Vio a Sahmuel a lo lejos. El reencuentro que tanto esperaba la llenó de esa absurda y bobalicona felicidad que sienten quienes esperan su sueño sentados. Una estampa que enmarcaría como uno de sus mejores recuerdos camuflados en aquella grisácea niebla de conflicto bélico. Reencontrarse con su aprendiz, Sahmuel, iba a ser un acontecimiento a celebrar.
Aceleró su marcha con esperanza de conseguir abrazar mucho antes a su querido judío. No obstante, esa esperanza se desvaneció por muy veloz que corriese al avistar a un individuo con un arma apuntando a la sien del joven. Trató de advertir al muchacho de aquello tan impactante e inesperado que estaba presenciando con el fin de salvarle la vida. Sin embargo, el desconocido fue mucho más hábil y preciso en sus actos.
La joven pintora comenzó a correr rápidamente, como si todavía pudiese hacer algo para impedir aquel desastre que, al doblar la esquina vería materializado. Ese color borgoña que tanto empleaba en sus cuadros brotaba de la cabeza de Sahmuel. No respondía. Tal vez estuviese solamente inconsciente. No obstante, eso no fue así. Palpó con la yema de sus dedos el cuello del judío para comprobar si su corazón todavía latía, pero este ya había cesado. Una lágrima brotó de sus derrotadas pupilas al mismo tiempo que alzaba su voz con sinceridad: ¡Maldigo a este puto régimen y al cabrón que lidera todo este holocausto!.
Creía que estaba sola, por eso se desahogó gritando a los cuatro vientos semejante falta de respeto a su gobierno. Sin embargo, emergiendo de la oscuridad más absoluta, hicieron acto de presencia tres soldados que lucían una esvástica en su uniforme. Estos, con mirada de perros sarnosos con deseos de hincar el diente a una presa fácil, la apuntaban con sus armas de fuego.
Haciendo caso omiso a su inmediato futuro que se auguraba bajo tierra, cayó en la cuenta de una llave que colgaba sobre el cuello de Sahmuel. Se la arrancó y leyó una inscripción grabada sobre el frío material con el que había sido forjada: Toledo.
En ese mismo instante, alguien disparó a los dirigentes nazis, alguien que se situaba detrás de la joven. No podía creer lo que había ocurrido, se encontraba atónita. Quiso entonces darse la vuelta para mirar fijamente los ojos de su salvador. Quiso pero no pudo, porque aquel extraño ser que había entrado a escena para evitar su muerte, la golpeaba ahora en la cabeza con una áspera estaca de madera.
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