Dos años de reinvención

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martes, 19 de marzo de 2013

Retrato de un futuro fracaso humano: Entrega 20 (y última)

Oxford, 1945

El Puente de los Suspiros se alzó de nuevo ante ella. Allí estaba, pintando, como si de un retorno a sus raíces se tratase. Admiraba aquella estructura que había sido objeto de sus primeras pinturas, aquel puente que, sin duda, simbolizaba su fuente interminable de inspiración. Pensó que el destino la había traído hasta la ciudad inglesa de nuevo, que todo lo ocurrido había sido pactado antes de que sucediera. Ahora, añorando tiempos mejores, su mente establecía una curiosa semejanza entre su vida y una cebolla. Ella, antes joven y vital, conformaba el corazón de dicha hortaliza. Sin embargo, la degradación de su alrededor y su consiguiente experiencia acerca de una existencia nefasta provocaron que ese fuero interno que identificaba a la chica se cubriera de múltiples capas de cebolla. Eso es al fin y al cabo el ciclo vital, el cual consiste en dejar lo originario atrás e ir progresando y evolucionando como ser humano. No obstante, en ciertas ocasiones, conviene dejar de reinventarse y echar un vistazo a las semillas que nos engendraron.

Deseaba finalizar por fin su obra que reflejara el futuro basándose en lo acontecido en el pasado, pero ni siquiera sabía cómo hacerlo. En aquellos últimos años había experimentado un almizcle de sensaciones positivas y negativas que impedían hacer un balance objetivo. La muerte de Sahmuel le había afectado considerablemente, pero el dolor y la amargura por la ausencia del judío habían sido cicatrizados gracias a los besos de Francisco, su español. No podía augurar un futuro que, estaba segura, se constituiría de la más terrible de las desgracias y el más dulce de los sentimientos.

Ante aquella incertidumbre, optó por romper el lienzo y terminar la tarea en otro totalmente en blanco. Antes de trazar una sola línea, prefirió firmar el cuadro. Empleando un trazo claro, escribió su nombre: Alexandra. Se preguntó entonces por qué no le había dicho nunca su nombre real a Francisco. Lo echaba de menos y sabía que no podría encontrarla jamás ya que ni siquiera le había dicho que se llamaba Alexandra.

De todas formas es un nombre -pensó, por el contrario- No por eso me iba a hallar. No por eso nada de lo que ha ocurrido ni va a suceder varía.

Suspiró y, bañando su pincel en una pintura de color grisáceo que yacía en su paleta, perfiló únicamente un signo de interrogación en la mitad del lienzo. Aquel era su futuro, el mañana de todos los seres humanos. Poco más tarde, llegaría la guerra fría, el conflicto árabe-israelí y la ambición de muchos. Sin embargo, aquello sería aderezado con la libertad de multitud de pueblos esclavizados, con la reivindicación de derechos y la igualdad de sexos y quizás, -ojalá así fuera- con el reencuentro de la pintora y Francisco. Nadie sabía que el mañana le traería lágrimas y sonrisas, dolor y pasión, pérdidas y encuentros. Nadie sabría nunca como aquella alemana había revelado en un simple cuadro lo que nos iba a acontecer, una cuestión todavía no respondida. Un retrato que mostraría, seguido de una posible victoria, un futuro y nuevo fracaso humano.

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