Es tan sencillo moldear un cuerpo bronceado y vacío de carácter y personalidad que se convierte en nuestro prototipo de mujer u hombre ideal. Unos meses en un gimnasio o un par de operaciones de cirugía estética y alcanzamos la cumbre de la perfección, representando el patrón de belleza ideal.
El modelo estético ha variado a lo largo de la historia, pudiéndose observar de forma muy precisa en pinturas de artistas reconocidos. Las tres gracias de Rubens, quienes lucen un torso desnudo de curvas vertiginantes y sin ningún atisbo de flaqueza, pone de manifiesto que el ideal del Renacimiento es antagónico al de la actualidad, un modelo de raquíticas y maquilladas súper modelos.
No obstante, nunca hemos establecido unión entre la hermosura del ser humano y su inteligencia y su razón. A nadie ha importado lo sabio que pudiera ser alguien en el instante de la atracción sexual. Tal vez su popularidad (y su asiduamente relacionada riqueza) pudiera ser aliciente en el enamoramiento, pero su coeficiente intelectual siempre ha carecido de relevancia. Sí, actualmente las mujeres suelen decir que, además de un hombre divertido y atractivo, desean que no sea un ignorante y, también, alzamos la voz repitiendo como papagayos aquello de la belleza está en el interior. Sin embargo, todavía no podemos negar que un cuerpo estilizado no causa un gran impacto en nosotros.
El colmo es hasta donde se ha rebajado la importancia de la sabiduría en la actualidad. La apariencia sí que nos importa, hasta el punto de preferir a un líder que cuide su recatado aspecto a uno que sepa manejar el asunto con valentía y precisión. Por eso, los inteligentes se esconden detrás del telón del teatro que es la vida e, incluso, deben esconder esta cualidad para ser aceptados en una sociedad construida por estúpidos.
Aún no lo sé, si soy sabio o no, si yo todavía tengo que aprender, si la vida no me enseñó. No puedo presumir en mi temprana vida de una magna inteligencia, eso me convertiría en un absoluto idiota. No obstante, ansío conocer y aprovecho cualquier ocasión para hacerlo. ¡Oh, mundo cruel! ¡Danos de beber de la cicuta como al prudente Sócrates a los que nos atrevemos a saber!
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