Ojalá nuestra vida fuera semejante a la de Dafne, aquella ninfa que se metamorfoseó en laurel cansada de ser perseguida por un incansable Apolo. En cuestión de segundos, su yo cambió completamente, sus brazos en luengos ramos se tornaron. Sin duda, se trata de nuestro modelo a seguir: se convirtió inmediatamente en lo que realmente quería ser y así, esquivó todos sus males y amarguras, aquellos que se concentraban en el Dios del Sol. Es desde entonces que los humanos imploramos al cielo que nos otorgue la capacidad de metamorfosis.
No obstante, nuestra especie no nos permite acabar con nuestros tormentos en un abrir y cerrar de ojos. El cambio es un proceso extenso y costoso. Y todavía lo es más si a ello le sumamos un gran defecto: nuestra abstención a cambiar, a transformarnos, a crecer. Como humanos que somos, predisponemos nuestros deseos inmediatos a aquellos que se cumplirán en un largo plazo, porque nuestra virtud no es la espera, sino que exigimos ver los resultados a corto plazo de una metamorfosis caracterizada por su lentitud.
Inútilmente, nos pasamos horas ideando ese superhombre que podíamos llegar a ser, preguntándonos cómo podríamos encontrar la más absoluta perfección. Sin embargo, estos planes nunca salen a la luz, porque nos dedicamos a tareas menores y no a nuestra propia reinvención. Para colmo, nos quejamos de la mediocridad que nos envuelve y que, a nuestro parecer, nos impide alcanzar las características que presenta aquel superhombre idealizado. Gran reflexión la de Nietzche, sin duda.
Una vez constatada nuestra imposibilidad y oposición a evolucionar, se nos plantea el quid de la cuestión: ¿Una persona que anteriormente ha mostrado un comportamiento detestable puede cambiar su actitud a mejor? He aquí la desconfianza que nos embarga día a día, esa memoria histórica que nos recuerda todas aquellas horribles acciones que llevó a cabo y que no nos permite entregarnos al cien por cien a esa persona. ¿Deberíamos creer en el repentino cambio de alguien o mas bien deberíamos preguntarnos acerca de sus verdaderas intenciones?
Al fin y al cabo, y por mucha voluntad que presente, un humano no puede cambiar de la noche a la mañana. Al igual que los gusanos de seda, vivimos en un periodo de reposo y meditación envueltos en una crisálida, en el cual mostramos nuestro arrepentimiento de lo acontecido y nuestros deseos de metamorfosear. Exteriorizamos nuestras ansías de romper el capullo, volar convertidos en un ser completamente nuevo y que, de esta manera, nuestra vida repleta de errores quede atrás.
"La comprensión de que la vida es absurda no puede ser un fin, sino un comienzo" -Albert Camus
viernes, 29 de marzo de 2013
domingo, 24 de marzo de 2013
La interpretación de los sueños (I): Introducción
Se ha hablado mucho de los sueños a lo largo de la historia de la filosofía. Descartes ya nos introdujo el término res cogitans y la teoría que nos pretende explicar que lo que vivimos y creemos real puede ser tan solo un sueño. Calderón de la Barca, dramaturgo barroco, reafirmó la tesis del filósofo en su obra La vida es sueño.
Como se observa, los sueños siempre han poseído una gran relevancia. El surrealismo, corriente vanguardista, encabezada por grandes pintores como el español Dalí, intentó ahondar en el mundo onírico, ese aparente Universo sin límites. Incluso se crearon agencias en toda Europa donde gente, a menudo muy dispar, acudía a relatar sus sueños más dulces y sus terribles pesadillas, a raíz de los cuales los grandes creaban arte, en ocasiones un arte más realista que el propio mundo en el que vivimos.
Para colmo, el término "sueño" posee multitud de acepciones. Quizás el sinónimo más empleado es "imposible", porque tendemos a creer que los sueños jamás se harán realidad, como si nos opusiéramos a la actitud inocente e idealista que mostrábamos de pequeños. Sin embargo, a veces los sueños son metas, y por imposibles que parezcan, son alcanzables.
Podríamos dedicar toda una existencia a explicar la diferencia entre realidad y fantasía. Sin embargo, esto resultaría un esfuerzo en vano, porque ni siquiera estamos seguros de que nosotros somos algo verdadero.
Multitud de grandes pensadores han ahondado en este mundo que todos definimos de apariencias e inexactitud. No obstante, nunca antes nadie había logrado interpretar el mensaje oculto que los sueños poseen en nuestra vida cotidiana, qué significa cada detalle de lo que imaginamos, a qué estado de ánimo o situación personal suelen ir ligados.
Fue ya entrado el siglo XX cuando uno de los padres de la psicología moderna, el alemán Sigmund Freud, desveló al menos una parcialidad de los secretos que esconde el mundo onírico. Por eso, su obra La interpretación de los sueños es digna de análisis, la cual comienza con estas palabras:
<< En las páginas que siguen demostraré que existe una técnica psicológica que permite interpretar sueños, y que, si se aplica este procedimiento, todo sueño aparece como un producto psíquico provisto de sentido al que cabe asignar un puesto determinado dentro del ajetreo anímico de la vigilia. Intentaré, además, aclarar los procesos que dan al sueño el carácter de algo ajeno e irreconocible, y desde ellos me remontaré a la naturaleza de las fuerzas psíquicas de cuya acción conjugada o contraria nace el sueño. >>
Ojalá algún día logremos desentrañar absolutamente todos los misterios que pueblan nuestro subconsciente, aquel que se materializa en forma de sueños. Sueños que nos aterrorizan simbolizados por el más monstruoso de los seres, y muchos otros que albergan una esperanza en nuestras vidas y nos arrancan una sonrisa. Porque aunque el Universo de lo onírico parezca ajeno al que nosotros vivimos, no es así. Al fin y al cabo, y oponiéndome a lo que una vez pronunció Calderón, los sueños no únicamente sueños son.
Como se observa, los sueños siempre han poseído una gran relevancia. El surrealismo, corriente vanguardista, encabezada por grandes pintores como el español Dalí, intentó ahondar en el mundo onírico, ese aparente Universo sin límites. Incluso se crearon agencias en toda Europa donde gente, a menudo muy dispar, acudía a relatar sus sueños más dulces y sus terribles pesadillas, a raíz de los cuales los grandes creaban arte, en ocasiones un arte más realista que el propio mundo en el que vivimos.
Para colmo, el término "sueño" posee multitud de acepciones. Quizás el sinónimo más empleado es "imposible", porque tendemos a creer que los sueños jamás se harán realidad, como si nos opusiéramos a la actitud inocente e idealista que mostrábamos de pequeños. Sin embargo, a veces los sueños son metas, y por imposibles que parezcan, son alcanzables.
Podríamos dedicar toda una existencia a explicar la diferencia entre realidad y fantasía. Sin embargo, esto resultaría un esfuerzo en vano, porque ni siquiera estamos seguros de que nosotros somos algo verdadero.
Multitud de grandes pensadores han ahondado en este mundo que todos definimos de apariencias e inexactitud. No obstante, nunca antes nadie había logrado interpretar el mensaje oculto que los sueños poseen en nuestra vida cotidiana, qué significa cada detalle de lo que imaginamos, a qué estado de ánimo o situación personal suelen ir ligados.
Fue ya entrado el siglo XX cuando uno de los padres de la psicología moderna, el alemán Sigmund Freud, desveló al menos una parcialidad de los secretos que esconde el mundo onírico. Por eso, su obra La interpretación de los sueños es digna de análisis, la cual comienza con estas palabras:
<< En las páginas que siguen demostraré que existe una técnica psicológica que permite interpretar sueños, y que, si se aplica este procedimiento, todo sueño aparece como un producto psíquico provisto de sentido al que cabe asignar un puesto determinado dentro del ajetreo anímico de la vigilia. Intentaré, además, aclarar los procesos que dan al sueño el carácter de algo ajeno e irreconocible, y desde ellos me remontaré a la naturaleza de las fuerzas psíquicas de cuya acción conjugada o contraria nace el sueño. >>
Ojalá algún día logremos desentrañar absolutamente todos los misterios que pueblan nuestro subconsciente, aquel que se materializa en forma de sueños. Sueños que nos aterrorizan simbolizados por el más monstruoso de los seres, y muchos otros que albergan una esperanza en nuestras vidas y nos arrancan una sonrisa. Porque aunque el Universo de lo onírico parezca ajeno al que nosotros vivimos, no es así. Al fin y al cabo, y oponiéndome a lo que una vez pronunció Calderón, los sueños no únicamente sueños son.
jueves, 21 de marzo de 2013
Literatura Vital (VI): El poema de Zeus
Cubre, ¡oh Zeus!, tu cielo
con nebuloso velo
y ejerce como el joven
que cardos coge,
en las cimas del roble y del monte;
mas déjame a mí la tierra,
sí, déjame estar,
y mi cabaña, que tú no edificaste,
y mi hogar,
cuya lumbre
¡tú me envidias!
¡Nada más pobre bajo el sol conozco
que vosotros, oh dioses!
Apenas alimentáis,
con impuestos de ofrendas
y el humo de preces,
vuestra majestad,
y pasaríais hambre,
si no hubiera niños y mendigos
locos llenos de esperanza.
Cuando un niño era
y no sabía de dónde ni a dónde,
alcé mis turbados ojos,
al sol, como si allí arriba hubiera
una oreja, para oír mis quejas,
un corazón como el mío,
para apiadarse del oprimido.
¿Quién me ayudó
contra la soberbia de los titanes?
¿Quién me salvó de la muerte
y de la esclavitud?
¿No lo has cumplido todo tú mismo
sagrado corazón ardiente?
¿Y ardías joven y bueno,
engañado, dando gracias
al que duerme allí arriba?
¿Yo honrarte a ti? ¿Por qué?
¿Has suavizado los dolores
del cargado?
¿Has detenido las lágrimas
del angustiado?
¿No me han forjado como hombre
el tiempo omnipotente
y el destino eterno,
mis señores y los tuyos?
¿Imaginaste en tu delirio
que iba a odiar la vida
y huir al desierto
porque no todos
mis sueños florecieron?
¡Aquí me siento y hombres formo
a mi propia imagen;
un género que sea igual a mí,
para sufrir, para llorar,
para gozar y alegrarse
y que no te respeten,
como yo!
con nebuloso velo
y ejerce como el joven
que cardos coge,
en las cimas del roble y del monte;
mas déjame a mí la tierra,
sí, déjame estar,
y mi cabaña, que tú no edificaste,
y mi hogar,
cuya lumbre
¡tú me envidias!
¡Nada más pobre bajo el sol conozco
que vosotros, oh dioses!
Apenas alimentáis,
con impuestos de ofrendas
y el humo de preces,
vuestra majestad,
y pasaríais hambre,
si no hubiera niños y mendigos
locos llenos de esperanza.
Cuando un niño era
y no sabía de dónde ni a dónde,
alcé mis turbados ojos,
al sol, como si allí arriba hubiera
una oreja, para oír mis quejas,
un corazón como el mío,
para apiadarse del oprimido.
¿Quién me ayudó
contra la soberbia de los titanes?
¿Quién me salvó de la muerte
y de la esclavitud?
¿No lo has cumplido todo tú mismo
sagrado corazón ardiente?
¿Y ardías joven y bueno,
engañado, dando gracias
al que duerme allí arriba?
¿Yo honrarte a ti? ¿Por qué?
¿Has suavizado los dolores
del cargado?
¿Has detenido las lágrimas
del angustiado?
¿No me han forjado como hombre
el tiempo omnipotente
y el destino eterno,
mis señores y los tuyos?
¿Imaginaste en tu delirio
que iba a odiar la vida
y huir al desierto
porque no todos
mis sueños florecieron?
¡Aquí me siento y hombres formo
a mi propia imagen;
un género que sea igual a mí,
para sufrir, para llorar,
para gozar y alegrarse
y que no te respeten,
como yo!
Prometeo, Goethe
martes, 19 de marzo de 2013
Retrato de un futuro fracaso humano: Entrega 20 (y última)
Oxford, 1945
El Puente de los Suspiros se alzó de nuevo ante ella. Allí estaba, pintando, como si de un retorno a sus raíces se tratase. Admiraba aquella estructura que había sido objeto de sus primeras pinturas, aquel puente que, sin duda, simbolizaba su fuente interminable de inspiración. Pensó que el destino la había traído hasta la ciudad inglesa de nuevo, que todo lo ocurrido había sido pactado antes de que sucediera. Ahora, añorando tiempos mejores, su mente establecía una curiosa semejanza entre su vida y una cebolla. Ella, antes joven y vital, conformaba el corazón de dicha hortaliza. Sin embargo, la degradación de su alrededor y su consiguiente experiencia acerca de una existencia nefasta provocaron que ese fuero interno que identificaba a la chica se cubriera de múltiples capas de cebolla. Eso es al fin y al cabo el ciclo vital, el cual consiste en dejar lo originario atrás e ir progresando y evolucionando como ser humano. No obstante, en ciertas ocasiones, conviene dejar de reinventarse y echar un vistazo a las semillas que nos engendraron.
Deseaba finalizar por fin su obra que reflejara el futuro basándose en lo acontecido en el pasado, pero ni siquiera sabía cómo hacerlo. En aquellos últimos años había experimentado un almizcle de sensaciones positivas y negativas que impedían hacer un balance objetivo. La muerte de Sahmuel le había afectado considerablemente, pero el dolor y la amargura por la ausencia del judío habían sido cicatrizados gracias a los besos de Francisco, su español. No podía augurar un futuro que, estaba segura, se constituiría de la más terrible de las desgracias y el más dulce de los sentimientos.
Ante aquella incertidumbre, optó por romper el lienzo y terminar la tarea en otro totalmente en blanco. Antes de trazar una sola línea, prefirió firmar el cuadro. Empleando un trazo claro, escribió su nombre: Alexandra. Se preguntó entonces por qué no le había dicho nunca su nombre real a Francisco. Lo echaba de menos y sabía que no podría encontrarla jamás ya que ni siquiera le había dicho que se llamaba Alexandra.
De todas formas es un nombre -pensó, por el contrario- No por eso me iba a hallar. No por eso nada de lo que ha ocurrido ni va a suceder varía.
Suspiró y, bañando su pincel en una pintura de color grisáceo que yacía en su paleta, perfiló únicamente un signo de interrogación en la mitad del lienzo. Aquel era su futuro, el mañana de todos los seres humanos. Poco más tarde, llegaría la guerra fría, el conflicto árabe-israelí y la ambición de muchos. Sin embargo, aquello sería aderezado con la libertad de multitud de pueblos esclavizados, con la reivindicación de derechos y la igualdad de sexos y quizás, -ojalá así fuera- con el reencuentro de la pintora y Francisco. Nadie sabía que el mañana le traería lágrimas y sonrisas, dolor y pasión, pérdidas y encuentros. Nadie sabría nunca como aquella alemana había revelado en un simple cuadro lo que nos iba a acontecer, una cuestión todavía no respondida. Un retrato que mostraría, seguido de una posible victoria, un futuro y nuevo fracaso humano.
El Puente de los Suspiros se alzó de nuevo ante ella. Allí estaba, pintando, como si de un retorno a sus raíces se tratase. Admiraba aquella estructura que había sido objeto de sus primeras pinturas, aquel puente que, sin duda, simbolizaba su fuente interminable de inspiración. Pensó que el destino la había traído hasta la ciudad inglesa de nuevo, que todo lo ocurrido había sido pactado antes de que sucediera. Ahora, añorando tiempos mejores, su mente establecía una curiosa semejanza entre su vida y una cebolla. Ella, antes joven y vital, conformaba el corazón de dicha hortaliza. Sin embargo, la degradación de su alrededor y su consiguiente experiencia acerca de una existencia nefasta provocaron que ese fuero interno que identificaba a la chica se cubriera de múltiples capas de cebolla. Eso es al fin y al cabo el ciclo vital, el cual consiste en dejar lo originario atrás e ir progresando y evolucionando como ser humano. No obstante, en ciertas ocasiones, conviene dejar de reinventarse y echar un vistazo a las semillas que nos engendraron.
Deseaba finalizar por fin su obra que reflejara el futuro basándose en lo acontecido en el pasado, pero ni siquiera sabía cómo hacerlo. En aquellos últimos años había experimentado un almizcle de sensaciones positivas y negativas que impedían hacer un balance objetivo. La muerte de Sahmuel le había afectado considerablemente, pero el dolor y la amargura por la ausencia del judío habían sido cicatrizados gracias a los besos de Francisco, su español. No podía augurar un futuro que, estaba segura, se constituiría de la más terrible de las desgracias y el más dulce de los sentimientos.
Ante aquella incertidumbre, optó por romper el lienzo y terminar la tarea en otro totalmente en blanco. Antes de trazar una sola línea, prefirió firmar el cuadro. Empleando un trazo claro, escribió su nombre: Alexandra. Se preguntó entonces por qué no le había dicho nunca su nombre real a Francisco. Lo echaba de menos y sabía que no podría encontrarla jamás ya que ni siquiera le había dicho que se llamaba Alexandra.
De todas formas es un nombre -pensó, por el contrario- No por eso me iba a hallar. No por eso nada de lo que ha ocurrido ni va a suceder varía.
Suspiró y, bañando su pincel en una pintura de color grisáceo que yacía en su paleta, perfiló únicamente un signo de interrogación en la mitad del lienzo. Aquel era su futuro, el mañana de todos los seres humanos. Poco más tarde, llegaría la guerra fría, el conflicto árabe-israelí y la ambición de muchos. Sin embargo, aquello sería aderezado con la libertad de multitud de pueblos esclavizados, con la reivindicación de derechos y la igualdad de sexos y quizás, -ojalá así fuera- con el reencuentro de la pintora y Francisco. Nadie sabía que el mañana le traería lágrimas y sonrisas, dolor y pasión, pérdidas y encuentros. Nadie sabría nunca como aquella alemana había revelado en un simple cuadro lo que nos iba a acontecer, una cuestión todavía no respondida. Un retrato que mostraría, seguido de una posible victoria, un futuro y nuevo fracaso humano.
martes, 12 de marzo de 2013
Retrato de un futuro fracaso humano; Entrega 19 (y penúltima)
Alemania, 1945
Berlín tenía un aspecto nefasto. Los bombardeos habían devastado la ciudad alemana. No quedaba nada, solamente ruinas de edificios que habían sido testigos del huir y el morir de miles de humanos. Ruinas que relatan la historia de la peor guerra hasta entonces conocida.
La pintora todavía no era consciente de la situación de su país natal, reducido a escombros y cadáveres. Deseaba retratar aquella rabia, impotencia y tristeza que se apoderaba de ella en su pintura, mostrarle al mundo su propia crueldad.
Una crueldad y odio que se materializó un 6 y 9 de agosto de 1945. Un pueblo estadounidense colérico consideró el lanzamiento de unas armas devastadoras de nueva creación para vencer finalmente a la última potencia del Eje que todavía sobrevivía: Japón. El lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki constató cómo el hombre puede crear métodos masivos para acabar con el semejante, sujeto y creador de su destrucción característica.
No obstante, la deshumanización mostrada por los americanos no se materializó únicamente en muertes, sino que las mutilaciones provocadas por los artefactos nucleares fueron uno de los grandes problemas de las víctimas indirectas de esta gran catástrofe. Personas cuyo rumbo en su día a día se tornaría negativamente por una simple cuestión de ineptitud y arrogancia de unas naciones que quisieron proclamarse dueños del resto, sedientos de un vano poder.
Sin embargo, este ataque derivó en la capitulación japonesa y de alguna forma contribuyó al fin del conflicto bélico, el cual data de un 2 de septiembre de 1945. Seis años de guerra incruenta que avistaban un leve destello de luz. Todo aquel holocausto había finalizado.
Una vez llegado el desenlace, era el turno de la pintora quien, empuñando un pincel como si de un arma indestructible y masiva se tratase, se dispuso a dar los últimos retoques a su gran obra, la cual retrocedería a sus orígenes: Oxford. El finiquito de la obra sucedería en su mismísimo punto de partida.
Berlín tenía un aspecto nefasto. Los bombardeos habían devastado la ciudad alemana. No quedaba nada, solamente ruinas de edificios que habían sido testigos del huir y el morir de miles de humanos. Ruinas que relatan la historia de la peor guerra hasta entonces conocida.
La pintora todavía no era consciente de la situación de su país natal, reducido a escombros y cadáveres. Deseaba retratar aquella rabia, impotencia y tristeza que se apoderaba de ella en su pintura, mostrarle al mundo su propia crueldad.
Una crueldad y odio que se materializó un 6 y 9 de agosto de 1945. Un pueblo estadounidense colérico consideró el lanzamiento de unas armas devastadoras de nueva creación para vencer finalmente a la última potencia del Eje que todavía sobrevivía: Japón. El lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki constató cómo el hombre puede crear métodos masivos para acabar con el semejante, sujeto y creador de su destrucción característica.
No obstante, la deshumanización mostrada por los americanos no se materializó únicamente en muertes, sino que las mutilaciones provocadas por los artefactos nucleares fueron uno de los grandes problemas de las víctimas indirectas de esta gran catástrofe. Personas cuyo rumbo en su día a día se tornaría negativamente por una simple cuestión de ineptitud y arrogancia de unas naciones que quisieron proclamarse dueños del resto, sedientos de un vano poder.
Sin embargo, este ataque derivó en la capitulación japonesa y de alguna forma contribuyó al fin del conflicto bélico, el cual data de un 2 de septiembre de 1945. Seis años de guerra incruenta que avistaban un leve destello de luz. Todo aquel holocausto había finalizado.
Una vez llegado el desenlace, era el turno de la pintora quien, empuñando un pincel como si de un arma indestructible y masiva se tratase, se dispuso a dar los últimos retoques a su gran obra, la cual retrocedería a sus orígenes: Oxford. El finiquito de la obra sucedería en su mismísimo punto de partida.
sábado, 9 de marzo de 2013
Blogger@s (II): Historia del olvido
Besó dulcemente sus senos todavía vírgenes y prematuros. Acarició sus mejillas y cada recoveco de su sugerente cuerpo. A pesar de no ser todavía una mujer, su figura estilizada y sensual auguraba unas vertiginantes curvas para cuando la pubertad finalizara. Dieciséis años ambos tenían y, a pesar de su temprana edad, él sintió sensaciones junto a ella que posteriormente no pudo experimentar con nadie más. Era ella su madurez, su firmeza, su sueño, y la amarraba con todas sus fuerzas mientras le hacía el amor, convencido de que así el futuro nunca la apartaría de su lado.
No mucho después, surgieron problemas en su relación y decidieron concederse un descanso. Un tiempo que se prolongaría demasiado. Fueron por riberas de ríos distintos: ella, valiente y decidida, bañándose y dejando que el agua recompusiese todas sus cicatrices; él, inmaduro e infantil, caminó sin descanso lamentándose de lo acontecido en el pasado. Había sido la mujer de su vida y, adulto ya, no se veía capaz de desprenderse de aquella ilusión adolescente. Enrabiado, deseaba olvidarse de ella y volver al punto de partida.
Por desgracia, el olvido lo escuchó y se apoderó de él en cuestión de meses. Le diagnosticaron la enfermedad del no conocer, del no saber, del no recordar. Al fin, desecharía todos los recuerdos en los que estuviera presente ella: su sueño, ya no tan deseado, vería la luz.
Tras recibir tan pésima noticia, se acostumbró a pasear diariamente durante el atardecer por el parque de su barrio. Era otoño y observaba, mudo de asombro, como las hojas se desprendían de sus ramas a la vez que los datos almacenados en su memoria se iban borrando. Caminaba y admiraba con el fin de atarse a ese mundo que pronto no conocería. No obstante, un día, su amor juvenil se cruzó con él. Pudo ver como su cara, antes caracterizada por la belleza eterna y la felicidad, se había tornado en un rostro sin expresión, amargado, abatido.
Sin pronunciar más que un tímido hola, ella se abalanzó a sus brazos y se besaron como hacían hace unas décadas que, en aquellos instantes, se avistaban difusas. Rozó dulcemente de nuevo con sus labios aquellos senos, ahora deshinchados tal vez por tanto pesar en su vida. Acarició sus marcados pómulos que sustituían aquellas sonrosadas mejillas, y contoneó su cuerpo femenino pero maltratado por el tiempo y la soledad. Él la amarró con todas sus fuerzas otra vez, convencido de que, si así lo hacía, el olvido no se la llevaría consigo. Lloraba porque aquellos recuerdos junto a ella, su rostro, su cuerpo, sus caricias, todo se desvanecería. Desafortunadamente, la olvidaría pronto, mucho antes que ella a él y aquello lo colmaba de dolor. No obstante, algo inesperado hizo que emergiera de sus pensamientos y refutara todas aquellas ideas infundadas. Ella le miró a los ojos, esbozó una mueca -sin reconocer- y pronunció la más temida e inusual cuestión: Y tú... ¿Quién eres?.
Siempre he estado al lado de ella y en realidad no la conozco
nada, ni podré conocerla. Recuerdo aquellos paseos tras la salida del colegio
cuando iba junto a mi madre y ella de camino a su casa a regar las macetas,
recuerdo aquel mueble mojado siempre tras su intento de mantener sus plantas
vivas. También recuerdo los interminables momentos jugando al parchís, las
búsquedas cuando se iba y se perdía, las horas cuidándola, los días a su lado y
los momentos compartidos. Han sido diecisiete años intensos que mucha gente
cuestionaría si han merecido la pena o no. Quién sabe. Bajo mi punto de vista
años maravillosos pasados a su lado.
Cuando yo nací ella ya estaba enferma y he aprendido a vivir junta
a esa persona que en un principio solo recordaba aquello que hacía más de
cincuenta años que había ocurrido y que más tarde no recordaría nada. Los años
han pasado y la verdad es que los primeros catorce fueron bastante diferentes a
lo últimos.
En aquellos primeros años había más familiaridad, aún nos recordaba,
te cantaba canciones, te contaba cosas y podías intuir una pequeña porción de
su ser dentro de aquel cuerpo marchito que poco a poco iba llenándose de
arrugas y deshaciéndose de recuerdos. Recuerdo que muchas noches me enfadaba
pensando en qué era lo que le pasaba, no era capaz de entender por qué aquella
persona siendo mayor, no era capaz de aprender nada y cada día lo olvidaba más
todo.Más tarde, conforme fui creciendo fui entendiendo que era aquella
enfermedad que provocaba que esa mujer no fuera nada de lo que me decían que
era. Aquella demencia senil que la fue devorando con los años.
Hace más o menos tres años, pasó de vivir de casa en casa a vivir
en una residencia. Fue la mejor opción, allí tenía todo lo que necesitara a
cualquier hora del día y allí podía recibir los cuidados necesarios. Estos años
son los que mejor recuerdo, son años que he pasado yendo a verla, yendo a las
fiestas que allí se organizaban y disfrutando cada día que la visitaba como si
fuera el último que pasara con ella. Pero este último año todo cambió, ella
quedó encamada, ya no la levantaban más que un ratito por la mañana, había días
que ni abría los ojos y con el tiempo vi como se degradaba por completo. Su
mente hacía años que estaba deteriorada y que ya no recordaba nada, más que
fragmentos de canciones que no sé muy bien por qué, siempre hacía la mención de
cantar si se los recordabas un poco. Y su cuerpo se iba consumiendo.
Recuerdo aquel último día que la vi. Nada más entrar a aquella
habitación en penumbra, vi sus ojos marchitos. En su rostro había una expresión
que indicaba justo lo que hacía meses, ya sabíamos que ocurriría tarde o
temprano. Con un simple vistazo sabía que no duraría más de esa semana.
Compartí aquel rato de una forma especial con ella, bien sabía que sería el
último. Le dí yo la cena y al despedirme, como cada día le di un beso en la
frente. Aquel fue mi último contacto con ella, mi último adiós, mi despedida.
Juntando todos estos recuerdos y valorándolos junto todo lo que
aquí no he podido escribir, todos ellos forman una bonita historia, forman
nuestra historia. Una historia que jamás me arrepentiré de haber vivido, aunque
los últimos años, no merecieran la pena por su sufrimiento. ¿Sabéis que día
murió? El viernes de esa misma semana, el día de mi cumpleaños. Pensad lo que
queráis de mí, pero yo creo que su muerte fue un regalo de ella para mí, pues
aunque me apenara mucho despedirme, era lo que más deseaba. No quería que ella
sufriera más.
Sus recuerdos, los guardamos sus familiares en montones de
imágenes y sonrisas que compartimos juntos. Yo, personalmente, escribo su
historia del olvido y la recuerdo cada día, por todos aquellos que ella jamás
alcanzó a recordar.
Para mi yaya.
Pilar, Al fin me animo a hacer esto
jueves, 7 de marzo de 2013
El fútbol como arma mortífera
El fútbol -aún a riesgo de que forofos se opongan rotundamente a mi idea- no tiene ningún interés como deporte, pero sí como elemento clave en el comportamiento de una sociedad. Esta oposición que usted, aficionado al balonpié, acaba de mostrar ante la proposición anterior es solamente uno de los muchos signos de la fuerza con la que nos arrastra este fenómeno de masas.
Para entender mi argumentación, únicamente hay que sentarse delante del televisor a ver cómo en todas las cadenas, la sección deportiva está encabezada (y básicamente protagonizada) por el deporte estrella, aunque más bien por sus figuras más representativas. No sólo nos importa el resultado del partido jugado antes de ayer, sino también si Cristiano está triste, si Piqué ha tenido un hijo con Shakira o si Guti ha sobrepasado el límite de velocidad, utilizando estos aspectos como bazas para nuestra discusión sin desenfreno sobre temas futbolísticos.
Sí, acabo de referirme al fútbol como un debate, pero no creo que este símil sea correcto. En un debate se suelen contrastar diferentes puntos de vista, sin embargo, en estos lares todo es negro o blanco. O más bien azulgrana y blanco. Todo gira alrededor de los más reputados clubes: el Barça y el Real Madrid. Y cuando afirmo que todo, es todo. Parece que, cuando se nos agota nuestra fuente de argumentos en cualquier dilema cotidiano, echamos mano de nuestra predilección futbolística. Una continua, monótona y agresiva batalla entre madridistas y barcelonistas que, haciendo alarde de su hipocresía, se unen cuando en el encuentro juega La Roja. En este caso, todos somos uno, todos somos españoles.
Cuando las cámaras enfocan a un seguidor fiel llorando, vitoreando la victoria de su equipo o con los nervios a flor de piel, podemos observar claramente la enrevesada sociología que esconde una actividad lúdica como es el fútbol. La violencia en los clásicos de la final de la Copa del Rey, por exponer un ejemplo, es notoria cuando cerca de la Cibeles, los altercados se multiplican; una muestra más del potencial, no sólo económico y deportivo del fútbol, sino también social.
El colmo de esta práctica es la posible independencia en un futuro de Cataluña. Apoya al Barcelona que los madridistas te catalogarán de independentista, y siempre empleando la misma excusa: "se quieren desligar de España solamente para no tener rival deportivo, ¡menudos catalanes de mierda!". Siempre he dicho que la política deteriora todos los aspectos de la vida, pero es el fútbol esta vez el que mancilla una ideología. El fútbol o, más bien, una sociedad ignorante que considera el deporte como un asunto primordial dentro de un país. ¿Acaso lo más grave que supondría la independencia de Cataluña sería la escisión del Madrid y el Barça? ¿Y la economía? ¿Y los asuntos exteriores?. Esto constata lo ineptos que somos utilizando el fútbol como arma mortífera, cuando ni siquiera sabemos manejar una pistola de balines.
<< El fútbol puede ser una buena metáfora para pensar la sociedad y sus contradicciones. Los cánticos independentistas durante el último "clásico", la exhibición de banderas nacionales (cuatribarradas, estrelladas o rojigualdas), confirman las tesis sobre el fútbol como forma de guerra incruenta [...] >>
Fútbol e independencia, Carles Feixa, antropólogo social (El País, 17/11/12)
martes, 5 de marzo de 2013
Retrato de un futuro fracaso humano: Entrega 18
España, 1945
El ambiente se encontraba realmente frío. El declive de las potencias del Eje se hizo visible desde mediados de la guerra. La victoria de los comunistas sobre los nazis en la batalla de Stalingrado cambió las riendas del conflicto. Los alemanes se agazaparon, retrocedieron fronteras y el fin de la catástrofe se avistaba muy cercano.
Ajenos a toda situación bélica internacional, la pareja disfrutaba de aquellos cálidos momentos juntos como si fueran los últimos. Quizás era algo egoísta por su parte, pero no les importaba nada: millones de muertos, heridos, familias en el umbral de la pobreza. Todo aquello era algo que pretendían ignorar, ya habían sufrido demasiado.
Últimamente se rumoreaba que Mussolini había sido capturado y ejecutado por la resistencia italiana y que Hitler, ante el temor de que le ocurriera lo mismo que al Duce, se suicidó. Allí en España, la censura impedía la entrada de gran cantidad de información acerca de la decadencia de los fascismos y la desaparición de estos en Europa. Quizás Franco también tenía miedo a que el pueblo se sublevara pero este, al contrario que el Führer, no lo hizo. El dictador español permaneció en el poder durante unas décadas más, convirtiéndose en el último régimen totalitario en el continente.
El suicidio de Adolf Hitler, ocurrido el 30 de abril de aquel mismo año, coincidió con la muerte de la abuela italiana de nuestra protagonista. Recibió la pésima noticia y una tarea que se encomendaba a la muchacha: la anciana hizo prometer a su familia que sería enterrada en Alemania, junto a su fallecido marido.
- Debo irme a Alemania - comunicó la pintora a Francisco.
- ¿Volverás? - contestó, esperando con ansia una afirmación.
- Necesito terminar mi obra futurista y, ahora que los asuntos internacionales se han calmado, debo volver a mi lugar natal. Pero puedes venirte, deseo que me acompañes.
Aquello significó una puñalada para el español, que prefiriera retornar antes que pasar su vida junto a él en la Península.
- Lo siento. Mi España, a pesar de su situación actual, sigue siendo mi España - respondió dolido, e irónicamente añadió: - No eres tan importante como para dejar todo atrás. Como ves, pienso igual que tú.
La respuesta fue tan impropia de él que sorprendió a la chica la cual, sin replanteárselo, preguntó sin más:
- ¿Hasta siempre?
- Hasta pronto - sentenció él.
El ambiente se encontraba realmente frío. El declive de las potencias del Eje se hizo visible desde mediados de la guerra. La victoria de los comunistas sobre los nazis en la batalla de Stalingrado cambió las riendas del conflicto. Los alemanes se agazaparon, retrocedieron fronteras y el fin de la catástrofe se avistaba muy cercano.
Ajenos a toda situación bélica internacional, la pareja disfrutaba de aquellos cálidos momentos juntos como si fueran los últimos. Quizás era algo egoísta por su parte, pero no les importaba nada: millones de muertos, heridos, familias en el umbral de la pobreza. Todo aquello era algo que pretendían ignorar, ya habían sufrido demasiado.
Últimamente se rumoreaba que Mussolini había sido capturado y ejecutado por la resistencia italiana y que Hitler, ante el temor de que le ocurriera lo mismo que al Duce, se suicidó. Allí en España, la censura impedía la entrada de gran cantidad de información acerca de la decadencia de los fascismos y la desaparición de estos en Europa. Quizás Franco también tenía miedo a que el pueblo se sublevara pero este, al contrario que el Führer, no lo hizo. El dictador español permaneció en el poder durante unas décadas más, convirtiéndose en el último régimen totalitario en el continente.
El suicidio de Adolf Hitler, ocurrido el 30 de abril de aquel mismo año, coincidió con la muerte de la abuela italiana de nuestra protagonista. Recibió la pésima noticia y una tarea que se encomendaba a la muchacha: la anciana hizo prometer a su familia que sería enterrada en Alemania, junto a su fallecido marido.
- Debo irme a Alemania - comunicó la pintora a Francisco.
- ¿Volverás? - contestó, esperando con ansia una afirmación.
- Necesito terminar mi obra futurista y, ahora que los asuntos internacionales se han calmado, debo volver a mi lugar natal. Pero puedes venirte, deseo que me acompañes.
Aquello significó una puñalada para el español, que prefiriera retornar antes que pasar su vida junto a él en la Península.
- Lo siento. Mi España, a pesar de su situación actual, sigue siendo mi España - respondió dolido, e irónicamente añadió: - No eres tan importante como para dejar todo atrás. Como ves, pienso igual que tú.
La respuesta fue tan impropia de él que sorprendió a la chica la cual, sin replanteárselo, preguntó sin más:
- ¿Hasta siempre?
- Hasta pronto - sentenció él.
domingo, 3 de marzo de 2013
El castellano es cultura
Madurar es ser consciente de la velocidad a la que se degrada todo lo bueno que tenemos. La efímera vida, la juventud, el lema carpe diem. No obstante, en mi caso, madurar también es ver cómo el más valioso legado que poseemos los españoles es desechado por nosotros mismos.
Multitud de ineptos piensan que la comunicación sería más sencilla y placentera si todos los habitantes de este lugar llamado mundo se expresaran en un mismo idioma. Sueño de millones de ignorantes. Hablad esperanto, les aconsejo, pero yo prefiero convivir en un entorno multiétnico. Y es que, el español, el inglés o incluso el chino cantonés, no es solamente una lengua. Todos estos idiomas también son cultura, literatura, arte, ideologías, concepciones filosóficas. El lenguaje engloba la totalidad de lo que somos, por qué somos.
Hoy en día, se observa casi diariamente el conflicto lengua-nación. Los catalanes independentistas son el más claro ejemplo de ello. Reivindican su tradición, cultura e idioma diferente al resto del país, pero mancillado por la política que, sin duda, deteriora a niveles vertiginantes aspectos tan bellos como éste. No obstante, no entraremos en polémica y, en cambio, expondremos un caso ejemplar sobre esa ineptitud que nombrábamos anteriormente: nuestro excelentísimo ministro Wert. Sin duda, para dedicarse a la educación parece dar una nula importancia a este aspecto. ¿Imponer a la fuerza el castellano a los residentes en Cataluña es la mejor opción para impedir la revolución? ¿De veras lo piensa así, señor Wert? ¿Arrebatar toda una fuente cultural únicamente por absurdos asuntos políticos?
Lo mismo puedo decir del valenciano, del gallego, del vasco, del balear. Todo esto nos da riqueza, quizás no económica como muchos andan buscando, pero sí cultural, tan importante como la anterior. Si hemos disfrutado de obras ejemplares, desde las jarchas mozárabes hasta la tradición cristiana del Mío Cid, ha sido gracias a la convivencia de diferentes etnias a lo largo de la historia.
Al fin y al cabo, no somos españoles. Ni siquiera latinos, de cuya lengua procede la mayor parte de nuestro vocabulario. Somos árabes, cristianos, latinos, griegos, judíos. Somos una amalgama de culturas reducidas a una sola de la que deberíamos sentirnos tremendamente orgullosos.
Multitud de ineptos piensan que la comunicación sería más sencilla y placentera si todos los habitantes de este lugar llamado mundo se expresaran en un mismo idioma. Sueño de millones de ignorantes. Hablad esperanto, les aconsejo, pero yo prefiero convivir en un entorno multiétnico. Y es que, el español, el inglés o incluso el chino cantonés, no es solamente una lengua. Todos estos idiomas también son cultura, literatura, arte, ideologías, concepciones filosóficas. El lenguaje engloba la totalidad de lo que somos, por qué somos.
Hoy en día, se observa casi diariamente el conflicto lengua-nación. Los catalanes independentistas son el más claro ejemplo de ello. Reivindican su tradición, cultura e idioma diferente al resto del país, pero mancillado por la política que, sin duda, deteriora a niveles vertiginantes aspectos tan bellos como éste. No obstante, no entraremos en polémica y, en cambio, expondremos un caso ejemplar sobre esa ineptitud que nombrábamos anteriormente: nuestro excelentísimo ministro Wert. Sin duda, para dedicarse a la educación parece dar una nula importancia a este aspecto. ¿Imponer a la fuerza el castellano a los residentes en Cataluña es la mejor opción para impedir la revolución? ¿De veras lo piensa así, señor Wert? ¿Arrebatar toda una fuente cultural únicamente por absurdos asuntos políticos?
Lo mismo puedo decir del valenciano, del gallego, del vasco, del balear. Todo esto nos da riqueza, quizás no económica como muchos andan buscando, pero sí cultural, tan importante como la anterior. Si hemos disfrutado de obras ejemplares, desde las jarchas mozárabes hasta la tradición cristiana del Mío Cid, ha sido gracias a la convivencia de diferentes etnias a lo largo de la historia.
Al fin y al cabo, no somos españoles. Ni siquiera latinos, de cuya lengua procede la mayor parte de nuestro vocabulario. Somos árabes, cristianos, latinos, griegos, judíos. Somos una amalgama de culturas reducidas a una sola de la que deberíamos sentirnos tremendamente orgullosos.
<< La sangre de mi espíritu es mi lengua, y mi patria es allí donde resuene soberano su verbo, que no amengua su voz por mucho que ambos mundos llene >>
Miguel de Unamuno
sábado, 2 de marzo de 2013
Literatura Vital (VI): Coplas a la muerte de su padre
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabare consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
e más chicos;
i llegados, son iguales
los que viven por sus manos
e los ricos.
Coplas a la muerte de su padre, Manrique J.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)