Dos años de reinvención

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sábado, 15 de diciembre de 2012

Literatura Vital (II): El mercader de Venecia

<< GRACIANO.- No poseéis buen semblante, signior Antonio; tenéis demasiados miramientos con la opinión del mundo; están perdidos aquellos que la adquieren a costa de excesivas preocupaciones. Creedme, os halláis extraordinariamente cambiado.

ANTONIO.- No tengo al mundo más que por lo que es, Graciano: un teatro donde cada cual debe representar su papel, y el mío es bien triste. >>

El mercader de Venecia, Shakespeare W.


<< PORCIA.- Pues bien, sea entonces. Uno de estos cofrecitos contiene mi retrato; si me amáis, me descubriréis seguidamente (...)

BASSANIO.- Las más brillantes apariencias pueden cubrir las más vulgares realidades. El mundo vive siempre engañado por los relumbrones. En justicia, ¿qué causa tan sospechosa y depravada existe que una voz persuasiva no pueda, presentándola con habilidad, disimular su odioso aspecto? En religión, ¿qué error detestable hay, cuya enormidad no pueda desfigurar bajo bellos adornos un personaje de grave continente, bendiciéndolo y apoyándolo en textos adecuados? No hay vicio tan sencillo que no consiga dar en su aspecto exterior alguno de los signos de la virtud. ¡Cuántos cobardes, cuyos corazones son tan falsos como gradas de arena y a quienes cuando se les escruta interiormente se encuentra el hígado blanco como la leche, llevan en sus rostros las barbas de Hércules y de Marte, con el ceño malhumorado! No se adornan con estas excrecencias del valor más que para hacerse temibles. Contemplad una belleza y veréis que está comprada al peso; una especie de milagro se verifica que hace más livianas a aquellas que tienen una mayor cantidad. Así, esos bucles dorados, enroscados en serpentina, que voltejean lascivos con el viento, sobre una cabeza de belleza supuesta, examinados de cerca resultan a menudo no ser sino los viudos de otra cabeza, cuyo cráneo que los sustentó yace en el sepulcro. El ornamento no es, pues, más que la orilla falaz de una mar peligrosa; el brillante velo que cubre una belleza indiana; en una palabra, una verdad superficial de la que el siglo, astuto, se sirve para atrapar a los más sensatos. Por eso te rechazo en absoluto, oro, alimento de Midas, y a ti también, pálido y vil agente entre el hombre y el hombre; pero a ti, débil plomo, que amenazas más bien que prometes, tu sencillez me convence más que la elocuencia, y es a ti al que escojo. ¡Que sea dichosa la consecuencia de esta elección! >>

El mercader de Venecia, Shakespeare W.


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