Dos años de reinvención

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miércoles, 14 de noviembre de 2012

Desorientación

Un barrio acogedor y diminuto se puede convertir en un absoluto infierno. Un abrasador Hades que muestra los indicios de una realidad que todos pretendemos evadir.

Día tras día, la anciana hacía su recorrido usual que correspondía a su propia manzana: carnicería, tienda de ultramarinos, pescadería y, de nuevo al hogar. Era tan corriente como atravesar dos calles que durante toda su vida habían permanecido allí. No obstante, el amargo momento de avistar aquellas avenidas como desconocidas había hecho acto de presencia.

"¿Dónde estará mi casa?", se preguntó. La tenía enfrente y ni siquiera podía reconocerla. La impotencia al observar cómo la demencia carcomía su cerebro se manifestó en una cristalina lágrima. Como amebas, las gotas fueron multiplicándose y la ansiedad, en aumento. Afortunadamente, decidió tranquilizarse e intentar recordar tan cotidiano dato. Cayó en la cuenta que su querido piso se situaba justo delante de ella y, rápidamente, sin esperar a que el inhospitable exterior la alcanzara, se internó en la vivienda.

Inmediatamente, tras entrar por la puerta, aún atacada por los nervios, hizo una llamada telefónica. Marcó el número de su hija con el fin de que la consolara y, desgraciadamente, yo escuché dicha conversación. La anciana relataba cómo había perdido la orientación y el gran esfuerzo que tuvo que ejercer para lograr situarse de nuevo. Mi madre acompañó a su progenitora en su interminable llanto. Unos especialistas ya habían anunciado que cualquier día esto ocurriría, pero ninguno de nosotros lo esperábamos tan pronto. ¿Actuamos? ¿Lo consideramos únicamente un lapsus? Era una decisión demasiado difícil...

Yo, conmovido también, me acerqué a mi madre que permanecía en estado de pánico. "Tranquila, son cosas de la edad", pronuncié con la voz entrecortada. Ni siquiera yo sabia si aquel síntoma era propio de sus años, si la edad fuera tan traicionera para cometer esa atrocidad, o si era simplemente una consecuencia de lo que tenía.

Una brújula. Nuestro cerebro no es nada más que eso, un instrumento más para orientarnos. Supongo que algún día todos olvidaremos dónde estamos y por qué permanecemos allí. Supongo que, pronto, todos nosotros nos sentiremos perdidos, acompañando a la desorientación que sufre una brújula cuando se acerca a una mina repleta de metales.

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