No sólo pintaba emotivos cuadros, sino que también compartía sus conocimientos artísticos con todo tipo de público interesado en ellos. Desde hacía unos años, en sus ratos libres y, para conseguir aquel dinero que no le proporcionaba la pintura callejera, daba clases particulares sobre Arte a adolescentes e incluso a adultos.
Cuando terminó la carrera, cruzó los dedos para que su destino no estuviera ligado a la enseñanza. No quería convertirse en una vulgar profesora que diera cuatro lecciones de arte, sin sentirlas ni pintarlas, a algún que otro niño multimillonario y mimado. No deseaba que su salida profesional fuera la más corriente de todas ellas, sino que quería destacar y ser reconocida como artista, no como una desconocida a ojos del mañana.
Sin embargo, su opinión había sido desechada al conocer a un alumno increíble y aplicado. Sahmuel, de trece años de edad, era un joven encantador. Cuando le pidió escribir su nombre en un papel arrugado, cayó en la cuenta de su etnia. Una hache en aquel topónimo sólo podía significar que era judío. Sahmuel, avergonzado tras el descubrimiento de la chica, bajó la cabeza y pidió con lágrimas en los ojos que no le contara a nadie de dónde procedía. No obstante, a ella no le importaba lo más mínimo. Era tan alemán, tan educado e inteligente como cualquier otro ciudadano. Hasta sus rasgos podían decirse que no delataban su origen.
De todas formas, no era a la pintora a quien le tenía que importar aquello, sino al gobierno que regía sobre una Alemania irreconocible. La libertad había sido sustituida por esvásticas que hacían referencia a un poderoso Führer. Una ideología basada en el predominio de la raza aria producía el pánico de miles de residentes. En los últimos meses, se perseguían especialmente a los judíos, blanco de la ira de Adolf Hitler.
Tras retornar de su amada Italia, la pintora concertó otra cita con Sahmuel para impartir, como usualmente hacía, sus clases de Arte. Aquella lección estaba dedicada al Barroco y, a pesar de que el adolescente sentía gran admiración hacia Velázquez, se encontraba un tanto preocupado y desconfiado ante su inhabitable alrededor. La joven le preguntó acerca de su comportamiento, y Sahmuel, a regañadientes, relató cómo su familia estaba siendo perseguida por hombres con insignias fascistas que actuaban en nombre de su líder. Afortunadamente, sus padres habían podido refugiarse dentro del almacén de su comercio, que se asentaba a solamente unas calles de allí.
La licenciada, compadeciéndose, prestó la más sincera ayuda a su alumno. Le explicó que no tenía por qué preocuparse, que todo saldría a pedir de boca. No obstante, ni siquiera ella lo tenía claro. No sabía hasta qué punto podían mostrar su crueldad aquellos dirigentes nazis. Por lo tanto, decidió interrumpir la clase y obligarlo a volver a la tienda con sus familiares antes de que anocheciera.
Minutos más tarde, aquel mandato le remordería la conciencia. Tan sólo instantes después de la despedida de Sahmuel, se sucedieron una serie de sonidos que jamás olvidaría. Vidrio. Grito infantil. Disparo. Silencio sepulcral. Llanto entrecortado.
Entornó los ojos, condolida. Aquella tragedia quedaría escrita en la historia como "La Noche de los Cristales", una madrugada durante la cual judíos, comercios y sinagogas fueron devastados a grito de Sieg Heil!
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