Francisco sorprendió a la chica por detrás y la abrazó con dulzura. La pintora estaba embriagada en una de sus pinturas. Representaba un asombroso paisaje que se alzaba frente a ella, una España esperanzadora y con necesidad de renacer.
- Me comentaste por correspondencia que pintaste un cuadro para mí. ¿Podría verlo? -le preguntó el español.
Ella sonrió y le mostró el boceto del que había sido una de sus pinturas cumbre. Le prometió además que, en cuanto retornarán juntos a la ahora irreconocible Alemania, le mostraría el óleo original.
Sosteniendo la porción de papel, el hombre quedó asombrado ante tanta perfección y crítica social. El esquema representaba un planeta autómata y sin espíritu, gobernado por máquinas; pero en primer plano se disponían dos figuras angelicales, con un rostro rudo pero al mismo tiempo enamoradizo. Eran ellos. El amor que existía entre la pareja y un mundo que deterioraba al propio ser humano, hiriéndose a sí mismo. Una elegante y refinada obra futurista con guiños a la belleza estética del Renacimiento.
- Esto sí que es arte... -logró pronunciar, boquiabierto, el chico.
- ¿De veras lo es? - vaciló la pintora.
- ¡Claro que sí! Es lo más hermoso que he visto nunca... - elogió Francisco.
- ¿Y qué es la belleza? ¿Y qué es el arte? Nada más que una percepción, querido. Marcel Duchamp, genio vanguardista, desarrolló el ready-made, y presentó al público un sucio y viejo urinario como una auténtica obra de arte. Y recibió ovaciones. Cualquiera que hubiera tenido semejante ocurrencia habría sido tachado de loco pero él, muy prudente, postuló que el arte es una actitud mental que reside en el espectador. Es decir, cada cual cataloga algo de arte o gamberrismo. Si es una obra maestra solamente lo puede decidir el mismísimo público.
- Pues yo te digo, en calidad de público, que ese lienzo tuyo tiene que ser reconocido mundialmente porque para mí, eso es arte.
- Y, querido Francisco, ¿en qué te basas para afirmar que lo es?
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