Como asiduamente hago (ay, repetitivo de mí), comienzo mi reflexión con la cita que recoge a la perfección toda esa amalgama de emociones, opiniones y sensaciones que pretendo transmitir a mi difícil deleitable público. Sí, vosotros que, no os contentáis con nada. Vosotros que habéis perdido la bobalicona sonrisa de enamorados, la ilusión de un niño al avistar un dulce caramelo.
Me dirijo a personas que catalogan el placer como prohibido; el tabú que, muy presente hoy en día, nos impide cumplir nuestros deseos. Recrimino siempre a la religión cristiana (tal vez mejor debería culpar a unos ignorantes creyentes) de infundir ideas muy equivocadas. Jesucristo difunde un mensaje de amor al prójimo y de ayuda mutua, muy correcto para aquellos tiempos en los cuales el teísmo lo dominaba todo. No obstante, en la actualidad, enlatados en una sociedad liberal y egocéntrica, solo podemos pensar en nuestro propio bien. Ahora caemos en la cuenta de que nadie actuará por nosotros, ni nuestro mejor amigo, ni el más piadoso de los dioses. Sin embargo, a pesar de esta realidad en estos instantes desvelada, todavía continuamos prejuzgando al placer como algo negativo.
Placer es disfrute, y el disfrute da sentido a nuestra paupérrima vida. Retomando a Epicuro, el filósofo griego constituyó una ética en la cual el placer era el objetivo de la vida humana, nuestro bien más preciado. Se trata de una idea que retomamos en estos tiempos de "Mc Donalds" en cada esquina y sexo explícito y desenfrenado. Un modelo vital que emulamos tras una Edad Media eclesiástica tan extensa como presente hasta hace unas décadas.
Solemos relacionar el placer con el sexo. Quizás sea así ya que en las relaciones sexuales y extramatrimoniales es donde ha residido la mayor parte de este tema tabú. Una prohibición que en el siglo XXI ha quedado obsoleta. Aquello de guardar castidad hasta el enlace matrimonial es ideología del pasado, tal como observamos en niñas de trece años recién desvirgadas. ¿Se trata esto de un avance en la sociedad o el engendro resultante de un progreso descomunal?
No obstante, ¿hasta qué límite es aconsejable llevarse por los deseos? Epicuro nos recomienda hacer un "cálculo de valores" que, desde mi punto de vista, siempre acaba siendo un desastre. Nos dejamos llevar por aquello del carpe diem y hacemos lo que nos apetece en un futuro inmediato, ignorando lo que esta decisión puede acarrear a la larga. Ya reza esto la tradición católica: Adán y Eva fueron obligados a abandonar el Paraíso por morder la jugosa y deliciosa manzana. Y tú, ¿estás dispuesto a saborear la fruta con el rojo más intenso y placentero?
Rubén J. Almendros Peñaranda, Reflexiones de un Imperativo Categórico
Empecemos como siempre se debe hacer, por el principio. La
definición de placer (cómo no, de Wikipedia):
Sensación o sentimiento positivo, agradable o eufórico, que
en su forma natural se manifiesta cuando un individuo consciente satisface plenamente
alguna necesidad: bebida, en el caso de la sed; comida, en el caso del hambre;
descanso (sueño), para la fatiga; sexo para la libido; diversión
(entretenimiento), para el aburrimiento; y conocimientos (científicos o no
científicos) o cultura (diferentes tipos de arte) para la ignorancia, la
curiosidad y la necesidad de desarrollar las capacidades.
A pesar de haber tantos tipos de placer, la gente lo suele
relacionar la mayoría de las ocasiones con el deseo, con la atracción hacia
otras personas y lo que se puede sentir con éstas, incluso directamente con el
sexo. Tanto es así, que muchos de nosotros pensamos que si no hay placer, las
cosas están incompletas.
El placer en sí nos tiene sometidos, todo lo hacemos en
busca de él. Ya sea comer, descansar, divertirse o tener sexo, como se puede
apreciar en la descripción del segundo párrafo. La gente practica el sexo para
obtener placer, no con fines reproductivos, razón más que obvia por la que
existe esta forma tan poco refinada de perpetrar la especie humana. Eso de
tener descendencia ha pasado a un segundo plano, se le da más importancia al
placer que provoca relacionarse con otra persona mucho mas allá de lo que
hubiéramos podido imaginar hace siglos.
Por desgracia, todas las cosas tienen su parte buena, y su
parte mala. Y el placer tampoco se libra. Muchas veces, el ansia de
satisfacción que tiene alguien lo lleva a hacer cosas de las que podría llegar
a arrepentirse. Por ejemplo, la impaciencia por ser querido por alguien, más
allá del amor familiar que nos acoge desde que nacemos. O por querer guardar
ese afecto, ese amor para sí mismo, ocultarlo al resto de gente y hacer con él
lo que le plazca. El amor es a la vez el mejor y el peor sentimiento; lo que
más placer puede hacer sentir, y a la vez, decepción, rabia, frustración,
desesperación…
Javier Cuenca Martínez , Cosas de un Cabrón en Potencia
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