Dicen que el diablo sabe mucho más por viejo que por ser el dueño de todas nuestras desgracias. ¿Acaso por ser poseedor de nuestros miedos y males es más sabio? Por supuesto que no. Su sabiduría es extrema porque ha sufrido por sí mismo a lo largo de su eterna vida.
Sólo hay que ver el rostro de uno de nuestros ancianos para poder confirmar dicha teoría. Con unas lentes de un grosor considerable, mi abuelo me miraba fijamente. Su cabello negro le atribuía una mayor vitalidad; sus ojos, una interminable ternura hacia su nieto; su sonrisa, la esperanza y felicidad absolutas. Sí, es cierto, esta descripción confiere un aire juvenil a mi querido abuelo. No obstante, había llevado una vida a cuestas y; a pesar de que su alma y alegría fueran adolescentes; en su rostro, en su piel, se podía leer un pasado de continuo dolor.
Quejarnos sin sentido por un capricho que no poseemos es una de las opciones más recurridas en estos últimos tiempos. Ellos, que querían ser niños, les pilló la guerra, arrebatándoles hasta lo más esencial. No tuvieron risas ni juegos de pequeños, sino injusticias y muertes inesperadas. Vuelvo a repetir, ¿de veras debemos reclamar lujos? Si tuvieras a mi abuelo delante de ti como yo lo tuve en su día, conocerías la respuesta.
Pecó de grandeza. Entonces y ahora, es mi ídolo. ¿Cómo puede recuperar alguien una grata risa tras los horrores que presenció? Es inexplicable, pero lo hace; y ello le otorga mayor valor. Y desgraciadamente ahora nos ahogamos en un simple charco de agua...
Nunca unas facciones me pudieron aportar tantos datos sobre lo que realmente importa. Un rostro donde el arduo trabajo, una esperanza vigente y una infancia perdida se escondía en cada surco. Aquel anciano hombre era una verdadera lección vital reflejada en una frente repleta de historia, ilusiones, sueños y arrugas.
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