Ya lo dijo Marx en su crítica "El capital". A lo largo de todas las épocas siempre ha existido un antagonismo entre opresores y oprimidos. Desde el faraón y sus egipcios hasta el presidente corrupto y su pueblo, sin olvidarnos del rey absoluto y el pueblo llano.
Hoy día, el objetivo en la vida ya no es el placer propio del Epicureismo, ni la felicidad planteada por Aristóteles. En estos tiempos de crisis, para Europa y, en especial para España, esto no es lo más relevante. La meta que busca esta sociedad es la superioridad, a la cual accederemos únicamente por la vía de la competición.
En la escuela, como papagayos, nos obligan a repetir un sinfín de datos que, según los docentes, serán muy útiles el día de mañana. Tres por uno es tres; tres por dos, seis; tres por tres, nueve. He aquí un futuro economista. Lo más decepcionante es que cuanto más superior es el nivel educativo, mayor son los elementos inútiles a estudiar.
Actualmente, cuando los jóvenes tienen entre sus manos la fase específica de la tan temida Selectividad, se suceden por su mente una serie de pensamientos. Tantos años de esfuerzo, tantas horas de estudio, tanta presión ejercida por padres y profesores, para jugarte todo un porvenir en una ridícula prueba. Sí, quizás sepa analizar complejas oraciones sintácticas subordinadas, enumerar los postulados de la teoría de cuerdas o citar cada una de las reflexiones del filósofo Kant; pero no sé nada de lo realmente importante. No sé quién soy, porque nadie me lo ha preguntado; tampoco qué pensar, porque todas las opiniones me las han proporcionado; ni cómo sentir, porque nadie me ha emocionado.
Madurez intelectual, tal vez, ¡pero a qué precio! Opresión, agobio, angustia, tensión. Esto es lo único que la sociedad nos brinda. Y esto nada más acaba de empezar. Más tarde, conocerás a excelentes amigos en la Facultad con los que tendrás que luchar por el único trabajo disponible en España, conocer un idioma más que tus contrincantes, y estudiar para obtener la mayor calificación y que, de esta manera, se interesen por tu labor.
Se nos olvidó para qué nacemos, porque solo vivimos para trabajar. Sin descanso, sin pausa, sin ni siquiera pararnos a pensar si es esto lo que queremos. Ya adultos, con un trabajo estable y rozando la cuarentena, una cuestión rondará nuestra atareada cabeza: ¿he disfrutado de la vida? Ahí caerás en la cuenta de que por mucho dinero que poseas, por muy cómodo que sea el trabajo que tengas, has dejado atrás un pasado repleto de agobio, un sinvivir. Pronto morirás sin conocer la verdadera felicidad, sin obtener la respuesta al interrogante "¿por qué estamos aquí?" que tanta gente ansía conocer.
Prometeo, quien creó al primer ser humano a partir del barro, estaría muy descontento con el producto resultante . Tanto hemos querido modelar nuestra esbelta figura de barro, que hemos ejercido demasiada fuerza con las manos. Si queríamos lograr la auténtica perfección, siento decepcionarlos. Tras miles de años de esfuerzo, únicamente hemos conseguido una deforme silueta como resultado.
"La comprensión de que la vida es absurda no puede ser un fin, sino un comienzo" -Albert Camus
jueves, 29 de noviembre de 2012
lunes, 26 de noviembre de 2012
Retrato de un futuro fracaso humano: Entrega 6
Sahmuel había sido testigo de toda aquella masacre. Ocultado tras una sombría esquina, observó cada uno de los movimientos de los fascistas. Impotencia. No sabía qué hacer: ¿aparecer triunfalmente y ser acribillado en el acto? Era una locura, y había disfrutado tan poco de una vida que durante aquellos instantes se desmoronaba...
Vio, reproducido en su cerebro a cámara lenta, vidrios atravesados por una bala metálica que provocaron un tremendo estruendo, al mismo tiempo que su corazón se hacía añicos. Órgano sensible, hasta el punto de ser tan frágil como el transparente cristal. Ojalá él fuera transparente y, heroico, pudiera hacer frente a aquellos dirigentes nazis sin ser reconocido.
Todavía quería vivir y, cobarde, continuó en su escondrijo. Sangre derramada, su propia sangre. Era tan duro tener que presenciar aquella nefasta escena. Sin embargo, en ese instante maduró. Ser consciente de que la muerte acecha en cualquier momento, hasta al más débil, le hizo crecer como persona. Hoy habían sido sus padres, pero quizás, mañana, el señor de la calavera podría rondar su alféizar. Lo que Sahmuel no sabía es que aquella visita no se aplazaría mucho más tiempo. Unos años más tarde, su vida asistiría a su desenlace, poniendo un punto y final a tan efímera y mísera existencia.
Vio, reproducido en su cerebro a cámara lenta, vidrios atravesados por una bala metálica que provocaron un tremendo estruendo, al mismo tiempo que su corazón se hacía añicos. Órgano sensible, hasta el punto de ser tan frágil como el transparente cristal. Ojalá él fuera transparente y, heroico, pudiera hacer frente a aquellos dirigentes nazis sin ser reconocido.
Todavía quería vivir y, cobarde, continuó en su escondrijo. Sangre derramada, su propia sangre. Era tan duro tener que presenciar aquella nefasta escena. Sin embargo, en ese instante maduró. Ser consciente de que la muerte acecha en cualquier momento, hasta al más débil, le hizo crecer como persona. Hoy habían sido sus padres, pero quizás, mañana, el señor de la calavera podría rondar su alféizar. Lo que Sahmuel no sabía es que aquella visita no se aplazaría mucho más tiempo. Unos años más tarde, su vida asistiría a su desenlace, poniendo un punto y final a tan efímera y mísera existencia.
martes, 20 de noviembre de 2012
¿Cómo están ustedes?
¿Cómo están ustedes? Toda España se lo pregunta, sin obtener respuesta alguna. En las gradas ya no hay niños respondiendo eufóricos a dicha cuestión. Esos jóvenes crecieron y fueron remplazando su asiento delante del televisor por inanimados ordenadores y monótonas rutinas.
Tras una dictadura franquista caracterizada por la represión, un conjunto de actores que mundialmente fueron conocidos como Gaby, Fofó y Miliki aportarían una sonrisa a una España empañada de tristeza y tortura.
Fofó fue el primero en abandonar a una juventud entusiasta que había cantado junto a él alegres melodías acompañadas de peculiares letras. "Hola, don Pepito" y "Susanita tiene un ratón" compuso la banda sonora de toda una infancia. Seguramente que la partida temprana y repentina de Fofó al cielo de los payasos no será nunca olvidada por los ya no tan niños.
Años después, Gaby consideró la posibilidad de unirse a su querido fallecido payaso, y dijo adiós al público, apagó los focos y las cámaras. Tan divertido trío había sido corrompido por los caprichos del destino, al igual que una niñez que se despedía del Gran Circo.
Pasó el tiempo y, los adolescentes y adultos que habían disfrutado con el espectáculo que aportó luz a sus vidas, olvidaron el mundo de los payasos. Todos lo hicimos, como si ya no necesitáramos risas para subsistir. Las nuevas generaciones ni siquiera conocieron a tales hitos. Los payasos, el circo y las estrofas pegadizas fueron sustituidos por la tecnología punta, un absurdo "Bob Esponja" y canciones arrítmicas.
Olvidamos nuestro pasado al igual que otros muchos que disfrutaron con Gaby, Fofó y Miliki. Hasta ahora. Miliki, vencido ante un mundo donde la crisis nos domina y, que a pesar de ello, no hagamos payasadas para ignorarlo; nos deja como ya hicieron en su día sus compañeros. Así se cierra un círculo, un legado y una generación ya perdida. Es ahora, con la muerte del último de los payasos cuando nos planteamos nuestra madurez. Es ahora cuando caemos en la cuenta de que somos realmente adultos que lloran por esta gran pérdida. Miliki, finalmente, te llevaste nuestra niñez.
Tras una dictadura franquista caracterizada por la represión, un conjunto de actores que mundialmente fueron conocidos como Gaby, Fofó y Miliki aportarían una sonrisa a una España empañada de tristeza y tortura.
Fofó fue el primero en abandonar a una juventud entusiasta que había cantado junto a él alegres melodías acompañadas de peculiares letras. "Hola, don Pepito" y "Susanita tiene un ratón" compuso la banda sonora de toda una infancia. Seguramente que la partida temprana y repentina de Fofó al cielo de los payasos no será nunca olvidada por los ya no tan niños.
Años después, Gaby consideró la posibilidad de unirse a su querido fallecido payaso, y dijo adiós al público, apagó los focos y las cámaras. Tan divertido trío había sido corrompido por los caprichos del destino, al igual que una niñez que se despedía del Gran Circo.
Pasó el tiempo y, los adolescentes y adultos que habían disfrutado con el espectáculo que aportó luz a sus vidas, olvidaron el mundo de los payasos. Todos lo hicimos, como si ya no necesitáramos risas para subsistir. Las nuevas generaciones ni siquiera conocieron a tales hitos. Los payasos, el circo y las estrofas pegadizas fueron sustituidos por la tecnología punta, un absurdo "Bob Esponja" y canciones arrítmicas.
Olvidamos nuestro pasado al igual que otros muchos que disfrutaron con Gaby, Fofó y Miliki. Hasta ahora. Miliki, vencido ante un mundo donde la crisis nos domina y, que a pesar de ello, no hagamos payasadas para ignorarlo; nos deja como ya hicieron en su día sus compañeros. Así se cierra un círculo, un legado y una generación ya perdida. Es ahora, con la muerte del último de los payasos cuando nos planteamos nuestra madurez. Es ahora cuando caemos en la cuenta de que somos realmente adultos que lloran por esta gran pérdida. Miliki, finalmente, te llevaste nuestra niñez.
lunes, 19 de noviembre de 2012
Retrato de un futuro fracaso humano: Entrega 5
Alemania, 9 de noviembre de 1938
No sólo pintaba emotivos cuadros, sino que también compartía sus conocimientos artísticos con todo tipo de público interesado en ellos. Desde hacía unos años, en sus ratos libres y, para conseguir aquel dinero que no le proporcionaba la pintura callejera, daba clases particulares sobre Arte a adolescentes e incluso a adultos.
Cuando terminó la carrera, cruzó los dedos para que su destino no estuviera ligado a la enseñanza. No quería convertirse en una vulgar profesora que diera cuatro lecciones de arte, sin sentirlas ni pintarlas, a algún que otro niño multimillonario y mimado. No deseaba que su salida profesional fuera la más corriente de todas ellas, sino que quería destacar y ser reconocida como artista, no como una desconocida a ojos del mañana.
Sin embargo, su opinión había sido desechada al conocer a un alumno increíble y aplicado. Sahmuel, de trece años de edad, era un joven encantador. Cuando le pidió escribir su nombre en un papel arrugado, cayó en la cuenta de su etnia. Una hache en aquel topónimo sólo podía significar que era judío. Sahmuel, avergonzado tras el descubrimiento de la chica, bajó la cabeza y pidió con lágrimas en los ojos que no le contara a nadie de dónde procedía. No obstante, a ella no le importaba lo más mínimo. Era tan alemán, tan educado e inteligente como cualquier otro ciudadano. Hasta sus rasgos podían decirse que no delataban su origen.
De todas formas, no era a la pintora a quien le tenía que importar aquello, sino al gobierno que regía sobre una Alemania irreconocible. La libertad había sido sustituida por esvásticas que hacían referencia a un poderoso Führer. Una ideología basada en el predominio de la raza aria producía el pánico de miles de residentes. En los últimos meses, se perseguían especialmente a los judíos, blanco de la ira de Adolf Hitler.
Tras retornar de su amada Italia, la pintora concertó otra cita con Sahmuel para impartir, como usualmente hacía, sus clases de Arte. Aquella lección estaba dedicada al Barroco y, a pesar de que el adolescente sentía gran admiración hacia Velázquez, se encontraba un tanto preocupado y desconfiado ante su inhabitable alrededor. La joven le preguntó acerca de su comportamiento, y Sahmuel, a regañadientes, relató cómo su familia estaba siendo perseguida por hombres con insignias fascistas que actuaban en nombre de su líder. Afortunadamente, sus padres habían podido refugiarse dentro del almacén de su comercio, que se asentaba a solamente unas calles de allí.
La licenciada, compadeciéndose, prestó la más sincera ayuda a su alumno. Le explicó que no tenía por qué preocuparse, que todo saldría a pedir de boca. No obstante, ni siquiera ella lo tenía claro. No sabía hasta qué punto podían mostrar su crueldad aquellos dirigentes nazis. Por lo tanto, decidió interrumpir la clase y obligarlo a volver a la tienda con sus familiares antes de que anocheciera.
Minutos más tarde, aquel mandato le remordería la conciencia. Tan sólo instantes después de la despedida de Sahmuel, se sucedieron una serie de sonidos que jamás olvidaría. Vidrio. Grito infantil. Disparo. Silencio sepulcral. Llanto entrecortado.
Entornó los ojos, condolida. Aquella tragedia quedaría escrita en la historia como "La Noche de los Cristales", una madrugada durante la cual judíos, comercios y sinagogas fueron devastados a grito de Sieg Heil!
jueves, 15 de noviembre de 2012
Rarezas, puñaladas y esperas
Somos una amalgama entre semidioses y seres inertes. Al igual que la vida, somos perfección y certeza salpimentados con defectos y blasfemias. Hoy es eso lo que pretendo narrar: el cocktail resultante de tan opuestos, al que llamamos día a día.
Nuestra historia trata sobre ese sabor agridulce indescriptible. Una narración en la cual el protagonista dirige su mirada al reloj, símbolo de impaciencia, y a un cielo que anuncia tormenta. Protagonista que espera a su amado, a un amigo o a que la muerte lo arrastre consigo. Amado, amigo o muerte que se retrasa en su horario, y produce en el desesperado la sensación de un intercambio en la duración de las horas y minutos, de los días y años.
En nuestro relato, el narrador omnisciente se introduce en la acción de la obra. Tal vez se camufle como un personaje, recurso tan propio del monólogo interior del gran Unamuno. Quizás, haya una conversación entre ese protagonista impaciente y el narrador que, tratando a su creación como a un vulgar títere; obligue, ordene, manipule y apuñale. Puñaladas que asesta en el talón de Aquiles del personaje principal, derramando lágrimas de sangre y de dolor, cuya hemorragia tardará en cesar.
Y él sabe que el tiempo remitirá el sufrimiento y que, algún día, la herida deberá cicatrizar, con o sin la ayuda de un profesional. Tras un periodo de tiempo, no habrá ni rastro del pasado, pero la desconfianza, la extrañeza se seguirá apoderando de él. ¿De veras puede fiarse de aquel individuo que no acudió a su cita? ¿Realmente podrá en otra ocasión observar de nuevo los ojos de sus demonios? ¿Puede confiar en su alrededor? Tan siquiera alberga confianzas en sí mismo. Sabe que la rareza plagará su camino.
Nuestra historia trata sobre ese sabor agridulce indescriptible. Un sabor que hasta el peor de los chefs, ignorando las llamadas sin respuestas, el sentimiento de vacío y las puñaladas traperas; sabe y debe aliñar a su gusto.
miércoles, 14 de noviembre de 2012
Desorientación
Un barrio acogedor y diminuto se puede convertir en un absoluto infierno. Un abrasador Hades que muestra los indicios de una realidad que todos pretendemos evadir.
Día tras día, la anciana hacía su recorrido usual que correspondía a su propia manzana: carnicería, tienda de ultramarinos, pescadería y, de nuevo al hogar. Era tan corriente como atravesar dos calles que durante toda su vida habían permanecido allí. No obstante, el amargo momento de avistar aquellas avenidas como desconocidas había hecho acto de presencia.
"¿Dónde estará mi casa?", se preguntó. La tenía enfrente y ni siquiera podía reconocerla. La impotencia al observar cómo la demencia carcomía su cerebro se manifestó en una cristalina lágrima. Como amebas, las gotas fueron multiplicándose y la ansiedad, en aumento. Afortunadamente, decidió tranquilizarse e intentar recordar tan cotidiano dato. Cayó en la cuenta que su querido piso se situaba justo delante de ella y, rápidamente, sin esperar a que el inhospitable exterior la alcanzara, se internó en la vivienda.
Inmediatamente, tras entrar por la puerta, aún atacada por los nervios, hizo una llamada telefónica. Marcó el número de su hija con el fin de que la consolara y, desgraciadamente, yo escuché dicha conversación. La anciana relataba cómo había perdido la orientación y el gran esfuerzo que tuvo que ejercer para lograr situarse de nuevo. Mi madre acompañó a su progenitora en su interminable llanto. Unos especialistas ya habían anunciado que cualquier día esto ocurriría, pero ninguno de nosotros lo esperábamos tan pronto. ¿Actuamos? ¿Lo consideramos únicamente un lapsus? Era una decisión demasiado difícil...
Yo, conmovido también, me acerqué a mi madre que permanecía en estado de pánico. "Tranquila, son cosas de la edad", pronuncié con la voz entrecortada. Ni siquiera yo sabia si aquel síntoma era propio de sus años, si la edad fuera tan traicionera para cometer esa atrocidad, o si era simplemente una consecuencia de lo que tenía.
Una brújula. Nuestro cerebro no es nada más que eso, un instrumento más para orientarnos. Supongo que algún día todos olvidaremos dónde estamos y por qué permanecemos allí. Supongo que, pronto, todos nosotros nos sentiremos perdidos, acompañando a la desorientación que sufre una brújula cuando se acerca a una mina repleta de metales.
Día tras día, la anciana hacía su recorrido usual que correspondía a su propia manzana: carnicería, tienda de ultramarinos, pescadería y, de nuevo al hogar. Era tan corriente como atravesar dos calles que durante toda su vida habían permanecido allí. No obstante, el amargo momento de avistar aquellas avenidas como desconocidas había hecho acto de presencia.
"¿Dónde estará mi casa?", se preguntó. La tenía enfrente y ni siquiera podía reconocerla. La impotencia al observar cómo la demencia carcomía su cerebro se manifestó en una cristalina lágrima. Como amebas, las gotas fueron multiplicándose y la ansiedad, en aumento. Afortunadamente, decidió tranquilizarse e intentar recordar tan cotidiano dato. Cayó en la cuenta que su querido piso se situaba justo delante de ella y, rápidamente, sin esperar a que el inhospitable exterior la alcanzara, se internó en la vivienda.
Inmediatamente, tras entrar por la puerta, aún atacada por los nervios, hizo una llamada telefónica. Marcó el número de su hija con el fin de que la consolara y, desgraciadamente, yo escuché dicha conversación. La anciana relataba cómo había perdido la orientación y el gran esfuerzo que tuvo que ejercer para lograr situarse de nuevo. Mi madre acompañó a su progenitora en su interminable llanto. Unos especialistas ya habían anunciado que cualquier día esto ocurriría, pero ninguno de nosotros lo esperábamos tan pronto. ¿Actuamos? ¿Lo consideramos únicamente un lapsus? Era una decisión demasiado difícil...
Yo, conmovido también, me acerqué a mi madre que permanecía en estado de pánico. "Tranquila, son cosas de la edad", pronuncié con la voz entrecortada. Ni siquiera yo sabia si aquel síntoma era propio de sus años, si la edad fuera tan traicionera para cometer esa atrocidad, o si era simplemente una consecuencia de lo que tenía.
Una brújula. Nuestro cerebro no es nada más que eso, un instrumento más para orientarnos. Supongo que algún día todos olvidaremos dónde estamos y por qué permanecemos allí. Supongo que, pronto, todos nosotros nos sentiremos perdidos, acompañando a la desorientación que sufre una brújula cuando se acerca a una mina repleta de metales.
lunes, 12 de noviembre de 2012
Retrato de un futuro fracaso humano: Entrega 4
<<Querida,
Aquí me hallo, escondido en un sótano sin más luz que la de tus ojos, sin más hidratación que tu saliva. Ocultado en un escondrijo con el miedo de que estos endebles muros se hundan, de que aquellos hombres de uniforme me descubran. Te preguntarás de qué hablo. Hace dos años, cuando la alegría invadía nuestros corazones republicanos, un general, Francisco Franco, dio un golpe de Estado. Fue el 17 de julio más negro de la historia de España, porque fue ese día el comienzo de nuestra persecución. Me buscan sólo por defender lo que creía, por tener unos ideales, por pecar de libertad.
Es una pena, ni siquiera me acuerdo de cuáles eran mis creencias. Supongo que, a estas alturas, no puedo confiar en nada ni albergar mínima esperanza. Me duele, mucho, que observes como aquel joven de mirada vital que conociste hace un lustro por correspondencia, se desvanezca en estos instantes. Quizás lo mejor sería rechazar mi razón por la de un colectivo y, así, poder mantener la vida. Ahora, mi principal meta es verte y no creo que llegue a conseguirla si continuo yendo a contracorriente.
Y es, en medio de una soledad que embriaga este húmedo cuarto, cuando me doy cuenta que nada en la vida es demasiado importante como para luchar si tu existencia depende de ello. Lo único que deseo es dejarme caer en tus brazos, seques mis lágrimas, me consueles y me mientas convenciéndome de que todo irá bien.
Una guerra civil que se antoja interminable. Tal vez cuando acabe ya estaré muerto, pero como una pequeña llama que alumbra hasta la más recóndita oscuridad, guardo una remota esperanza. Anhelo todo lo anterior a este horror, anhelo escribirte epístolas cada mes y hablarte acerca de mi tan maravilloso día a día. Solamente puedo confesar que, al menos, todavía te conservo a ti. A ti y a nuestro afecto incondicional. Espero que pronto, algún día, podamos vernos y afirmar juntos que, hasta en el más nefasto de los casos, termina triunfando el amor.
Te quiere,
X >>
Lloraba desconsoladamente, apretando con fiereza aquella carta contra su pecho. No podía creer que el único hombre al que había amado, a pesar de no conocerlo personalmente, estuviera en peligro. Sin embargo, extrañamente, era feliz. Tenía absoluto convencimiento de que, en escaso tiempo, él la visitaría y todo sería perfecto.
Preocupada pero a la vez eufórica, colocó un lienzo sobre su caballete de madera, escogió unos colores de gama cálida y comenzó a sentir. Sintió amor, pasión y esperanza hacia aquel español. Emociones retratadas en una pintura optimista que, sin duda, le entregaría tan pronto como fuera posible.
Aquí me hallo, escondido en un sótano sin más luz que la de tus ojos, sin más hidratación que tu saliva. Ocultado en un escondrijo con el miedo de que estos endebles muros se hundan, de que aquellos hombres de uniforme me descubran. Te preguntarás de qué hablo. Hace dos años, cuando la alegría invadía nuestros corazones republicanos, un general, Francisco Franco, dio un golpe de Estado. Fue el 17 de julio más negro de la historia de España, porque fue ese día el comienzo de nuestra persecución. Me buscan sólo por defender lo que creía, por tener unos ideales, por pecar de libertad.
Es una pena, ni siquiera me acuerdo de cuáles eran mis creencias. Supongo que, a estas alturas, no puedo confiar en nada ni albergar mínima esperanza. Me duele, mucho, que observes como aquel joven de mirada vital que conociste hace un lustro por correspondencia, se desvanezca en estos instantes. Quizás lo mejor sería rechazar mi razón por la de un colectivo y, así, poder mantener la vida. Ahora, mi principal meta es verte y no creo que llegue a conseguirla si continuo yendo a contracorriente.
Y es, en medio de una soledad que embriaga este húmedo cuarto, cuando me doy cuenta que nada en la vida es demasiado importante como para luchar si tu existencia depende de ello. Lo único que deseo es dejarme caer en tus brazos, seques mis lágrimas, me consueles y me mientas convenciéndome de que todo irá bien.
Una guerra civil que se antoja interminable. Tal vez cuando acabe ya estaré muerto, pero como una pequeña llama que alumbra hasta la más recóndita oscuridad, guardo una remota esperanza. Anhelo todo lo anterior a este horror, anhelo escribirte epístolas cada mes y hablarte acerca de mi tan maravilloso día a día. Solamente puedo confesar que, al menos, todavía te conservo a ti. A ti y a nuestro afecto incondicional. Espero que pronto, algún día, podamos vernos y afirmar juntos que, hasta en el más nefasto de los casos, termina triunfando el amor.
Te quiere,
X >>
Lloraba desconsoladamente, apretando con fiereza aquella carta contra su pecho. No podía creer que el único hombre al que había amado, a pesar de no conocerlo personalmente, estuviera en peligro. Sin embargo, extrañamente, era feliz. Tenía absoluto convencimiento de que, en escaso tiempo, él la visitaría y todo sería perfecto.
Preocupada pero a la vez eufórica, colocó un lienzo sobre su caballete de madera, escogió unos colores de gama cálida y comenzó a sentir. Sintió amor, pasión y esperanza hacia aquel español. Emociones retratadas en una pintura optimista que, sin duda, le entregaría tan pronto como fuera posible.
viernes, 9 de noviembre de 2012
La otra cara de la ciencia
La Ilustración, la Revolución Francesa, el movimiento obrero y la democracia son sinónimos de progreso. A lo largo de las épocas, el levantamiento del pueblo y el auge de la intelectualidad han evitado el estancamiento de un Antiguo Régimen, de los abusos de mezquinos patronos y, en general, del transcurrir de una historia.
No obstante, el progreso no es sinónimo de mejora. El ser humano, ambicioso, prueba fortuna e intenta abarcar más de lo que realmente sus ojos pueden ver. Queremos desvelar secretos que, al menos por el momento, deben seguir siéndolo. Ansiamos conocer la fórmula del triunfo, la superioridad. Poner remedio a gravísimas enfermedades es uno de nuestros objetivos; queremos conseguir la manera de desafiar al ciclo vital. Otra de nuestras metas es crear vida e, incluso, destruirla. Para todo ello, manipulamos genéticamente, clonamos humanos e inventamos armas de destrucción masiva.
Un 6 de agosto de 1945, la aplicación perversa de la ciencia se hizo visible. Dos ciudades japonesas tales como Hiroshima y Nagasaki sufrieron el deseo del poder por parte de unos coléricos estadounidenses. Dos bombas atómicas fueron lanzadas, 300000 víctimas fallecidas. Habitantes sin más ambición que llevar a cabo sus quehaceres diarios. Ciudadanos que observaron cómo la humanidad intentaba poner fin a su propia existencia. Paradójica y escalofriante conclusión que refleja a la perfección la codicia de un ser humano quien controla una ciencia que bebe de su propia malicia.
La ciencia se creó para mejorar y, Einstein, uno de los ideólogos de la bomba atómica, apreciaba cómo el ser humano hacía que ésta se apartara de su razón de ser.
<<Por dolorosa experiencia, hemos aprendido que la razón no basta para resolver los problemas de nuestra vida social. La penetrante investigación y el sutil trabajo científico han aportado a menudo trágicas complicaciones a la humanidad (...) creando los medios para su propia destrucción en masa. ¡Tragedia, realmente, de abrumadora amargura!>>
Tragedia amarga. Así, Einstein resume y confirma una de las teorías universales más exhaustivas y certeras de la historia: la infinita estupidez de un ser humano imperfecto.
No obstante, el progreso no es sinónimo de mejora. El ser humano, ambicioso, prueba fortuna e intenta abarcar más de lo que realmente sus ojos pueden ver. Queremos desvelar secretos que, al menos por el momento, deben seguir siéndolo. Ansiamos conocer la fórmula del triunfo, la superioridad. Poner remedio a gravísimas enfermedades es uno de nuestros objetivos; queremos conseguir la manera de desafiar al ciclo vital. Otra de nuestras metas es crear vida e, incluso, destruirla. Para todo ello, manipulamos genéticamente, clonamos humanos e inventamos armas de destrucción masiva.
Un 6 de agosto de 1945, la aplicación perversa de la ciencia se hizo visible. Dos ciudades japonesas tales como Hiroshima y Nagasaki sufrieron el deseo del poder por parte de unos coléricos estadounidenses. Dos bombas atómicas fueron lanzadas, 300000 víctimas fallecidas. Habitantes sin más ambición que llevar a cabo sus quehaceres diarios. Ciudadanos que observaron cómo la humanidad intentaba poner fin a su propia existencia. Paradójica y escalofriante conclusión que refleja a la perfección la codicia de un ser humano quien controla una ciencia que bebe de su propia malicia.
La ciencia se creó para mejorar y, Einstein, uno de los ideólogos de la bomba atómica, apreciaba cómo el ser humano hacía que ésta se apartara de su razón de ser.
<<Por dolorosa experiencia, hemos aprendido que la razón no basta para resolver los problemas de nuestra vida social. La penetrante investigación y el sutil trabajo científico han aportado a menudo trágicas complicaciones a la humanidad (...) creando los medios para su propia destrucción en masa. ¡Tragedia, realmente, de abrumadora amargura!>>
Tragedia amarga. Así, Einstein resume y confirma una de las teorías universales más exhaustivas y certeras de la historia: la infinita estupidez de un ser humano imperfecto.
martes, 6 de noviembre de 2012
Una España de tristeza y sonrisas
Observamos, como postal habitual, a ese vagabundo que rebusca entre el contenedor en busca de un resquicio de carne en un hueso carcomido. Una parálisis es lo que se apodera de nuestro cuerpo al ver como nuestro bolsillo se vacía, y que hasta el último penique es recogido por cada vez más poderosos señores. Incluso nos parece corriente no avistar el último sueño roto en una fila interminable de un sustento familiar arrebatado.
Algunos, salvadores incansables, se movilizan. Otros asienten al reconocer que un grito sobre un millón de silencios nunca será escuchado.
Ésta no es más que la imagen que proporcionamos al mundo, a nosotros mismos. El New York Times, al menos, cree que España sólo se vale de desilusiones. Estampas muy cercanas a la realidad, pero que sólo muestran un parcial de ésta.
Quizás no nos podamos sentir orgullosos de nuestra política, ni economía, ni siquiera cultura. Sin embargo, poseemos una de las mejores gastronomías del mundo, y podemos presumir de que buscamos una recóndita felicidad en los detalles más insignificantes. Es un honor afirmar que retrocedemos a nuestra infancia y que, un abrazo, una cometa o un castillo de arena son el germen de nuestra risa diaria.
Es muy posible que tu cartera no se encuentre disponible para comprar una pulsera de diamantes a tu pareja pero, tal vez, un brazalete compuesto por las chapas de unas latas vacías sea una genial alternativa. O aún más sencillo: un beso, ése verdadero que nadie puede comprar.
Sin duda, se me escapa una lágrima al pararme a pensar en un país donde el futuro no destella por su grandeza. No obstante, el saber que todas las personas que hoy en día componen mi sonrisa estarán en él, aporta un atisbo de luz.
El Ideal de Granada aún conserva una remota esperanza y, por eso, ha creado un álbum por este motivo. Nos estarán arrebatando nuestro trabajo, nuestra educación y sanidad, pero lo único que no podrán suprimirnos serán esos roces, miradas y pequeños placeres por los que, orgullosamente afirmamos, merece la pena vivir.
lunes, 5 de noviembre de 2012
Retrato de un futuro fracaso humano: Entrega 3
Roma, 1938
Hacía tiempo que deseaba realizar aquel viaje. Todo aquel efectivo que había conseguido gracias a los cuadros con los que deleitó a los transeúntes ingleses, le proporcionó lo suficiente para poder viajar hasta la Bella Italia que, desgraciadamente, últimamente no lo era tanto.
Todavía recordaba aquellos calurosos veranos de su infancia junto a su abuela materna. Ragazza la llamaba, mientras le ofrecía un generoso plato de pasta y le describía las obras del magnífico Da Vinci. Aquella anciana le acercó al mundo del auténtico arte, el Renacimiento Italiano. Quizás algunos vieran a Miguel Ángel como una falta de pudor pero, para ella, a pesar de su corta edad, era tan hermoso...
No obstante, en cuanto retornó a la bota de Europa, apreció que aquellos indicios del renacer que tuvo lugar en el siglo XV habían desaparecido completamente. No quedaba nada de literatura, desapareció Petrarca. No había rastro de pintura, se esfumó el trazo de Botticelli. Desafortunadamente todo lo plagaba una ideología.
Si la educación y la cultura son universales, ¿por qué politizarlas? Una obra fascista que defiende unos ideales impuestos por el Duce no puede ser considerado como arte. La calidad podría ser muy alta, pero pecaba de ausencia de libertad, de opinión. Un autor debe reflejar en su trabajo la rabia e impotencia hacia un mundo que jamás comprenderá. Plasmar un punto de vista personal y no el de un colectivo es la clave del éxito. En cuanto a ella, su posición era firme y, a pesar de ir a contracorriente, retrataría todo aquello que quisiera denunciar, a sabiendas de las consiguientes arduas represalias.
Como habitualmente hacía, compró un periódico. En la portada aparecía Mussolini en un discurso donde exponía promesas que jamás llegaría a cumplir. Hasta los periódicos eran controlados por los fascistas.
Impotente, arrojó aquella sarta de mentiras a la basura. En cambio, decidió evadirse de aquella nefasta realidad ojeando uno de sus libros de arte preferidos. Abrió al azar una página. El nacimiento de Venus, de Botticelli. Una lágrima recorrió su mejilla. La diosa que nació gracias a la cúspide del saber y la creatividad, desfallecía aquellos días. Un año más tarde, la marea que trazaba el pintor en un segundo plano arrastraría a la divinidad de la belleza: la Segunda Guerra Mundial comenzaría y, con ella, se haría la oscuridad.
Hacía tiempo que deseaba realizar aquel viaje. Todo aquel efectivo que había conseguido gracias a los cuadros con los que deleitó a los transeúntes ingleses, le proporcionó lo suficiente para poder viajar hasta la Bella Italia que, desgraciadamente, últimamente no lo era tanto.
Todavía recordaba aquellos calurosos veranos de su infancia junto a su abuela materna. Ragazza la llamaba, mientras le ofrecía un generoso plato de pasta y le describía las obras del magnífico Da Vinci. Aquella anciana le acercó al mundo del auténtico arte, el Renacimiento Italiano. Quizás algunos vieran a Miguel Ángel como una falta de pudor pero, para ella, a pesar de su corta edad, era tan hermoso...
No obstante, en cuanto retornó a la bota de Europa, apreció que aquellos indicios del renacer que tuvo lugar en el siglo XV habían desaparecido completamente. No quedaba nada de literatura, desapareció Petrarca. No había rastro de pintura, se esfumó el trazo de Botticelli. Desafortunadamente todo lo plagaba una ideología.
Si la educación y la cultura son universales, ¿por qué politizarlas? Una obra fascista que defiende unos ideales impuestos por el Duce no puede ser considerado como arte. La calidad podría ser muy alta, pero pecaba de ausencia de libertad, de opinión. Un autor debe reflejar en su trabajo la rabia e impotencia hacia un mundo que jamás comprenderá. Plasmar un punto de vista personal y no el de un colectivo es la clave del éxito. En cuanto a ella, su posición era firme y, a pesar de ir a contracorriente, retrataría todo aquello que quisiera denunciar, a sabiendas de las consiguientes arduas represalias.
Como habitualmente hacía, compró un periódico. En la portada aparecía Mussolini en un discurso donde exponía promesas que jamás llegaría a cumplir. Hasta los periódicos eran controlados por los fascistas.
Impotente, arrojó aquella sarta de mentiras a la basura. En cambio, decidió evadirse de aquella nefasta realidad ojeando uno de sus libros de arte preferidos. Abrió al azar una página. El nacimiento de Venus, de Botticelli. Una lágrima recorrió su mejilla. La diosa que nació gracias a la cúspide del saber y la creatividad, desfallecía aquellos días. Un año más tarde, la marea que trazaba el pintor en un segundo plano arrastraría a la divinidad de la belleza: la Segunda Guerra Mundial comenzaría y, con ella, se haría la oscuridad.
domingo, 4 de noviembre de 2012
Tiempo
No todos podemos ser como la Sibila de Cumas que pidió a Apolo vivir tantos años como granos de arena le cupieran en la palma de la mano. Excepto para esta pitonisa la cual olvidó desear la juventud infinita, el tiempo es limitado. Contable, efímero y, a veces, desperdiciado.
Tiempo que gastar y sin saber en qué. Tiempo que perder contigo, a tu lado, abrazándonos. Tiempo malgastado, tiempo de quejas y pocas acciones. Tiempo que ganar, al que plantar cara y mostrar que, por momentos, somos inmortales. Tiempo que se reduce a una colilla intentándose consumir. Tiempo para mí, para ti, para nosotros. Tiempo que hace acto de presencia a través del aliento que, en invierno, sale de tu boca, en forma de risas, de cuentos e historias. Tiempo que medir y contar y, que no espera tu descuido, sino que transcurre sin más.
Tiempo para soñar, para llorar, para sentir, para enloquecer, para reflexionar. Tiempo que, al cambiar el tempo, se escapa a nuestro compás.
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