Sin embargo, no pretendo repetir (como asiduamente hago) todo lo pésimo que nos rodea día a día. Hoy vengo a hablaros de cómo ese señor, al cual caracterizamos con sandalias, túnica impecable y larga barba blanca, pudo poblar el vacío de tan increíbles maravillas.
Pudo crear un mundo integrado por miles de especies animales y vegetales, agradable donde los haya; y supo establecer relaciones entre ellos. A los primeros les dotó de los instintos de supervivencia y muerte para que supieran cómo sobrevivir ante un mundo cruel y engañoso. Y, todavía incansable, dio forma a los humanos proporcionándoles la razón, lo único que nos diferencia de las bestias.
No obstante, esta es sólo una diminuta visión de un alrededor desmesurado. Hay tantos aspectos por los que sorprenderse, tantas piezas que encajan por muchos cabos que queden sueltos... Absolutamente increíble.
Sin embargo, no todo es visible directamente. Hay pequeños matices que tienen gran repercusión en nuestra existencia. Es el caso del sexo. Ese tema tabú que muchos defienden practicar una vez contraído matrimonio, otros que prefieren las relaciones prematuras. Pero no entraremos en este acalorado debate, en esta ocasión no. Lo único que cabe nombrar es el acertado mecanismo del sexo y la procreación.
Asistimos ante una guerra entre dos formas de reproducción continuamente. Como animales que somos poseemos el curioso instinto de la reproducción. Una bacteria puede formar copias idénticas de sí misma en cuestión de minutos, aumentando una población cada vez más numerosa. Por el contrario, nosotros, seres humanos, no nos reproducimos masivamente sino que sabemos mitigar esta reacción propia de los animales. Podemos decidir si practicar sexo o no, si perpetuar la especie o extinguirla a falta de individuos. Sin embargo, ¿cómo la evolución se asegura que continuaremos existiendo? El placer que nos produce la copula. ¿Realmente procrearíamos por el simple hecho de perpetuar al Homo sapiens? ¿O quizás no actuaríamos sin recibir inmediatamente algo a cambio, como es en este caso, el orgasmo?
Sin duda, son insignificantes detalles que prueban que fuera quien fuese quien nos modeló, debía tener las ideas claras y un retorcido plan esquematizado. Y es que, desde un principio, conocía el comportamiento de unos seres humanos que inevitablemente buscan el deseo, el placer y el bienestar propio. Imperfecto debería ser nuestro creador, pero a la vez, qué portentosa inteligencia y precisión poseía.
Pudo crear un mundo integrado por miles de especies animales y vegetales, agradable donde los haya; y supo establecer relaciones entre ellos. A los primeros les dotó de los instintos de supervivencia y muerte para que supieran cómo sobrevivir ante un mundo cruel y engañoso. Y, todavía incansable, dio forma a los humanos proporcionándoles la razón, lo único que nos diferencia de las bestias.
No obstante, esta es sólo una diminuta visión de un alrededor desmesurado. Hay tantos aspectos por los que sorprenderse, tantas piezas que encajan por muchos cabos que queden sueltos... Absolutamente increíble.
Sin embargo, no todo es visible directamente. Hay pequeños matices que tienen gran repercusión en nuestra existencia. Es el caso del sexo. Ese tema tabú que muchos defienden practicar una vez contraído matrimonio, otros que prefieren las relaciones prematuras. Pero no entraremos en este acalorado debate, en esta ocasión no. Lo único que cabe nombrar es el acertado mecanismo del sexo y la procreación.
Asistimos ante una guerra entre dos formas de reproducción continuamente. Como animales que somos poseemos el curioso instinto de la reproducción. Una bacteria puede formar copias idénticas de sí misma en cuestión de minutos, aumentando una población cada vez más numerosa. Por el contrario, nosotros, seres humanos, no nos reproducimos masivamente sino que sabemos mitigar esta reacción propia de los animales. Podemos decidir si practicar sexo o no, si perpetuar la especie o extinguirla a falta de individuos. Sin embargo, ¿cómo la evolución se asegura que continuaremos existiendo? El placer que nos produce la copula. ¿Realmente procrearíamos por el simple hecho de perpetuar al Homo sapiens? ¿O quizás no actuaríamos sin recibir inmediatamente algo a cambio, como es en este caso, el orgasmo?
Sin duda, son insignificantes detalles que prueban que fuera quien fuese quien nos modeló, debía tener las ideas claras y un retorcido plan esquematizado. Y es que, desde un principio, conocía el comportamiento de unos seres humanos que inevitablemente buscan el deseo, el placer y el bienestar propio. Imperfecto debería ser nuestro creador, pero a la vez, qué portentosa inteligencia y precisión poseía.
Nosotros mismos somos nuestro más adorado creador y nuestro principal destructor
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