<<Querida,
Aquí me hallo, escondido en un sótano sin más luz que la de tus ojos, sin más hidratación que tu saliva. Ocultado en un escondrijo con el miedo de que estos endebles muros se hundan, de que aquellos hombres de uniforme me descubran. Te preguntarás de qué hablo. Hace dos años, cuando la alegría invadía nuestros corazones republicanos, un general, Francisco Franco, dio un golpe de Estado. Fue el 17 de julio más negro de la historia de España, porque fue ese día el comienzo de nuestra persecución. Me buscan sólo por defender lo que creía, por tener unos ideales, por pecar de libertad.
Es una pena, ni siquiera me acuerdo de cuáles eran mis creencias. Supongo que, a estas alturas, no puedo confiar en nada ni albergar mínima esperanza. Me duele, mucho, que observes como aquel joven de mirada vital que conociste hace un lustro por correspondencia, se desvanezca en estos instantes. Quizás lo mejor sería rechazar mi razón por la de un colectivo y, así, poder mantener la vida. Ahora, mi principal meta es verte y no creo que llegue a conseguirla si continuo yendo a contracorriente.
Y es, en medio de una soledad que embriaga este húmedo cuarto, cuando me doy cuenta que nada en la vida es demasiado importante como para luchar si tu existencia depende de ello. Lo único que deseo es dejarme caer en tus brazos, seques mis lágrimas, me consueles y me mientas convenciéndome de que todo irá bien.
Una guerra civil que se antoja interminable. Tal vez cuando acabe ya estaré muerto, pero como una pequeña llama que alumbra hasta la más recóndita oscuridad, guardo una remota esperanza. Anhelo todo lo anterior a este horror, anhelo escribirte epístolas cada mes y hablarte acerca de mi tan maravilloso día a día. Solamente puedo confesar que, al menos, todavía te conservo a ti. A ti y a nuestro afecto incondicional. Espero que pronto, algún día, podamos vernos y afirmar juntos que, hasta en el más nefasto de los casos, termina triunfando el amor.
Te quiere,
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Lloraba desconsoladamente, apretando con fiereza aquella carta contra su pecho. No podía creer que el único hombre al que había amado, a pesar de no conocerlo personalmente, estuviera en peligro. Sin embargo, extrañamente, era feliz. Tenía absoluto convencimiento de que, en escaso tiempo, él la visitaría y todo sería perfecto.
Preocupada pero a la vez eufórica, colocó un lienzo sobre su caballete de madera, escogió unos colores de gama cálida y comenzó a sentir. Sintió amor, pasión y esperanza hacia aquel español. Emociones retratadas en una pintura optimista que, sin duda, le entregaría tan pronto como fuera posible.
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