Dos años de reinvención

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jueves, 15 de noviembre de 2012

Rarezas, puñaladas y esperas

Somos una amalgama entre semidioses y seres inertes. Al igual que la vida, somos perfección y certeza salpimentados con defectos y blasfemias. Hoy es eso lo que pretendo narrar: el cocktail resultante de tan opuestos, al que llamamos día a día.

Nuestra historia trata sobre ese sabor agridulce indescriptible. Una narración en la cual el protagonista dirige su mirada al reloj, símbolo de impaciencia, y a un cielo que anuncia tormenta. Protagonista que espera a su amado, a un amigo o a que la muerte lo arrastre consigo. Amado, amigo o muerte que se retrasa en su horario, y produce en el desesperado la sensación de un intercambio en la duración de las horas y minutos, de los días y años. 

En nuestro relato, el narrador omnisciente se introduce en la acción de la obra. Tal vez se camufle como un personaje, recurso tan propio del monólogo interior del gran Unamuno. Quizás, haya una conversación entre ese protagonista impaciente y el narrador que, tratando a su creación como a un vulgar títere; obligue, ordene, manipule y apuñale. Puñaladas que asesta en el talón de Aquiles del personaje principal, derramando lágrimas de sangre y de dolor, cuya hemorragia tardará en cesar.

Y él sabe que el tiempo remitirá el sufrimiento y que, algún día, la herida deberá cicatrizar, con o sin la ayuda de un profesional. Tras un periodo de tiempo, no habrá ni rastro del pasado, pero la desconfianza, la extrañeza se seguirá apoderando de él. ¿De veras puede fiarse de aquel individuo que no acudió a su cita? ¿Realmente podrá en otra ocasión observar de nuevo los ojos de sus demonios? ¿Puede confiar en su alrededor? Tan siquiera alberga confianzas en sí mismo. Sabe que la rareza plagará su camino.

Nuestra historia trata sobre ese sabor agridulce indescriptible. Un sabor que hasta el peor de los chefs, ignorando las llamadas sin respuestas, el sentimiento de vacío y las puñaladas traperas; sabe y debe aliñar a su gusto.

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