- Me comentaste por correspondencia que pintaste un cuadro para mí. ¿Podría verlo? -le preguntó el español.
Ella sonrió y le mostró el boceto del que había sido una de sus pinturas cumbre. Le prometió además que, en cuanto retornarán juntos a la ahora irreconocible Alemania, le mostraría el óleo original.
Sosteniendo la porción de papel, el hombre quedó asombrado ante tanta perfección y crítica social. El esquema representaba un planeta autómata y sin espíritu, gobernado por máquinas; pero en primer plano se disponían dos figuras angelicales, con un rostro rudo pero al mismo tiempo enamoradizo. Eran ellos. El amor que existía entre la pareja y un mundo que deterioraba al propio ser humano, hiriéndose a sí mismo. Una elegante y refinada obra futurista con guiños a la belleza estética del Renacimiento.
- Esto sí que es arte... -logró pronunciar, boquiabierto, el chico.
- ¿De veras lo es? - vaciló la pintora.
- ¡Claro que sí! Es lo más hermoso que he visto nunca... - elogió Francisco.

- Pues yo te digo, en calidad de público, que ese lienzo tuyo tiene que ser reconocido mundialmente porque para mí, eso es arte.
- Y, querido Francisco, ¿en qué te basas para afirmar que lo es?
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