Solo un inanimado armario, a través de aquellas fieras pinturas, fue testigo durante aquellos años de la tristeza, la amargura y la soledad que traía consigo un desastre de tal magnitud. Utilizando carboncillo retrataba sombras, túneles eternos, almas vagando por lúgubres avenidas.
El negro era su único recurso. Inspiradora obra, quizás fuente de artistas como Goya. Pinceladas de un color rojo burdeos, en ocasiones vivaz, otras tenebroso y sombrío; representaban cada lágrima derramada por inocentes individuos.
Aquellos días de tonos azulados y verde juventud habían desaparecido dejando un rastro de vejez prematura. Solo hacía un año desde que las tropas hitlerianas habían decidido dominar un mundo ahora cruel y taciturno, pero el ambiente ya había embriagado de sufrimiento hasta el más recóndito resquicio del día a día.
La pintora pedía a gritos una buena noticia, por lo menos neutral, que le proporcionara una mínima razón por la que introducir un poco de color a su obra futurista. Quería reflejar en su lienzo un futuro que, a pesar de las injusticias, presentara alguna leve sonrisa por la que luchar. Lo que no sabía es que, un día, esa razón haría acto de presencia en su vida a través de una breve pero concisa epístola:
<< Hoy, a las 6 en la puerta de la sinagoga que tanto frecuentaba antes. Te he recordado cada día desde aquella terrible fecha. Y, a pesar de haber sido constantemente perseguido, estoy vivo, Dios mío, estoy vivo.
Sahmuel >>
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