalzando públicamente por algunos grupos conservadores la figura del caudillo, algo que, en otro país como Alemania –los mandamases de Europa no se toman a broma lo del Holocausto-, sería duramente castigada. Incluso la elaboración de la Constitución tuvo una cierta inspiración franquista, pues algunos de los dirigentes del régimen tomaron parte en su redacción, mientras otros tantos que habían adulado la dictadura pasaron a formar parte de la vida política en democracia –claro ejemplo el de Fraga, mano derecha de Franco, que fundó Alianza Popular, nuestro actual PP).

Aunque debemos alabar la labor de la transición democrática, también tenemos que ser conscientes de que nuestra historia más cercana sigue latente en nuestras instituciones y en nuestra vida cotidiana. No vivimos en una dictadura, claro está –aunque la restricción de derechos que nuestro gobierno está llevando a cabo nos puede hacer replanteárnoslo-, si acaso en una “dictadura democratizada”. Lo que sí es seguro es que no vivimos en una democracia tal y como la entendía Spinoza, y más ahora que la libertad de expresión, derecho fundamental, es reprimida (léase la recientemente aprobada Ley de Seguridad Ciudadana) y que la intromisión de la Iglesia en el Estado es más evidente (véase la polémica LOMCE). Por tanto, si no gozamos de democracia, jamás podemos vivir democráticamente.

No obstante, la culpa de que no seamos parte de esa realidad de libertad no la tienen únicamente los gobernantes, ni siquiera nuestras raíces históricas de las que ya hemos hablado. Los causantes de la antidemocracia que hoy nos ahoga no son otros que nosotros mismos, quienes no hemos dirigido nuestra vida a la democracia –Spinoza abogaba que la democracia debería ser algo más que un sistema político, debería ser un modelo de vida- ni hemos defendido nuestros derechos hasta ahora. Solamente hace falta volver la vista a los tiempos de bonanza y de crecimiento económico en los que se cometían grandes excesos antidemocráticos, por parte tanto de los dirigentes como de los ciudadanos de a pie, y que nadie denunció. Por el contrario, ahora, hipócritas de nosotros, declaramos ser contrarios a la corrupción, a pesar de haber desviado nuestra mirada a atropellos pasados.

Pero, sin duda, el colmo es nuestra inoperancia a la hora de votar. Descontentos con la labor del socialista Zapatero, nos paramos a pensar solo un segundo antes de elegir a la oposición, el Partido Popular. No exploramos más opciones. Si uno lo ha hecho mal, votamos al otro. Después nos quejamos del bipartidismo, cuando somos nosotros mismos quienes sustentamos esta práctica: “las dos Españas”, como diría Antonio Machado. Así, todos los españoles cedimos nuestra capacidad de autogobierno al partido de derechas, que consiguió la mayoría absoluta. ¿Y qué es la mayoría absoluta? Lo más antidemocrático que existe y que, paradójicamente, está recogido en nuestro sistema de elecciones. Mayoría absoluta significa tiranía, ya sea de un color u otro. La mayoría absoluta lleva tras de sí un abuso de poder contra el cual no podemos combatir.

Y es hoy, tras haber cometido tal descuido, cuando salimos a la calle –tras años de reposo en los que no nos importaba lo más mínimo la vida pública- a manifestarnos en contra de todos los recortes del Gobierno central, de los excesos intolerables que se están cometiendo. ¿Cuál es su respuesta? “Ayer tú depositaste tu voto en mí, a pesar de haberlo hecho a tontas y a locas y, como esto es una democracia, seguiré ejerciendo mi despotismo, ese que tú elegiste pero que no apoyas, durante lo que quede de legislatura”. Y aunque nosotros nos sigamos quejando, todo seguirá igual porque la voz del pueblo un día lo quiso así.

No obstante, no solo debemos limitarnos a denunciar los gravísimos y numerosos problemas de nuestra democracia, sino a aportar propuestas para la democratización de la sociedad española. Por supuesto, la medida que más urgencia conlleva es la estimulación de la participación de los ciudadanos en la vida política. Ese fin se alcanzaría, sin duda alguna, con la instauración de una democracia participativa como la que rige Suiza, en la que el pueblo vota directamente las leyes aprobadas por el Parlamento. Desgraciadamente, nuestro país, debido a su extensión y a su cantidad de habitantes, no se puede permitir este sistema de gobierno, por lo que únicamente podemos optar a una democracia representativa, en la que votamos a nuestros representantes en el Parlamento y que, teóricamente, simbolizan nuestra opinión.

¿Qué podemos hacer, entonces, para garantizar la validez del voto individual? Es evidente que el peso del voto de un individuo cultivado, interesado por la actualidad y que participa activamente en la vida pública no es el mismo que el de alguien ignorante, enajenado por los medios de comunicación y que dé la espalda a la política. No obstante, la prohibición de voto para la categoría de personas “no capacitadas” sería la primera medida antidemocrática –algo que, dicho sea de paso, se pretende combatir a lo largo de esta reflexión-. La mejor propuesta sería, pues, formar a los jóvenes en política antes de que, como mayores de edad, puedan depositar su primer voto. Una vez más, la educación, entendida como transmisión de saberes, es la respuesta: todo el mundo debería ser consciente de la retórica que utilizan los candidatos, de las falacias que usualmente emplean y de las consecuencias que la elección del pueblo puede tener durante cuatro años. No hace falta apuntar que estas lecciones sobre la vida política deberían impartirse desde la más absoluta imparcialidad; condición, por otra parte, difícil de conseguir.

Como conclusión, debemos responder al interrogante que se planteaba al comienzo de esta disertación: no vivimos democráticamente, solamente en democracia. Sin embargo, esta afirmación nos deriva a otras cuestiones y es si, tras todo lo que aquí se ha expuesto, podemos denominar siquiera democracia al sistema que rige nuestro país hoy en día. Tal vez nuestra democracia sería un eufemismo si lo comparamos con la reveladora visión de nuestro autor, quien lo considera un sistema justo en el que se asegura una serie de libertades y garantías que en nuestro país se están suprimiendo, entre ellas la libertad de palabra y la separación Iglesia-Estado. Esperemos que, en lo que respecta a la libertad del pensamiento, no haya recortes; nadie querría vivir en un distópico 1984 de Orwell dirigido por la Policía del Pensamiento y en el que los crimentales –acrónimo de crimen y mental, que designa un pensamiento herético, contrario al régimen- estuvieran a la orden del día. Al fin y al cabo, hasta que no exista una real democracia no podremos actuar democráticamente, y antes de que esta exista deberemos saber exactamente qué representa. Pensar, opinar, juzgar, participar, enseñar lo que se piensa; esa es la democracia que defendía Spinoza, la auténtica, única y pura libertad. 

jueves, 22 de mayo de 2014

La creación poética (I): Gabriel García Márquez. In memoriam.


<< [...] Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía.

Muchas gracias. >>

García Márquez, G., Discurso de aceptación del Premio Nobel (1982)

miércoles, 21 de mayo de 2014

Can we know the truth?

The Oxford Murders (Los crímenes de Oxford), Álex de la Iglesia

<< Since man is incapable of reconciling mind and matter, he tends to confer some sort of entity on ideas because he cannot bear the notion that the purely abstract only exists in our brain. "The beauty and harmony of a snowflake" - how sweet. "The butterfly that flutters his wings and causes a hurricane on the other side of the world" - we've been hearing about that damn butterfly for decades, but who has been able to predict a single hurricane? Nobody! Tell me something. Where is the beauty and harmony in cancer? What makes a cell suddenly decide to turn itself into a killer, metastasis and destroy the rest of the cells in a healthy body? Does anybody know? No! Because we'd rather think of snowflakes and butterflies than of pain, war, or that book. Why? Because we need to think that life has meaning, that everything is governed by logic and not by mere chance. If I write 2 then 4 then 6, then we feel good because we know that next comes 8. We can foresee it. We are not in the hands of destiny. Unfortunately, however, this has nothing to do with truth. Don't you agree? This is only fear. Sad... but there you go. >>

martes, 20 de mayo de 2014

La libertad es mi condena


Dicen que el teatro y la vida son lo mismo. La vida es un escenario vacío, para nada ornamental, en el que el actor efectúa su monólogo. El artista se encuentra completamente solo en medio de la escena y frente a un público inexistente. No hay más personajes, ni director, ni guionista. En esta existencia soy el único que puede actuar, dirigir y escribir mi historia. El teatro y la vida son lo mismo.

No obstante, existe una diferencia sustancial que nos hace distinguir entre ficción y realidad, si esto que vivimos puede ser considerado como cierto. "¡Acción!", clamaría el dramaturgo y la función comenzaría. "¡Acción!", nos ordenaríamos a nosotros mismos y la pieza teatral que es la vida jamás vería la luz. No habría acción, sino tan solo incertidumbre, pérdida, perplejidad, desorientación. Incompletos, no habría reacción al mandato, no haríamos de guía en nuestra propia vida, sino que esperaríamos que alguien o algo -ya sea Dios, la sociedad o un allegado concreto- nos dictara las normas de un juego incierto y azaroso. Estaríamos -y, de hecho, estamos- "arrojados" a la vida. Esa es la esencia que nos diferencia de una obra teatral.

Mas ¿por qué la ausencia de imperativos, consejos y guías nos deja desnudos ante lo que está por venir? Porque tememos ser libres, cualidad inherente al ser humano, que no hemos heredado, adoptado o aprendido. La libertad es la ley innata que nos gobierna y de la que, aunque quisiéramos, no nos podríamos deshacer. "El hombre está condenado a ser libre", dirá Jean-Paul Sartre. Debemos decidir hacia dónde encaminar nuestro día a día, aunque más bien tenemos que hacerlo. Somos los primeros y únicos responsables de nuestras acciones, que determinarán decisivamente nuestro futuro. Y este sentimiento de excesiva libertad, de desamparo, de soledad ante la vida, es la angustia. O en otras palabras, la naúsea, esa horrible sensación de malestar y congoja, es, en definitiva, el enfermizo síntoma de ser libre y estar arrojado a un mundo sin sentido en el que todo depende de mí.

***

<<Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo, es responsable de todo lo que hace. El existencialista no cree en el poder de la pasión. No pensará nunca que una bella pasión es un torrente devastador que conduce fatalmente al hombre a ciertos actos y que por consecuencia es una excusa; piensa que el hombre es responsable de su pasión. El existencialista tampoco pensará que el hombre puede encontrar socorro en un signo dado sobre la tierra que le orienta; porque piensa que el hombre descifra por sí mismo el signo como prefiere. Piensa, pues, que el hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada instante a inventar el hombre.>>
J. P. SARTRE, El existencialismo es un humanismo

domingo, 18 de mayo de 2014

Ciclo

El fin es el comienzo de algo nuevo. Los griegos concebían el tiempo como un ciclo. No hay principios ni desenlaces. No sabemos en qué parte de la circunferencia iniciamos nuestra travesía ni dónde precipitará, si nos reencontraremos con la esencia de lo vivido o si todo lo acontecido quedará atrás, caudal de ese ciclo.

El fin es el comienzo de algo nuevo. Los griegos concebían el tiempo como un ciclo. No hay principios ni desenlaces. No sabemos en qué parte de la circunferencia iniciamos nuestra travesía ni dónde precipitará, si nos reencontraremos con la esencia de lo vivido o si todo lo acontecido quedará atrás, caudal de ese ciclo.

El fin es el comienzo de algo nuevo. Los griegos concebían el tiempo como un ciclo. No hay principios ni desenlaces. No sabemos en qué parte de la circunferencia iniciamos nuestra travesía ni dónde precipitará, si nos reencontraremos con la esencia de lo vivido o si todo lo acontecido quedará atrás, caudal de ese ciclo.

El fin es el comienzo de algo nuevo. Los griegos concebían el tiempo como un ciclo. No hay principios ni desenlaces. No sabemos en qué parte de la circunferencia iniciamos nuestra travesía ni dónde precipitará, si nos reencontraremos con la esencia de lo vivido o si todo lo acontecido quedará atrás, caudal de ese ciclo.

El fin es el comienzo de algo nuevo. Los griegos concebían el tiempo como un ciclo. No hay principios ni desenlaces. No sabemos en qué parte de la circunferencia iniciamos nuestra travesía ni dónde precipitará, si nos reencontraremos con la esencia de lo vivido o si todo lo acontecido quedará atrás, caudal de ese ciclo.


De lineal poco tiene nuestra existencia