Quizás lo más fácil sería interesarse por mí cuando se necesita algo. Tal vez la manera más sencilla de hablarme sería mediante vacíos, fríos y automatizados mensajes a través de las redes sociales. Sin duda, lo simple sería no luchar por mí, por verme o hablarme.
Sí, eso restaría dificultad, muchas personas lo hacen. Pero otras, las más importantes para mí, guerrean por mí, adoran los retos y, a pesar de que el enemigo o un mal temporal se acerque, permanecen ahí hasta que amaine.
Ellos son mi gente, mi yo, mi todo. Da igual que no nos conozcamos desde la infancia, ellos han llenado mi pasado de un maravilloso presente junto a ellos. Espero con ansias que rellenen ese futuro incierto en el que, por fin, cuando mis pesadillas me enreden de nuevo, pueda estar inmediatamente al lado de ellos, sonriendo, soñando, viviendo.
Y al ojear otra vez unas páginas olvidadas, y al admirar esos pequeños e insignificantes objetos con gran carga sentimental; darte de bruces con la realidad. Hoy ha sido un día duro, y probablemente mañana también lo será, pero poder encontrarte encima de la mesa un pequeño detalle alivia la importancia de una vida complicada de entender.
Hoy avisté una carta, leí el remitente y sonreí. Ni regalo, ni dinero, ni ningún objeto material. Únicamente treinta y seis céntimos en un sello y un sobre y, ha sido lo mejor que me ha podido ocurrir hoy. No todo el mundo se molesta en contar algo que tantas veces me has repetido pero que nunca he poseído por escrito. Ahora tengo la prueba del crimen, la de mi felicidad. Gracias porque ahora estoy seguro de que, aunque ciertos cretinos no me aguanten, aún me puedo sentir querido.
A todos los que me hacen sonreír diariamente, vosotros y sólo vosotros, sois mi objetivo en la vida: mi absoluta y eterna felicidad.
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