Dos años de reinvención

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viernes, 29 de marzo de 2013

La metamorfosis

Ojalá nuestra vida fuera semejante a la de Dafne, aquella ninfa que se metamorfoseó en laurel cansada de ser perseguida por un incansable Apolo. En cuestión de segundos, su yo cambió completamente, sus brazos en luengos ramos se tornaron. Sin duda, se trata de nuestro modelo a seguir: se convirtió inmediatamente en lo que realmente quería ser y así, esquivó todos sus males y amarguras, aquellos que se concentraban en el Dios del Sol. Es desde entonces que los humanos imploramos al cielo que nos otorgue la capacidad de metamorfosis.

No obstante, nuestra especie no nos permite acabar con nuestros tormentos en un abrir y cerrar de ojos. El cambio es un proceso extenso y costoso. Y todavía lo es más si a ello le sumamos un gran defecto: nuestra abstención a cambiar, a transformarnos, a crecer. Como humanos que somos, predisponemos nuestros deseos inmediatos a aquellos que se cumplirán en un largo plazo, porque nuestra virtud no es la espera, sino que exigimos ver los resultados a corto plazo de una metamorfosis caracterizada por su lentitud.

Inútilmente, nos pasamos horas ideando ese superhombre que podíamos llegar a ser, preguntándonos cómo podríamos encontrar la más absoluta perfección. Sin embargo, estos planes nunca salen a la luz, porque nos dedicamos a tareas menores y no a nuestra propia reinvención. Para colmo, nos quejamos de la mediocridad que nos envuelve y que, a nuestro parecer, nos impide alcanzar las características que presenta aquel superhombre idealizado. Gran reflexión la de Nietzche, sin duda.

Una vez constatada nuestra imposibilidad y oposición a evolucionar, se nos plantea el quid de la cuestión: ¿Una persona que anteriormente ha mostrado un comportamiento detestable puede cambiar su actitud a mejor? He aquí la desconfianza que nos embarga día a día, esa memoria histórica que nos recuerda todas aquellas horribles acciones que llevó a cabo y que no nos permite entregarnos al cien por cien a esa persona. ¿Deberíamos creer en el repentino cambio de alguien o mas bien deberíamos preguntarnos acerca de sus verdaderas intenciones?

Al fin y al cabo, y por mucha voluntad que presente, un humano no puede cambiar de la noche a la mañana. Al igual que los gusanos de seda, vivimos en un periodo de reposo y meditación envueltos en una crisálida, en el cual mostramos nuestro arrepentimiento de lo acontecido y nuestros deseos de metamorfosear. Exteriorizamos nuestras ansías de romper el capullo, volar convertidos en un ser completamente nuevo y que, de esta manera, nuestra vida repleta de errores quede atrás.

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