Sin embargo, su mejor virtud era su interminable optimismo. Soñaba con una vida mejor, se evadía hacia su mundo idealizado. Montado en su ágil caballo, protegido por un intrépido escudero, vencía obstáculos, llevando una vida de ensueño junto a su bella dama.
La locura produjo el olvido y tergiversó una pésima y cruda realidad. Loco de atar, caballereaba sobre los flacos lomos de un enquencle jamelgo y respaldado por un hambriento pueblerino, imaginaba seres imposibles a partir de molinos, cargando con la soledad y la ausencia de una mujer que lo amara.
En estos tiempos de crisis, pobreza y sueños rotos, necesitamos creer en un futuro más apacible y mejor. Ser ingeniosos, imaginativos y optimistas como aquel hidalgo.
Por supuesto, no tanto como nuestro protagonista. Los auténticos prudentes buscamos el término medio. Queremos soñar con un mundo ideal, sin ataduras ni decadencia, pero no vivir en él. Eso nos apartaría de la realidad, lo único primordial y verdadero.

Quizás el bravo Don Quijote estuviera desamparado y perdido, que formara parte de peripecias inimaginables para así impresionar y ganar el cariño de su Dulcinea. No obstante, en el fondo, su objetivo no era ese. Su meta era la misma que la de cualquier ser humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario