Dos años de reinvención

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lunes, 5 de noviembre de 2012

Retrato de un futuro fracaso humano: Entrega 3

Roma, 1938

Hacía tiempo que deseaba realizar aquel viaje. Todo aquel efectivo que había conseguido gracias a los cuadros con los que deleitó a los transeúntes ingleses, le proporcionó lo suficiente para poder viajar hasta la Bella Italia que, desgraciadamente, últimamente no lo era tanto.

Todavía recordaba aquellos calurosos veranos de su infancia junto a su abuela materna. Ragazza la llamaba, mientras le ofrecía un generoso plato de pasta y le describía las obras del magnífico Da Vinci. Aquella anciana le acercó al mundo del auténtico arte, el Renacimiento Italiano. Quizás algunos vieran a Miguel Ángel como una falta de pudor pero, para ella, a pesar de su corta edad, era tan hermoso...

No obstante, en cuanto retornó a la bota de Europa, apreció que aquellos indicios del renacer que tuvo lugar en el siglo XV habían desaparecido completamente. No quedaba nada de literatura, desapareció Petrarca. No había rastro de pintura, se esfumó el trazo de Botticelli. Desafortunadamente todo lo plagaba una ideología.

Si la educación y la cultura son universales, ¿por qué politizarlas? Una obra fascista que defiende unos ideales impuestos por el Duce no puede ser considerado como arte. La calidad podría ser muy alta, pero pecaba de ausencia de libertad, de opinión. Un autor debe reflejar en su trabajo la rabia e impotencia hacia un mundo que jamás comprenderá. Plasmar un punto de vista personal y no el de un colectivo es la clave del éxito. En cuanto a ella, su posición era firme y, a pesar de ir a contracorriente, retrataría todo aquello que quisiera denunciar, a sabiendas de las consiguientes arduas represalias.

Como habitualmente hacía, compró un periódico. En la portada aparecía Mussolini en un discurso donde exponía promesas que jamás llegaría a cumplir. Hasta los periódicos eran controlados por los fascistas.

Impotente, arrojó aquella sarta de mentiras a la basura. En cambio, decidió evadirse de aquella nefasta realidad ojeando uno de sus libros de arte preferidos. Abrió al azar una página. El nacimiento de Venus, de Botticelli. Una lágrima recorrió su mejilla. La diosa que nació gracias a la cúspide del saber y la creatividad, desfallecía aquellos días. Un año más tarde, la marea que trazaba el pintor en un segundo plano arrastraría a la divinidad de la belleza: la Segunda Guerra Mundial comenzaría y, con ella, se haría la oscuridad.


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