Dos años de reinvención

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miércoles, 6 de febrero de 2013

Llámalo X

Nuestro punto de partida se sitúa en el Hades: la muerte. Quizás para este asunto es un tanto extremo remontarnos al tema fúnebre por excelencia, pero es imprescindible para comprender en su conjunto la idea principal que os pretendo relatar. Al fin y al cabo, ¿no necesitamos conocer el antagonista para obtener más datos sobre el personaje principal: nuestra vida? La muerte, a fin de cuentas, es la desembocadura de nuestro día a día. ¿O tal vez vivimos muertos en este mundo y renacemos una vez fallecidos?

Sin retornar de nuevo a los misterios que oculta la temida, quisiera hacer hincapié en la magnitud en la que el miedo nos influye cotidianamente. El temor hacia algo es un mecanismo más de supervivencia. Si no existiera un estímulo que nos apartara involuntariamente la mano en el momento que rozamos un puntiagudo cactus, moriríamos. Son algunas situaciones las que nos acercan a nuestra defunción y el miedo no nos proporciona más que colaboración en nuestra causa vital. No obstante, no sabemos agradecer este instinto que la sabia naturaleza nos proporcionó, e intentamos evitar dejarnos llevar por el terror continuamente. Sin embargo, no lo conseguimos porque ese perjuicio para nuestro yo está siempre al acecho e, involuntariamente, hacemos cambios en el órgano más modificable y flexible del que gozamos: nuestro lenguaje.

Imaginemos a unos prehistóricos que descubren las ventajas e inconvenientes del uso del fuego. Uno de esos homo se aproximaría a la luz que de un tronco de árbol emanaría. Sentiría así una reconfortante calidez y, dispuesto a experimentar más intensamente esa sensación, acabaría rozándolo. Como animal que es, apartaría la mano y gritaría algo a aquel ser maligno que le ha causado tanto mal. No pararía de repetir siempre el mismo inteligible vocablo, demostrando el temor que siente hacia esa criatura. Desde ese momento, toda la tribu repetiría ese sonido con el que harían referencia al abrasador fuego. Sin embargo, como aquel descubrimiento desata tanto revuelo entre su grupo, algún joven sabio los tranquilizaría pronunciando una palabra totalmente distinta. Así podría mitigar levemente el terror que causa en ellos el fuego. Poco a poco, ese nuevo concepto se difundiría por todo el clan y, finalmente, no verían las llamas como un enemigo. Un solo gruñido habría podido disipar aquellas preocupaciones, aunque con lo que ellos no cuentan es que, a pesar de denominar aquello de una manera distinta, la amenaza continua allí, brotando de la rama.

Actualmente, nosotros (no tan lejanos de ese homínido) seguimos creando nuevos conceptos para una misma definición que, en ocasiones, nos producen menos pavor. De esta manera, tenemos una amplia gama de vocabulario, compuesto esencialmente por eufemismos.

El amor, por ejemplo, es uno de los mayores temores del ser humano. Enamorarnos para que después nos rompan el corazón es absurdo para algunos. Por eso intentamos hacer distinción entre los diferentes grados de querer. ¿Acaso un sentimiento es algo cuantitativo? ¿Te quiero yo más que tú a mí, pero menos que él a ti?

En conclusión, diariamente intentamos esquivar la muerte variando los matices de nuestro rica lengua. Y es que, ¿qué es esto más que una reflexión? ¿Una opinión? ¿Un pensamiento interior de un chiflado que a nadie interesa? Al fin y al cabo, todo es lo mismo, así que mejor llamemoslo X.

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