La Ilustración, la Revolución Francesa, el movimiento obrero y la democracia son sinónimos de progreso. A lo largo de las épocas, el levantamiento del pueblo y el auge de la intelectualidad han evitado el estancamiento de un Antiguo Régimen, de los abusos de mezquinos patronos y, en general, del transcurrir de una historia.
No obstante, el progreso no es sinónimo de mejora. El ser humano, ambicioso, prueba fortuna e intenta abarcar más de lo que realmente sus ojos pueden ver. Queremos desvelar secretos que, al menos por el momento, deben seguir siéndolo. Ansiamos conocer la fórmula del triunfo, la superioridad. Poner remedio a gravísimas enfermedades es uno de nuestros objetivos; queremos conseguir la manera de desafiar al ciclo vital. Otra de nuestras metas es crear vida e, incluso, destruirla. Para todo ello, manipulamos genéticamente, clonamos humanos e inventamos armas de destrucción masiva.
Un 6 de agosto de 1945, la aplicación perversa de la ciencia se hizo visible. Dos ciudades japonesas tales como Hiroshima y Nagasaki sufrieron el deseo del poder por parte de unos coléricos estadounidenses. Dos bombas atómicas fueron lanzadas, 300000 víctimas fallecidas. Habitantes sin más ambición que llevar a cabo sus quehaceres diarios. Ciudadanos que observaron cómo la humanidad intentaba poner fin a su propia existencia. Paradójica y escalofriante conclusión que refleja a la perfección la codicia de un ser humano quien controla una ciencia que bebe de su propia malicia.
La ciencia se creó para mejorar y, Einstein, uno de los ideólogos de la bomba atómica, apreciaba cómo el ser humano hacía que ésta se apartara de su razón de ser.
<<Por dolorosa experiencia, hemos aprendido que la razón no basta para resolver los problemas de nuestra vida social. La penetrante investigación y el sutil trabajo científico han aportado a menudo trágicas complicaciones a la humanidad (...) creando los medios para su propia destrucción en masa. ¡Tragedia, realmente, de abrumadora amargura!>>
Tragedia amarga. Así, Einstein resume y confirma una de las teorías universales más exhaustivas y certeras de la historia: la infinita estupidez de un ser humano imperfecto.
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