Dos años de reinvención

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lunes, 17 de diciembre de 2012

Retrato de un futuro fracaso humano: Entrega 9


Brotó una lágrima de sus pupilas que empapó la carta que más felicidad le podía haber traído en aquellos instantes. Sahmuel era lo único que le quedaba, era aquel que daba sentido a su atolondrada vida sin rumbo.

Instantáneamente esbozó el recuerdo de su querido español. Hacía casi un año que no recibía ninguna de sus poéticas epístolas. ¿Qué sería de él? Un sentimiento de celos la embargó: seguro que había encontrado a otra chica que lo hiciera más feliz. Eso sería, se habría olvidado completamente de ella, aquella guerra civil habría terminado y viviría junto a una mujer de curvas vertiginosas.

No obstante, la realidad no se asemejaba ni levemente a la visión de la joven. Sí, aquel conflicto interno había finalizado pero todavía quedaba la mayor de las miserias: una ardua posguerra. Miles de muertos, persecuciones, desnutrición, cartillas de racionamiento. Sin embargo, su español era ajeno a tales desgracias. Encerrado en una celda sin más luz que una rendija, sin más alimento que los insectos, sin más líquido que unas goteras situadas en el techo; su espíritu republicano se apagaba, a la vez que se ensombrecía su efímera juventud. Solo por creer y luchar por sus ideales fue destinado a morir entre oxidados barrotes de hierro.

La pintora, durante el camino hasta la sinagoga donde se reuniría con Sahmuel, rememoró a su único amor a través de cada una de las cartas que él había enviado. Se maldijo a sí misma por haber dudado del eterno afecto que el español le había prometido y es que, tal vez, se encontrara en apuros, quizás la guerra lo había arrastrado sin dejar rastro alguno.

Emergiendo de sus pensamientos, vio a Sahmuel a lo lejos, al final de la avenida, saludando con una amplia sonrisa. La joven incrementó el ritmo de su marcha. Deseaba estrecharlo entre sus brazos, lo había echado mucho de menos durante aquel año. Por fin, en cuestión de segundos, lo abrazaría con todas las fuerzas que le proporcionara su abatido cuerpo. Segundos que se alargarían, se harían eternos. Alguien sorprendió al pequeño Sahmuel por detrás, apuntándole con un arma a la sien. Segundos interminables que nunca transcurrirían, porque el tiempo para el judío ya había finalizado.

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