Aquella imagen era tan difusa... ¿Fantasía o realidad? Tenía delante al hombre de su vida y no sabía qué hacer para amarrarlo y no dejarlo partir nunca. Aun sin conocer si aquella perfecta imagen era fruto de su imaginación, se aproximó a sus carnosos labios. Y lo sintió.
Un beso voraz y pasional, a la par que tierno y dulce, le hizo caer en la cuenta de que aquel sueño era tangible, completamente real. Una búsqueda tan ardua como ineficaz daba sus frutos en el presente. Su español, aquel del que se había enamorado a pesar de no conocerlo en persona, la acompañaba, le había devuelto el beso, la sostenía de la mano mientras de su boca exhalaba palabras de dulzura infinita.
- ¿Dónde estamos? -logró pronunciar, aturdida, la pintora.
- Estás en mi país. Un país devastado y que ha sufrido el hambre, la penuria y la desilusión que conlleva una guerra. Un país que, inevitablemente, rejuvenece al poder contar con tu presencia. Bienvenida a España, bienvenida a mí.
La joven sonrió. Sonaba tan poético, tan surrealista... Demasiado ornamental, siempre había sido una chica independiente y había detestado ese tipo de romanticismo desenfrenado. No obstante, la ocasión podía hacer una excepción en ella.
- Una pregunta indiscreta, señorito X. ¿Cuál es tu nombre real? -preguntó, curiosa.
- Francisco. Me llamo Francisco. ¿Y el tuyo?
Una muestra de picardía se hizo visible en el rostro de la muchacha.
-Para ti, señorita Y.
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